La incertidumbre con que se cierra el escenario internacional en el año
2011 no podría ser mayor. Una rápida mirada a los titulares de la prensa
internacional dibujan con claridad ese escenario: “Europa inicia la
cuenta atrás para la salvación del euro”, afirma la prensa europea,
refiriéndose a los esfuerzos por modificar los tratados de integración
europea y adoptar medidas para controlar los déficits que han llevado
algunos gobiernos europeos al borde de la quiebra. Pero nadie está
seguro de que se llegue a buen puerto y todos los ojos están puestos en
la cumbre del 9 de diciembre próximo.
Al mismo tiempo, Estados Unidos
atraviesa su propia crisis, con un déficit cada vez más difícil de
manejar y una deuda que pareciera ya fuera de control, desequilibrios
que afectan la columna vertebral del orden mundial vigente desde el
final de la II Guerra Mundial.
Estados Unidos
En
Estados Unidos, la deuda federal ha superado ya los 15 billones de
dólares (millones de millones), sin que el “supercomité” parlamentario
creado para recortar el déficit haya podido ponerse de acuerdo en cómo
hacerlo, haciendo renacer las advertencias de que la deuda de Estados
Unidos amenaza la economía mundial.
En los medios de prensa se
puede encontrar historias de quiebras de pequeñas ciudades
norteamericanas y de graves amenazas para otras no tan pequeñas, también
imposibilitadas de hacer frente a sus compromisos financieros.
Harrisburg,
la capital de Pensilvania, es una pequeña ciudad, de unos 50 mil
habitantes, que está en quiebra. "Aquí todo está empezando a colapsar,
tal como ocurre a nivel nacional", afirma una mujer que se sumó a un
pequeño campamento de protesta, “Occupy Harrisburg”.
Ciertamente,
no es la pequeña Harrisburg, con su déficit de 300 millones de dólares,
la que va a poner en peligro la economía mundial.
En julio del
2009 se declaraba la “quiebra técnica de California, el estado más
poblado de Estados Unidos, cuyo déficit había crecido a más de 26 mil
millones de dólares. Para el 2012 se estima que llegará a 28 mil
millones.
Pero tampoco es solo California. Es la economía misma
de Estados Unidos la que enfrentaba un déficit comercial que “aumentó
desde los años 80, con Ronald Reagan, de 50 o 60 mil millones a 300 mil
millones de dólares”, como lo recordaba el economista brasileño,
Theotonio dos Santos, en una entrevista publicada en septiembre pasado.
El
déficit público, señaló, “también aumentó en una cuantía similar,
porque los dos déficit se combinan: los excedentes retenidos por los
exportadores que le venden a Estados Unidos se convierten en títulos de
la deuda pública, y de esa forma se cubre el déficit fiscal”.
¿Cómo
logra entonces sobrevivir? ¿De dónde salen los recursos para mantener
guerras absolutamente impagables, como las de Irak y Afganistán? ¿Es
posible que ese proceso siga indefinidamente?
Hay un esquema perverso que explica como funciona el proceso, como se financian esos gastos.
“Pirámide”
Una
cierta forma de “pirámide”, un mecanismo de estafa financiera por el
cual se atrae capitales mediante promesas de grandes y rápidas
ganancias, se ha desarrollado a nivel mundial. El mecanismo funciona
mientras haya recursos para seguir alimentando la construcción de la
“pirámide”. Con ese dinero se va pagando a los que entraron primero,
mientras los últimos esperan nuevos partes para recuperar su capital. Si
el mecanismo pudiera funcionar indefinidamente, todo el mundo ganaría
dinero. Pero, inevitablemente, el ritmo de incorporación de nuevos
capitales disminuye, hasta revelarse su incapacidad para pagar a los que
se quedaron en la base de la pirámide.
El mecanismo se hizo
conocido en muchos lugares del mundo donde se aplicó esa forma de
estafa. Nuevamente, fue en Estados Unidos donde ocurrió la más
escandalosa, que quedó al desnudo en 2008, cuando el ex-presidente de
Nasdaq, Berny Madoff, fue detenido después de descubrirse que su empresa
de inversiones no era otra cosa que un colosal esquema de “pirámide”
con 40 años de operar y un agujero de 50 mil millones de dólares.
Pero
si bien eso ocurrió en el ámbito privado, lo cierto es que también la
economía mundial ha funcionado, en los últimos 40 años, sobre esta base.
En
un documento sobre la crisis publicado en mayo del 2008, líderes
socialistas europeos, encabezados por el expresidente de la Comisión
(1985-95), Jacques Delors, advertían que “La locura financiera no debe
gobernarnos”.
En ese documento –al que deberíamos volver la
mirada una y otra vez– recordaban que “Hoy el capital financiero
representa quince veces el Producto Interno Bruto (PIB) de todos los
países. La deuda acumulada de las familias, de las empresas financieras y
de las administraciones públicas norteamericanas representa más de tres
veces del PIB de Estados Unidos. El doble de lo que representaba
durante el crack de la bolsa en 1929”.
“El sistema financiero ha
acumulado una gigantesca masa de capital ficticio”, advertían Delors y
sus compañeros. “Esta crisis financiera ha permitido visualizar mucho
mejor las enormes desigualdades sociales, que no han dejado de
incrementarse en las últimas décadas”, para concluir señalando que “Nos
arriesgamos a un aumento sin precedentes de la pobreza”.
Lo
descrito en el documento no es otra cosa que el mecanismo de la
“pirámide” aplicado a escala planetaria, a dimensiones nunca imaginadas.
Un esquema que permitió a los Estados financiar sus gastos con recursos
creados de forma ficticia mediante mecanismos que, como por arte de
magia, multiplicaron por quince el PIB de los países.
Con el
apoyo de los Estados la especulación financiera tomó vuelo, se despegó
de la economía real, inventó nuevos y más sofisticados mecanismos para
hacer crecer la pirámide a niveles insospechados y que algunos soñaban
con transformar en eternos. Algo que uno de los hombres más ricos del
mundo, Warren Buffett, describió como “armas financieras de destrucción
masiva”.
Ahora los escalones más bajos de la pirámide se ven
amenazados de no recibir retorno alguno. Pero esos escalones son los
grandes fondos de inversión, bancos, y especuladores financieros.
Ante
la amenaza exigen a los Estados exprimir a quienes nunca quisieron –ni
podían– jugar ese juego, a la inmensa mayoría de los ciudadanos, con la
esperanza de seguir alimentando la “pirámide”.
Los ciudadanos se
resisten y el juego ha entrado en un impasse. Mientras se tensan las
fuerzas, nadie se atreve a predecir el resultado. En todo caso, todos
sabemos cuál es el final del esquema de la “pirámide”. No es otro que el
derrumbe del edificio y la ruina de las jugadores.
Pero una cosa es condenar a Madoff a 150 años de cárcel, y otra hacerlo con los jugadores de esa ruleta mundial.
Europa
Si
bien la crisis estalló en Estados Unidos hace ya casi cinco años, se ha
extendido por Europa de manera que parece incontenible.
El
pasado 1 de diciembre, el nuevo presidente del Banco Central Europeo, el
italiano Mario Draghi, ha vuelto a advertir que los riesgos de recesión
de la economía europea siguen aumentando.
Pero Draghi, lo que
propone es un “gran pacto fiscal”, que reduzca los déficits de los
Estados europeos, de modo que puedan hacer frente a sus deudas. O sea,
que se siga alimentando los niveles superiores de la “pirámide” con los
recursos que el Estado deja de invertir en salud, educación o pensiones.
Con la consecuencia, ya advertida por Delors, de que habrá un aumento
sin precedentes de la pobreza.
Europa apuesta mucho a la reforma
de su más reciente tratado, el de Lisboa, que deberá ser decidida en una
cumbre el próximo 9 de diciembre. Pero todos advierten que eso tomará
tiempo y no resuelve la crisis actual.
Como lo explican los
economistas, “con motivo de la crisis de la deuda soberana, los bancos
europeos no han logrado emitir deuda en los mercados mayoristas desde
hace meses”. Y el año que viene deben refinanciar 800 mil millones de
euros.
No parece viable financiar la banca a esos niveles, a costa de imponer una extrema austeridad a los ciudadanos.
No
parece sensato esperar que algo así se pueda hacer sin generar un
enorme caos social. En Grecia e Italia encargan a “tecnócratas”, a
expertos banqueros –los mismos que nos condujeron a ese callejón– la
salida de la crisis. En Inglaterra, o en España, se acude a los mismos
sectores conservadores que alimentaron esa pirámide. Reina el
desconcierto y la perplejidad, antesala de la ira, que brotará cuando la
estafa quede aun más en evidencia.
Pero de la ira no saldrá la solución, si no la alimenta la claridad y la inteligencia.
Medio Oriente y Asia
Ante
esa realidad la protesta surge en toda Europa, desde Atenas hasta
Londres. Este escenario desestabiliza también otras regiones del mundo,
como el sensible Medio Oriente y el norte de África. La crisis con Irán
es particularmente explosiva y está en pleno desarrollo, con la toma de
la embajada británica en Teherán y sus consecuencias.
Es imposible prever en que va a terminar ese proceso, que posiblemente no dejará incólume ningún régimen de la región.
Mientras
la crisis desestabiliza los Estados, el escenario internacional sufre
también enormes conmociones. Las miradas se dirigen hacia otras partes
del mundo, como lo viene advirtiendo Kishore Mahbubani, rector de la Lee
Kuan Yew School of Public Policy, de la Universidad Nacional de
Singapur, una de las voces más respetadas en el sector académico de la
región.
“Hubo un tiempo en que las cumbres europeas permitían
vislumbrar el futuro orden mundial. Pero esos tiempos han pasado”,
advirtió Mahbubani en un artículo publicado, la semana pasada, en el
británico Financial Times.
Hoy, aseguró, “quienes buscan
vislumbrar el futuro tienen que poner atención a las cumbres del este
asiático, como la ocurrida a fines de noviembre en Bali, Indonesia, en
la que Estados Unidos y Rusia participaron por primera vez. La razón
para eso, en su opinión, es China.
“Un nuevo gran juego está
comenzando”, destaca Mahbubani. Un cierto grado de rivalidad entre
Washington y Beijing –si no se enfoca demasiado en lo militar– puede ser
útil para la región, al ofrecer dos visiones distintas de como promover
la cooperación regional y global. La competencia entre estas dos
visiones, asegura, ofrecerá atisbos del nuevo orden mundial que emerge.
Quizás
sea así, pero Mahbubani tiene la precaución de señalar que lo será solo
si lo militar no ocupa un lugar demasiado preponderante en esa
confrontación. Y nada nos asegura que no será así. Como recordaba con
mucho realismo Joseph Nye, presidente del Consejo Nacional de
Inteligencia de los Estados Unidos en 1993 y 1994 y hoy académico de
Harvard, en reciente entrevista sobre los BRIC (Brasil, Rusia, India y
China) para la BBC, si “nos preguntamos si es posible que un grupo de
países puedan formar una alianza militar que le haga contrapeso al poder
estadounidense tenemos que tener en cuenta que Estados Unidos realiza
casi la mitad del gasto mundial militar”. Aunque Nye no le atribuye un
gran futuro en el escenario internacional al BRIC como grupo, reconoció
el papel cada vez más importante que juegan China, India y Brasil.
América Latina
América
Latina no se queda, tampoco, al margen de ese reacomodo. La creación,
el pasado 3 de diciembre, de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (CELAC), integrada por 33 países de la región, con las
ausencias notables de Estados Unidos y Canadá, despierta grandes
expectativas. Y aunque es difícil predecir su futuro, parece el paso
lógico derivado de los procesos de integración regional que se han
venido desarrollando, sobre todo, en el sur del continente y que tiene
como antecedentes el Mercosur y la Unasur.
Ya en 2077 el
embajador Samuel Pinheiro Guimarães, ministro de la Secretaría de
Asuntos Estratégicos de la Presidencia de Brasil durante el gobierno de
Lula y hoy Alto Representante General del Mercosur decía que “los países
medios, que conforman la América del Sur, se enfrentan al dilema de
unirse y formar un gran bloque de 17 millones de km2 y 400 millones de
habitantes, para defender sus derechos inalienables de aceleración del
desarrollo económico, de preservación de la autonomía política y de
identidad cultural, o de ser absorbidos como simples periferias de otros
grandes bloques”.
La pieza clave de esa integración, Brasil, juega también en la cancha de los BRIC.
Pero,
como decía Guimarães en el trabajo citado, “América del Sur se halla,
necesaria e inconmovible, en el centro de la política externa
brasileña”. Se ha avanzado en ese proceso y habría que ser miope para no
ver, en la creación de la CELAC, un paso más ambicioso en esa misma
dirección, puesto que su ámbito de acción se amplía ahora más allá de
América del Sur, incluyendo América Central y México, e incorpora todo
el Caribe.
Todos estos movimientos parecen no ser más que
expresión de la búsqueda del nuevo orden mundial, que deberá reemplazar
el que ahora agoniza, sin que nadie se atreva a predecir con claridad
las formas que asumirá.
Gilberto Lópes
Rebelión
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