viernes, 20 de enero de 2012

El coste de la desigualdad

Temores en la elite de Davos por la polarización económica entre el 1% y el 99.

Las cumbres de la élite empresarial celebradas cada año en la estación de esquí suiza de Davos antes eran alegres homenajes al dinamismo del capitalismo globalizado con reservas inagotables no sólo de champán y canapés, sino también de optimismo. Ya no tanto.

Hasta los consejeros delegados billonarios que se reunirán la semana próxima en Davos para el Foro Económico Mundial albergan dudas existenciales sobre la concentración de la riqueza en los bolsillos de una pequeña minoría (ellos mismos) hasta un extremo que no se había visto desde los años 20. Si se mantiene esta tendencia, pueden sembrarse las "semillas de una distopía", que sustituirá las utopías de la globalización que Davos siempre ha abanderado.

Es la conclusión del último informe Global Risks 2012,elaborado a partir de entrevistas a 469 expertos globales - la mayoría empresarios, pero también representantes sindicales y de la sociedad civil-,que se publica antes de cada cumbre en Davos. Este año, advierte que la desigualdad económica, junto con las crisis de endeudamiento público, "serán impulsores de nacionalismo, populismo y proteccionismo", (ideologías que chocan frontalmente con el espíritu de Davos).

Hay una dosis indudable de hipocresía en las advertencias de Davos. Muchos de sus participantes siguen asignándose espectaculares remuneraciones. El polémico banco de inversiones Goldman Sachs - uno de los 100 socios estratégicos del foro de Davos-,por ejemplo, causó estupor el martes al anunciar que había pagado una media de 300.000 euros a sus empleados en el 2011. Según la revista Forbes,el número de billonarios a escala mundial (con más de 1.000 millones de dólares) ha subido el 27% desde el inicio de la crisis en el 2007. El sueldo medio de los ejecutivos de multinacionales británicas subió el 55% en el 2010.

Pero el informe es otro indicio de la preocupación creciente entre las élites de que la desigualdad puede ser una bomba de relojería. En EE. UU., donde la renta real del 1% de las familias más ricas ha subido el 278% desde 1979 frente a un aumento del 35% para la clase media, Barack Obama ha nombrado a Alan Krueger, autoridad sobre desigualdad de la Universidad de Princeton, como principal asesor económico.

La polarización de las rentas entre una minoría privilegiada y el resto es un "cáncer que destruye la capacidad de nuestras economías para crecer y generar empleo". dice Stewart Lansley, autor británico del libro The cost of inequality (Gibson Square, 2012).

Para entender por qué, hay que remontarse tres décadas, a los años de la Dama de Hierro:"En los setenta y ochenta, con la llegada al poder de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, se empezó a decir que la sociedad igualitaria había llegado demasiado lejos. Que para tener una economía emprendedora y vibrante hacía falta bajar los impuestos a los ricos", explica Lansley en una entrevista.

El experimento se puso en marcha en EE.UU. y el Reino Unido. Se aplicaron recortes de impuestos sobre las rentas altas, de modo que se bajó el tipo superior del 80% al 30%. Se adoptó un programa de reformas estructurales, una agresiva desregulación laboral para reducir el poder sindical y bajar salarios; congelación de los salarios mínimos y draconianos recortes de la red de protección social para crear más incentivos.

Y, previsiblemente, los coeficientes Gini - una medida de desigualdad entre familias-se dispararon entre 1980 y 2000 en los países de la vanguardia de la revolución neoliberal, EE. UU., Reino Unido y Nueva Zelanda. Siguieron muchos países europeos. Alemania, a partir del 2002, desreguló su mercado de trabajo. Este país creó millones de empleos a tiempo parcial y registró un aumento fuerte de su coeficiente Gini, agravado por la ausencia de un salario mínimo en Alemania.

Pero el resultado económico de las políticas que polarizaron las rentas no era el deseado. "El crecimiento de las tres últimas décadas ha sido más volátil que en las anteriores, con sucesivas burbujas, graves crisis financieras y duras recesiones", dice Lansley. Esto se debe principalmente a dos factores. Uno: "Con salarios estancados, el consumo masivo depende cada vez más del endeudamiento privado", una fórmula de crecimiento insostenible. Estemismo argumento defiende Raguran Rajan, de la Universidad de Chicago, ex economista jefe del FMI que destaca el papel de la desigualdad en la crisis de las hipotecas basura en EE.UU. El FMI advierte que la reducción constante de salarios frente a beneficios en el reparto del PIB pone en peligro el crecimiento estable. Y dos: los superricos invierten en activos financieros especulativos muy susceptibles a burbujas, como la bolsa, o el sector inmobiliario. Es más, consumen menos de cada incremento de su renta que las clases media y trabajadora. Esto hunde la demanda agregadayprovoca recesiones, sostiene Robert Reich, el secretario de Trabajo de Bill Clinton. Algunos países evitaron la tendencia haciauna mayor desigualdad.

Los periféricos europeos –Irlanda, EspañayGrecia– gracias a nuevas redes de protección social vertebrada por la familia mediterránea, así como a un crecimiento económico generado por la integración en la unión europea. Así lograron reducir la desigualdad. En España y Grecia, el coeficiente Gini bajó de 0,35 a 0,32 entre los 80 y finales de la década pasada, segun la OCDE. Pero las últimas medidas anticrisis en la periferia de la zona euro –calcadas de las reformas estructurales de la revolución neoliberal hace 30 años– pueden estar sembrando otras "semillas de la distopía" en el sur europeo. En España, donde la crisis ya ha provocado un aumento del coeficiente Gini, segun Eurostat, la congelación del salario mínimo "con casi toda seguridad aumentará los niveles de desigualdad", dice Lansley.

Asimismo, "una ofensiva contra los convenios en España anularía los avances contra la desigualdad", advierte Philip Jenkins, de UNI Global Union, que participará en una conferencia en Davos la semana próxima titulada precisamente Las semillas de la distopía.

Andy Robinson
La Vanguardia

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