Durante las protestas
en la plaza Tahrir en noviembre de 2011, Mohamed Alí, de 20 años,
respondió a la pregunta de un periodista –de por qué estaba ahí–
diciendo:
Queremos justicia social. Nada más. Es lo menos que merecemos.
Todos fueron un logro fantástico. Lo que han alcanzado puede medirse en un extraordinario artículo escrito por Lawrence Summers en el Financial Times, el 21 de noviembre:
La inequidad no puede ya mantenerse a raya con las ideas habituales. Éste no es un argumento por el que se le haya conocido a Summers con anterioridad.
En el artículo anota dos puntos importantes, considerando que personalmente él ha sido uno de los arquitectos de las políticas económicas mundiales de los últimos 20 años, las que nos han puesto a todos en esta aguda crisis en la que el mundo se encuentra ahora.
El primer punto es que ha habido cambios fundamentales en las estructuras económicas mundiales. Summers dice que
el más importante es el fuerte viraje en la recompensa que el mercado le hace a una pequeña minoría de ciudadanos en relación con las recompensas disponibles para la mayoría de los ciudadanos.
El segundo tiene que ver con dos clases de reacciones públicas ante esta realidad: una es la de los que protestan y otra, aquélla de quienes siendo muy fuertes están contra los que protestan. Summers dice que él está contra la
polarización, que es lo que, según él, hacen quienes protestan. Pero luego dice:
Al mismo tiempo, aquéllos que muy rápidamente etiquetan cualquier expresión de preocupación por la creciente inequidad como algo fuera de lugar o como producto de la lucha de clases, está todavía más fuera de base.
Lo que el artículo de Summers indica no es que él se haya convertido en exponente del cambio social radical –lejos está de eso– sino más bien que está preocupado por el impacto político del movimiento mundial en pos de justicia social, especialmente en lo que él llama el mundo industrializado. Yo considero esto un logro del movimiento en pos de justicia social.
La respuesta a este éxito han sido unas cuantas concesiones menores aquí y allá, pero luego una creciente represión por todas partes. En Estados Unidos y Canadá, ha habido un sistemático despeje de todas las
ocupaciones. La virtual simultaneidad de estas acciones policiacas parece indicar alguna coordinación de alto nivel. En Egipto, los militares han resistido cualquier dilución de su poder. En Grecia e Italia las políticas de austeridad fueron impuestas por los decretos de Alemania y Francia.
La historia, sin embargo, está lejos de haber terminado. Los
movimientos desarrollan un segundo viento. Los manifestantes reocuparon
la plaza Tahrir y al mariscal de campo Tantawi le están dando el mismo
tratamiento de desdén que le dieron a Hosni Mubarak. En Portugal, el
llamado a una huelga general de un día paralizó por completo el sistema
de transporte. Una huelga anunciada en Gran Bretaña en protesta por los
recortes en las pensiones esperaba reducir el tráfico en Heathrow en 50
por ciento, lo que tendría repercusiones mundiales, dada la centralidad
de Heathrow en el sistema de transportación mundial.
En Grecia, el gobierno ha intentado exprimir a los pensionados pobres
instaurando un enorme impuesto en su recibo de luz, y amenazan cortar
la electricidad si no pagan. Hay resistencia organizada. Los
electricistas locales están reinstalando ilegalmente la energía
eléctrica, pues cuentan con la incapacidad del reducido personal
municipal para hacer cumplir su ley. Es una táctica que se ha utilizado
con éxito en el suburbio de Soweto en Johannesburgo durante ya 10 años.
En Estados Unidos y Canadá, el movimiento de ocupación se ha
diseminado de los centros de las ciudades a los campus universitarios. Y
los
ocupasestán discutiendo lugares alternativos qué ocupar durante los meses del invierno. La rebelión estudiantil en Chile ya se expandió a las escuelas secundarias.
Debemos resaltar dos cosas acerca de la presente situación. La
primera es que los sindicatos –como parte de lo que ha estado
ocurriendo, como resultado de lo que ha estado ocurriendo– se han vuelto
mucho más militantes, y mucho más abiertos a la idea de que deberían
ser participantes activos en el movimiento mundial en pos de justicia
social. Esto es cierto en el mundo árabe, en Europa, en Norteamérica, en
el sur de África, aun en China.
Lo segundo que hay que resaltar es el grado en que los movimientos
por todas partes han podido mantener su énfasis en una estrategia
horizontal. Los movimientos no son estructuras burocráticas sino
coaliciones de múltiples grupos, organizaciones y sectores de la
población. Siguen trabajando duro en debatir de modo continuo sus
tácticas y sus prioridades, y están resistiendo el volverse excluyentes.
¿Funciona esto todavía con suavidad? Por supuesto que no. ¿Funciona
esto mejor que reconstruir un nuevo movimiento vertical, con un
liderazgo claro y disciplina colectiva? Hasta ahora, claro que ha
funcionado mejor.
Debemos pensar en las luchas mundiales como una larga carrera, en la
que los corredores tienen que usar su energía sabiamente con tal de no
desgastarse mientras mantienen la mira en el objetivo final –una clase
diferente de sistema-mundo, mucho más democrático, mucho más igualitario
que nada de lo que tenemos ahora.
Immanuel Wallerstein
La Jornada
Traducción: Ramón Vera Herrera
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