Debido a que debo escribir desde la región que produce más frases hechas por metro cuadrado que cualquier otro
tema, quizá debería hacer una pausa antes de lamentarme por toda la basura y estupideces que he leído sobre la crisis financiera mundial. Pero voy a abrir fuego. Opino que los reportes sobre el colapso han caído más bajo que nunca, al grado de que ni la información de Medio Oriente se difunde con la clara obediencia que se rinde a las mismas instituciones y a los
expertosde Harvard que colaboraron para crear este desastre criminal mundial.
primavera árabe, que es en sí una grotesca distorsión verbal de lo que en realidad es un despertar árabe-musulmán que está sacudiendo a Medio Oriente; y los sucios paralelismos que se establecen entre estos movimientos y las protestas sociales en las capitales occidentales. Se nos ha engañado con los reportes de los pobres y los que no tienen que
han tomado una páginadel libro de la
primavera árabe, sobre la forma en que fueron derrocados los regímenes de Egipto, Túnez y, hasta cierto punto, Libia, y de cómo esto
inspiróa estadunidenses, canadienses, británicos, españoles y griegos a manifestarse masivamente. Pero todo esto es absurdo.
La verdadera comparación ha sido inventada por los periodistas occidentales, siempre ansiosos por exaltar las rebeliones contra los dictadores árabes mientras ignoran las protestas contra los gobiernos
democráticosde Occidente. Siempre desesperados por sacar de contexto las manifestaciones para sugerir que simplemente se deben a una moda originada en el mundo árabe. La verdad es algo distinta.
Lo que llevó a decenas de miles de árabes a las calles, y que después se volvieron millones en las capitales de Medio Oriente, fue la demanda de dignidad y la negativa a aceptar a las dictaduras de familias locales que son, de hecho, dueñas de estos países. Los Mubarak, los Ben Alí, los Kadafi, los reyes y emires del golfo y Jordania, y los Assad, todos ellos creían tener derecho de propiedad sobre naciones enteras. Egipto pertenecía a Mubarak Inc., Túnez a Bel Alí Inc. (y a la familia Traboulsi), Libia a Kadafi Inc. Los mártires de las dictaduras murieron para constatar que sus países pertenecían a los pueblos.
Este es el verdadero paralelismo con Occidente. Ciertamente los movimientos de protesta son contra las grandes corporaciones, en una causa perfectamente justificada, y contra los gobiernos. Lo que han descubierto los manifestantes, de manera algo tardía, es que durante décadas han sido engañados por democracias fraudulentas, que votan abnegadamente por partidos políticos que, después de triunfar en las urnas, entregan el mandato democrático y el poder popular a bancos, comerciantes y agencias calificadoras, todas ellas respaldadas por un coto de negligentes y deshonestos
expertosde las más costosas universidades estadunidenses y think-tanks, que mantienen la ficción de que existe una crisis globalizada, en vez de una treta masiva contra los electores.
Los bancos y agencias calificadoras se han vuelto los dictadores de Occidente. Igual que los Mubarak y los Ben Alí, los bancos creyeron –y siguen creyendo– que son dueños de sus países. Las elecciones que les han dado poder, gracias a la cobardía y complicidad de los gobiernos, se vuelven tan falsas como los comicios en los que los árabes eran obligados a participar, década tras década, para ungir como gobernantes a los propietarios de sus países.
Goldman Sachs y el Banco Real de Escocia son los Mubarak y Ben
Alí de Estados Unidos y Gran Bretaña, que devoraron la riqueza de los
pueblos mediante tramposas recompensas y bonos para sus jefes sin
escrúpulos a una dimensión infinitamente más rapaz que la pudieron
imaginar los codiciosos dictadores árabes.
No fue necesario, aunque me fue útil, ver el programa Inside Job
de Charles Ferguson transmitido esta semana por la BBC para demostrarme
que las agencias calificadoras y los bancos estadunidenses son
intercambiables, que el personal de ambas instituciones se mueve sin
trámites entre las agencias, los bancos y el gobierno de Estados Unidos.
Los mismos muchachos calificadores (casi siempre varones, claro) que
calificaron con triple A préstamos devaluados y sus derivados en Estados
Unidos ahora atacan a zarpazos a los pueblos de Europa –mediante su
venenosa influencia en los mercados– y los amenazan con disminuir o
retirar las mismas calificaciones a naciones europeas, que alguna vez
otorgaron a criminales, antes del colapso financiero estadunidense.
Siempre he creído que los argumentos mesurados tienden a ganar las
discusiones. Pero perdónenme, ¿quiénes son estas criaturas cuyas
agencias calificadoras ahora espantan más a Francia de lo que Rommel lo
hizo en 1940?
¿Por qué no me lo dicen mis colegas periodistas en Wall Street? ¿Por
qué la BBC, CNN y –ay, Dios– hasta Al Jazeera, tratan a estas
comunidades criminales como incuestionables instituciones de poder? ¿Por
qué nadie investiga, como ha comenzado a hacerlo Inside Job,
estos escandalosos tratos sucios? Todo esto me recuerda la manera
igualmente cobarde en que los reporteros estadunidenses cubren Medio
Oriente, la forma tenebrosa en que siempre evitan hacer críticas
directas a Israel, siempre bajo el poder de un ejército de cabildos pro
Likud que explican a los televidentes que la
labor de pazde Estados Unidos en el conflicto israelí-palestino merece nuestra confianza; y por qué los buenos son los
moderadosy los malos son los
terroristas.
Al menos los árabes han empezado a ignorar estas tonterías. Pero
cuando los que protestan contra Wall Street hagan lo mismo, se
convertirán en
anarquistas,
terroristassociales en las calles de Estados Unidos que exigen que los Bernanke y Gethner enfrenten un juicio como al que se ha sometido a Hosni Mubarak. Nosotros, en Occidente, hemos creado a nuestros propios dictadores, pero a diferencia de los árabes los volvimos intocables.
El primer ministro de Irlanda, Enda Kenny, informó solemnemente a sus
compatriotas esta semana que ellos no son responsables de la crisis en
la que se encuentran. Ellos ya lo sabían, desde luego. ¿Por qué no les
dijo de quién es la culpa? ¿No va siendo hora de que él y los otros
primeros ministros europeos nos lo digan, y también de que los
reporteros nos lo informen?
Robert Fisk
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
La Jornada
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