Bajo cualquier
parámetro con que se mida, 2011 fue un buen año para la izquierda en el
mundo –no importa lo amplio o estricto que se defina la izquierda
mundial. La razón básica fueron las condiciones económicas negativas que
sufrió casi todo el mundo. El desempleo era alto y creció aún más. Casi
todos los gobiernos tuvieron que enfrentarse a elevados niveles de
deuda con ingresos reducidos. Su respuesta fue tratar de imponer medidas
de austeridad a sus poblaciones mientras que intentaban proteger a sus
bancos al mismo tiempo.
El resultado fue un revuelta por todo el mundo que los movimientos que conformaron Ocupa Wall Street (OWS) llamaron
No es que los OWS, la Primavera Árabe o los indignados consiguieran todo lo que esperaban. El hecho es que lograron cambiar el discurso mundial, y lo alejaron de los mantras ideológicos del neoliberalismo acercándolo a temas como la inequidad, la injusticia y la descolonización. Por primera vez en un largo tiempo, la gente común discutía la naturaleza misma del sistema en que vivían; ya no se les podía dar por hecho.
Para la izquierda mundial la cuestión ahora es si puede avanzar y traducir este éxito discursivo inicial en una transformación política. El problema puede plantearse de un modo muy simple. Aun si en términos económicos existe una brecha clara y creciente entre un muy pequeño grupo (uno por ciento) y un grupo muy grande (99 por ciento), esto no significa que así ocurra la división política. A escala mundial, las fuerzas de centroderecha siguen representando a algo así como la mitad de las poblaciones del mundo, o por lo menos a aquéllos que son activos en lo político de alguna manera.
Por lo tanto, para transformar el mundo, la izquierda mundial necesitará un grado de unidad política que todavía no tiene. De hecho, existen profundos desacuerdos en torno a los objetivos de largo plazo y las tácticas de corto plazo. No es que estos puntos no se debatan, por el contrario, están en debate candente, y hay pocos progresos en cuanto a remontar las divisiones.
Estas divisiones no son nuevas. Eso no las hace más fáciles de resolver. Hay dos que son importantes. La primera tiene que ver con las elecciones. No hay dos, sino tres posiciones con respecto a las elecciones. Hay un grupo que sospecha profundamente de las elecciones, y argumenta que participar en ellas no es sólo ineficaz en lo político sino que refuerza la legitimidad del sistema-mundo existente.
Los otros piensan que es crucial tomar parte en el proceso electoral. Pero este grupo se divide en dos. Por un lado, quienes argumentan que son pragmáticos. Quieren trabajar desde dentro –desde el partido principal de centroizquierda cuando funcione un sistema multipartidista, o dentro del partido único de facto, cuando la alternancia parlamentaria no esté permitida.
Y por supuesto hay quienes denuncian esta política de escoger el mal menor. Insisten que no hay una diferencia significativa entre los principales partidos alternativos y respaldan la idea de algún partido que
Todos estamos familiarizados con este debate y hemos escuchado los argumentos una y otra vez. Sin embargo, es claro, por lo menos para mí, que si no hay cierto acercamiento entre los tres grupos en lo que respecta a las tácticas electorales, la izquierda mundial no tiene mucha oportunidad de prevalecer ni en el corto ni en el largo plazo.
Creo que hay un modo de reconciliación. Implica distinguir entre las tácticas de corto plazo y la estrategia de más largo plazo. Concuerdo mucho con quienes argumentan que obtener el poder del Estado es irrelevante para (y posiblemente hace peligrar la posibilidad de) una transformación de más largo plazo del sistema-mundo. Como estrategia de transformación, se ha probado muchas veces y ha fallado.
el 99 por ciento. La revuelta ocurrió en contra de la excesiva polarización de la riqueza, contra los gobiernos corruptos, y contra la naturaleza esencialmente antidemocrática de estos gobiernos –sea que contaran o no con un sistema multipartidista.
No es que los OWS, la Primavera Árabe o los indignados consiguieran todo lo que esperaban. El hecho es que lograron cambiar el discurso mundial, y lo alejaron de los mantras ideológicos del neoliberalismo acercándolo a temas como la inequidad, la injusticia y la descolonización. Por primera vez en un largo tiempo, la gente común discutía la naturaleza misma del sistema en que vivían; ya no se les podía dar por hecho.
Para la izquierda mundial la cuestión ahora es si puede avanzar y traducir este éxito discursivo inicial en una transformación política. El problema puede plantearse de un modo muy simple. Aun si en términos económicos existe una brecha clara y creciente entre un muy pequeño grupo (uno por ciento) y un grupo muy grande (99 por ciento), esto no significa que así ocurra la división política. A escala mundial, las fuerzas de centroderecha siguen representando a algo así como la mitad de las poblaciones del mundo, o por lo menos a aquéllos que son activos en lo político de alguna manera.
Por lo tanto, para transformar el mundo, la izquierda mundial necesitará un grado de unidad política que todavía no tiene. De hecho, existen profundos desacuerdos en torno a los objetivos de largo plazo y las tácticas de corto plazo. No es que estos puntos no se debatan, por el contrario, están en debate candente, y hay pocos progresos en cuanto a remontar las divisiones.
Estas divisiones no son nuevas. Eso no las hace más fáciles de resolver. Hay dos que son importantes. La primera tiene que ver con las elecciones. No hay dos, sino tres posiciones con respecto a las elecciones. Hay un grupo que sospecha profundamente de las elecciones, y argumenta que participar en ellas no es sólo ineficaz en lo político sino que refuerza la legitimidad del sistema-mundo existente.
Los otros piensan que es crucial tomar parte en el proceso electoral. Pero este grupo se divide en dos. Por un lado, quienes argumentan que son pragmáticos. Quieren trabajar desde dentro –desde el partido principal de centroizquierda cuando funcione un sistema multipartidista, o dentro del partido único de facto, cuando la alternancia parlamentaria no esté permitida.
Y por supuesto hay quienes denuncian esta política de escoger el mal menor. Insisten que no hay una diferencia significativa entre los principales partidos alternativos y respaldan la idea de algún partido que
genuinamentesea de izquierda.
Todos estamos familiarizados con este debate y hemos escuchado los argumentos una y otra vez. Sin embargo, es claro, por lo menos para mí, que si no hay cierto acercamiento entre los tres grupos en lo que respecta a las tácticas electorales, la izquierda mundial no tiene mucha oportunidad de prevalecer ni en el corto ni en el largo plazo.
Creo que hay un modo de reconciliación. Implica distinguir entre las tácticas de corto plazo y la estrategia de más largo plazo. Concuerdo mucho con quienes argumentan que obtener el poder del Estado es irrelevante para (y posiblemente hace peligrar la posibilidad de) una transformación de más largo plazo del sistema-mundo. Como estrategia de transformación, se ha probado muchas veces y ha fallado.
Esto no significa que esa participación electoral en el corto
plazo sea una pérdida de tiempo. El hecho es que una gran parte del 99
por ciento está sufriendo agudamente en el corto plazo. Y es este
sufrimiento de corto plazo su principal preocupación. Están intentando
sobrevivir, y ayudar a sus familias y amigos a sobrevivir. Si pensamos
en los gobiernos no como agentes potenciales de transformación social
sino como estructuras que pueden afectar el sufrimiento de corto plazo
mediante sus decisiones en torno a políticas públicas, entonces la
izquierda mundial está obligada a hacer lo posible por conseguir
decisiones de los gobiernos que minimicen las penurias.
Trabajar por minimizar las penurias requiere de la participación
electoral. ¿Y qué pasa con el debate entre quienes proponen el mal menor
y quienes proponen respaldar a genuinos partidos de izquierda? Ésta se
vuelve una decisión de táctica local, que varía enormemente de acuerdo a
varios factores: el tamaño del país, la estructura política formal, la
demografía, la localización geopolítica, la historia política. No hay
una respuesta estándar, ni pueda haberla. Ni tampoco la respuesta de
2012 va a ser válida para 2014 o 2016. Para mí, por lo menos, no es un
debate de principios sino una situación táctica que evoluciona en cada
país.
El segundo debate básico que consume a la izquierda mundial es la que existe entre lo que yo le llamo
desarrollismoy lo que podría llamarse la prioridad de un cambio civilizatorio. Podemos observar este debate en muchas partes del mundo. Uno lo ve en América Latina en los debates en curso, impulsados con bastante enojo entre los gobiernos de izquierda y los movimientos de pueblos indígenas –por ejemplo en Bolivia, Ecuador o Venezuela. Uno lo ve en América del Norte y en Europa en los debates entre los ambientalistas/verdes y los sindicatos que le dan prioridad a retener y expandir el empleo disponible.
Por un lado, la opción
desarrollista, sea que la pongan en marcha los gobiernos de izquierda o los sindicatos, es aquélla de que sin crecimiento económico no hay modo de rectificar los desequilibrios económicos del mundo actual, sea que hablemos de la polarización al interior de los países o de la polarización entre naciones. Este grupo acusa a sus oponentes de respaldar, al menos objetiva y posiblemente subjetivamente, los intereses de las fuerzas del ala derecha.
Los proponentes de la opción antidesarrollista dicen que
concentrarnos en la prioridad del crecimiento económico está mal por dos
razones. Es una política que simplemente continúa los peores rasgos del
sistema capitalista. Y es una política que ocasiona un daño irreparable
–ecológico y social.
Esta división es todavía más apasionada, si eso es posible, que la
participación electoral. La única manera de resolverla es proponiendo
arreglos, sobre la base de caso por caso. Para hacer esto posible, ambos
grupos deben aceptar de buena fe las credenciales de izquierda del
otro. Y no será fácil.
¿Pueden remontarse estas divisiones de la izquierda en los próximos
cinco a 10 años? No estoy seguro. Pero si no se remontan, no creo que la
izquierda mundial pueda ganar la batalla en los próximos 20 a 40 años
en torno a qué clase de sistema sucesor tendremos conforme el sistema
capitalista se colapsa definitivamente.
Immanuel Wallerstein
La Jornada
Traducción: Ramón Vera Herrera
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