Es sabido desde Oscar Wilde que un mapa sin la isla de Utopía es un
mapa que no merece la pena. Sin embargo, que Islandia haya pasado de
niña bonita del capitalismo tardío a proyecto de democracia real, nos
sugiere que un mapa sin Utopía no sólo es indigno de nuestra mirada,
sino también un engaño debido a una cartografía defectuosa. El faro de
Utopía, lo quieran los mercados o no, ha comenzado a emitir tenues
señales de aviso al resto de Europa.
Islandia no es Utopía. Es conocido que no puede haber reinos de
libertad en el imperio de la necesidad del capitalismo tardío. Pero sí
es el reconocimiento de una ausencia dramática. Islandia es la prueba de
que el capital no tiene toda la verdad sobre este mundo, aun cuando
aspire a controlar todos los mapas que de él disponemos.
Con su decisión de frenar la rueda trágica de los mercados, Islandia
ha sentado un precedente que puede amenazar con romper el espinazo del
capitalismo tardío. Por ahora, esta pequeña isla, que está haciendo lo
que decían que era imposible por irreal, no parece sumirse en el caos,
aunque sí en el silencio informativo. ¿Cuánta información tenemos de
Islandia y cuánta de los préstamos a Grecia? ¿Por qué Islandia está
fuera de unos medios que deberían contarnos lo que sucede en el mundo?
Hasta ahora, ha sido patrimonio del poder definir lo que es real y lo
que no, lo que puede pensarse y hacerse y lo que no. Los mapas
cognitivos empleados para conocer nuestro mundo han tenido siempre
espacios ocultos donde reside la barbarie que sustenta el dominio de las
élites. A esos puntos ciegos del mundo les suele acompañar la
eliminación de su opuesto, la isla de Utopía. Ya lo escribió Walter
Benjamin: todo documento de cultura es a la vez un documento de
barbarie.
Estas élites, ayudadas por teólogos y economistas, han venido
definiendo lo que es real y lo que no. Lo que es realista, de acuerdo
con esta definición de la realidad, y lo que no lo es y por tanto es una
aberración del pensamiento que no cabe considerar. Es decir, lo que
cabe hacer y pensar y lo que no. Pero lo han hecho de acuerdo con el
fundamento del poder y su violencia: el temible concepto de la
necesidad. Es necesario hacer sacrificios, dicen con el gesto transido. O
el ajuste, o la catástrofe inimaginable. Y es que el capitalismo tardío
ha expuesto su lógica de un modo perversamente hegeliano: todo lo real
es necesariamente racional y viceversa.
En enero de 2009, el pueblo islandés se rebeló contra la
arbitrariedad de esta lógica. Las manifestaciones pacíficas de la
multitud provocaron la caída del gabinete conservador de Geir Haarde. El
Gobierno recayó en una izquierda en minoría parlamentaria que convocó
elecciones para abril de 2009. La Alianza Socialdemócrata de la primera
ministra, Jóhanna Sigurðardóttir, y el Movimiento Izquierda-Verde
renovaron su coalición gubernamental con mayoría absoluta. En otoño de
2009 se inició por iniciativa popular la redacción de una Constitución
mediante un proceso de asambleas ciudadanas. En 2010, el Gobierno
propuso la creación de un consejo nacional constituyente cuyos miembros
habrían de ser elegidos al azar. Dos referéndums (el segundo en abril de
2011) negaron a los bancos el rescate y el pago de su deuda externa. Y
en septiembre de 2011 el antiguo primer ministro, Geeir Haarde, fue
enjuiciado por su responsabilidad ante la crisis.
Olvidar que el mundo no es una tragedia griega en la que la rueda del
destino o del capital gira sin atender a razones humanas es negar la
realidad. Es obviar que esa rueda es movida por seres humanos. Todo
aquello que podamos imaginar como posible es tan real como lo que los
mercados nos dicen que es la realidad. La posibilidad y la imaginación,
recuperadas en Islandia, nos enseñan que ellas son tan ciertas como la
necesidad pantagruélica del capitalismo. Sólo tenemos que atender a esa
llamada para descubrir la trampa que se pretende hacernos creer. No hay
otra alternativa, claman. ¿Acaso alguno de los que nos anuncian
sacrificios se ha molestado en revisar su mapa del mundo?
Islandia ha demostrado que nuestra cartografía tiene más cosas de las
que nos dicen. Que es posible dominar, y ahí reside el principio de la
libertad, la necesidad. Islandia, sin embargo, no es un modelo. Es una
de las posibilidades de lo diferente. El intento de la multitud
islandesa de construir el futuro con sus decisiones y su imaginación nos
muestra la realidad de una alternativa. Porque la posibilidad de la
diferencia proclamada por la multitud es tan real como la necesidad de
lo mismo exigida por el capital. En Islandia han decidido no dejar que
el mañana lo dicte la rueda trágica de la necesidad. ¿Seguiremos los
demás dejando que lo real quede definido por el capital? ¿Continuaremos
entregando el futuro, la posibilidad y la imaginación a los bancos, las
corporaciones y los gobiernos que dicen hacer todo lo que realmente se
puede hacer?
Todo mapa de Europa debería tener a Islandia en su punto de fuga. Ese
mapa debe construirse con la certeza de que lo posible está tan dentro
de lo real como lo necesario. La necesidad es sólo una posibilidad más
de lo real. Hay alternativa. Islandia nos lo ha recordado al proclamar
que la imaginación es parte de la razón. Es la multitud la que definirá
qué es lo real y lo realista usando la posibilidad de la diferencia. De
este modo, no alentaremos consuelo de soñadores, sino que nos
asentaremos en una parte de la realidad que el mapa del capital quiere
borrar por completo. La existencia de Utopía depende de ello. Y con esta
el concepto mismo de una vida digna de ser vivida.
Miguel Ángel Sanz Loroño
Doctorando e investigador de la Universidad de Zaragoza
Doctorando e investigador de la Universidad de Zaragoza
Público
No hay comentarios:
Publicar un comentario