Es una perogrullada subrayar que
este año 2011 será uno de los más importantes de esta primera mitad de siglo. Y
ello tanto por la ruptura que introduce respecto al pasado cercano y más lejano
como por las potencialidades que encierra para el futuro. Es, de entrada, el
año del comienzo de una nueva época para el mundo árabe. Gracias a la
revolución tunecina, este ha alcanzado el tiempo del mundo moderno al colocar
la cuestión de la democracia en el centro de su historia. Aunque esta
transformación implica regresiones religiosas allí donde se ha producido la
revolución (Túnez, Libia, Egipto), estas no pueden disminuir el significado
histórico de la revolución misma.
En efecto, lo que en todas partes
caracteriza a esta revolución es el desplazamiento radical de la soberanía:
desde las independencias (en resumen, desde el final de la II Guerra Mundial), la
soberanía había sido confiscada por Estados burocráticos y militar-policiales.
Vuelve a la sociedad, a los pueblos. Este desplazamiento es de una importancia
capital para el acceso a la modernidad. Se produce al hilo de una retórica
contemporánea y moderna: la de los derechos de los pueblos a disponer de ellos
mismos frente a sus propios poderes estatales. Es por ello que los derechos del
hombre, la exigencia ardiente de ciudadanía y la libertad de conciencia han
estado en el centro de esos levantamientos.
Los movimientos islamistas, los
únicos que estas últimas décadas han organizado la resistencia civil contra las
dictaduras establecidas, se aprovechan hoy democráticamente de ese
desplazamiento de soberanía cuando se organizan elecciones democráticas. Nada
hay que objetar: la democracia no se reparte, salvo si los que se benefician de
ella quieren utilizarla para instaurar un nuevo orden totalitario. Veremos muy
rápidamente lo que ocurre. Porque lo seguro es que la revolución democrática
árabe no se detendrá aquí. Los movimientos, tanto islamistas como militares
(Egipto, Libia), que se han colocado a la cabeza de los levantamientos tendrán
enormes dificultades en controlar lo que se ha desencadenado en profundidad en
las sociedades.
¿Por qué? Simplemente porque se
trata de la llegada de una revolución de los derechos del hombre y del
ciudadano, directamente vinculada y determinada por la "globalidad"
de los valores republicanos, que, independientemente de la naturaleza de los
sistemas políticos, se imponen en todas partes del mundo. En definitiva, la
batalla no ha hecho más que empezar en el mundo árabe. No más que los militares
o la policía, los partidos religiosos no lograrán imponer su ley siniestra. La
batalla que se anuncia será la de la sociedad contra las fuerzas de regresión
que esta lleva también en su seno. Está claro que se ha abierto una época de
gran inestabilidad.
La segunda gran enseñanza de este
año 2011 es el fin de un mito y de un sueño. El mito de la construcción federal
de una gran Europa, que ha fracasado sobre las riberas devastadas de la crisis
económica mundial. Era inevitable, y ello al menos por dos razones. La primera
es el modelo institucional escogido, economicista e incoherente, que con el
Tratado de Maastricht ha instaurado una moneda única para 17 países diferentes
por sus desarrollos económicos y sus culturas políticas. El euro tenía que
unir, fundar una zona de desarrollo óptima, pero divide y crea desigualdades
insoportables entre las naciones. El sistema era malo. La moneda única fue mal
concebida. Corre el peligro de morir pronto. Es una lástima, porque Europa
merece existir para hacer frente a los desafíos de la globalización económica y
financiera. Hay que orientarse lo más rápido posible hacia una alianza
monetaria de sustitución, que será probablemente una moneda común en una Europa
conscientemente confederal. Es el camino de la sensatez. ¡Aunque vaya golpe ha
recibido el sueño europeo! Queríamos una Europa social dirigida por los
pueblos. Hemos tenido una Europa antisocial bajo la tutela de las
multinacionales. Resultado inevitable de la elección impuesta por los ambientes
políticos y financieros europeos: hacer de Europa un espacio de desarrollo
intensivo de la globalización liberal. Pero la Europa liberal se desmorona
desde 2008 bajo las contradicciones del propio liberalismo globalizado.
Estos dos grandes
acontecimientos, revolución árabe y crisis de Europa, solo están separados
aparentemente. Puesto que en ambos casos ha estallado el mismo grito: respeto
al derecho a la dignidad en un mundo árabe sometido a la dictadura
militar-policial, respeto a la dignidad social en una Europa sometida a la
dictadura de los mercados financieros y a la irresponsabilidad de las élites
políticas. Lo que venga después de 2011 se inscribirá inevitablemente en el eco
de ese grito de esperanza.
Sami Nair
El País
Traducción de M. Sampons.
No hay comentarios:
Publicar un comentario