domingo, 16 de octubre de 2011

16 octubre. Día Mundial de la Alimentación. "Cuanto más ricos, más pobres"

El domingo 16 de octubre se celebra el día internacional de la alimentación, en conmemoración del “cumpleaños” de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), y el siguiente es el día internacional de lucha contra la pobreza, oficializado en 1992 pero celebrado en Francia y otros países desde 1987, cuando miles de personas acudieron al llamado del padre Joseph Wresinski en solidaridad con los desesperadamente pobres, que él llamaba “cuarto mundo”.

En las dos décadas transcurridas desde que la comunidad internacional resolvió dedicar dos días consecutivos a recordar los temas del hambre y la miseria, el mundo conoció una prosperidad sin precedentes. Las exportaciones mundiales se multiplicaron casi cinco veces, de 781.000 millones de dólares en 1990 a 3.700 billones en 2010. El habitante promedio del mundo más que duplicó sus ingresos, de 4.079 dólares en 1990 a 9.116 dólares en 2010.

Y sin embargo el promedio mundial de indicadores sociales básicos que calcula Social Watch apenas aumentó en veinte años de 79,3 a 87,1, en una escala en la que el valor 100 representa el mínimo necesario para una vida digna. El Índice de Capacidades Básicas (ICB) que calcula Social Watch toma en cuenta indicadores sociales básicos de malnutrición infantil, partos atendidos por personal idóneo y educación primaria.

La medición más conocida de extrema pobreza es la línea de un dólar diario establecida por el Banco Mundial, ahora llevada a 1.25 para contemplar la inflación. Según el Banco Mundial, entre 1980 y 2005 el porcentaje de indigentes en el mundo se habría reducido a la mitad. El riesgo de que no se alcance el objetivo internacional de continuar reduciéndola a ese ritmo hasta el 2015 provendría de la crisis alimentaria, con precios agrícolas altos o volátiles, o de las repercusiones de la crisis financiera.

En cambio, al tomar en cuenta datos directos de bienestar y no el ingreso monetario, el ICB, que Social Watch publica hoy en simultáneo en varias partes del mundo, revela que toda la primera década del siglo XXI fue una década perdida en la lucha contra la pobreza, a pesar del excelente desempeño de las economías, en particular las de los países en desarrollo.

El comercio mundial y el ingreso per cápita crecieron más rápidamente en la primera década del siglo XXI que en la década anterior, pero los avances contra la pobreza se enlentecieron. La brecha se amplió por la distribución desigual de los beneficios de la prosperidad.

Ahora que los años de vacas gordas parecen estar cediendo el paso a una recesión mundial, las personas más vulnerables, las que no se beneficiaron con el crecimiento acelerado de la economía, sufrirán más con una nueva contracción.

Para peor, el auge económico de la primera década del siglo no aceleró a los indicadores sociales pero sí agravó el deterioro ambiental. Las emisiones per cápita de dióxido de carbono, conocido como CO2, o sea el carbón que se libera en la atmósfera como resultado de quemar combustibles fósiles, habían bajado entre 1990 y 2000, pero volvieron a subir en los últimos diez años.

El concepto de que la erradicación de la pobreza y el logro de la dignidad básica para todos exigen un modelo de desarrollo que destruya el medio ambiente es erróneo. Con emisiones de dióxido de carbono de tres toneladas per cápita por año, Costa Rica y Uruguay han logrado reducir su mortalidad infantil casi al mismo nivel que un país que emite veinte toneladas al año: Estados Unidos. Al mismo tiempo, y con el mismo nivel de emisiones que Noruega, Sudáfrica tiene indicadores sociales similares a los de Indonesia, que consume cinco veces menos combustibles fósiles.

Entre 1990 y 2000, el índice mundial de capacidades básicas mejoró cinco puntos (de 79 a 84) en tanto las emisiones mundiales per cápita de CO2 en realidad disminuyeron de 4,3 a 4,1 toneladas. En la primera década del siglo XXI, las emisiones mundiales de CO2 aumentaron a 4.6 toneladas per cápita, pero los indicadores sociales sólo subieron tres puntos.

Hace veinte años, los líderes del mundo reunidos en Río de Janeiro en la Cumbre de la Tierra afirmaron que “las causas principales de que continúe el deterioro del medio ambiente mundial son los patrones insostenibles de consumo y producción, particularmente en los países industrializados […] que agravan la pobreza y las disparidades”.

La declaración de Río de 1992 resultó profética. Las disparidades se han agravado desde entonces, a tal punto que el Fondo Monetario Internacional ahora advierte que las desigualdades son un freno al crecimiento económico. Desde el punto de vista social el impacto es aun peor. Richard Jolly, economista del instituto británico de estudios del desarrollo (IDS) y ex director de programas del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), sostiene que “comparados con los niños del veinte por ciento más rico de la población, los nacidos en el veinte por ciento más pobre tienen el doble de posibilidades de morir antes de los cinco años y el triple de ser malnutridos.

Estas situaciones no son nuevas, pero los políticos creyeron durante demasiados años que “con la marea subirán todos los barcos, grandes o pequeños” o que “el pastel tiene que crecer primero para poder repartirlo luego”. Nacido él mismo en una situación de indigencia, el padre Wresinski sabía que “donde hombres y mujeres están condenados a vivir en la pobreza, los derechos humanos están siendo violados”. Los números publicados por Social Watch apuntan, precisamente, a este escándalo y lo cuantifican. El mundo ya no tiene otra década para perder sin estallar antes.

Roberto Bissio

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