Una comida de colores
Contarlo era como relatar una película de ciencia ficción a un público infantil.
-Llegará un día –decíamos abriendo bien los ojos- que los coches
volarán por los cielos, y no habrán problemas de aparcamiento. Todas las
casas, con forma de cohete tendrán su propio robot doméstico, que
lavará, aspirará y planchará siempre atento a nuestros deseos. Y
comeremos pastillas de colores con una satisfacción nutritiva
perfectamente calculada. Las pastillas verdes será la dosis justa de
verduras –y las niñas y niños oyentes ponían cara de asco-; las rojas
serán los bistecs; las blancas los lácteos; y las azules serán salmones o
sardinas, qué más da.
Pero parece que por
esta vez, acertaremos en nuestras predicciones, al menos en el capítulo
alimentario donde ya casi que casi podemos enumerar a una única empresa
global mandataria de uno de los colores del cuento y hacedora de las
pastillas en cuestión.
Pastillas y sus amos
Fíjense, en el caso del grano: trigo,
maíz, avena, soja, etc. – las pastillas amarillas- hay fuentes que
hablan de tres multinacionales que controlan el 90% de su
comercialización mundial, otras hablan de cuatro multinacionales con el
control del 70%. Pero no hay dudas en asegurar quien es de estos mamuts
el más poderoso: Cargill, que con una facturación
superior a 107.000 millones de dólares[1] (y unos beneficios de 2.690
millones, suficientes para garantizar la educación de todas las niñas y
niños del mundo) alcanza casi la mitad del negocio de alimentar al
mundo. Si una sóla empresa tiene este control: compra, almacena
(acapara) y vende grano por todo el mundo, cuando veamos los vaivenes en
los precios de los alimentos, sabremos a quién señalar y entenderemos
el porqué de las crisis alimentarias que dejan a millones de personas
sin capacidad para comprar alimentos. Porque Cargill, además de amos del
pastel, aprendieron hace ya unos años que había otra forma de ganar
dinero con la comida, sin construir ni un solo silo, ni comprar barcazas
o molinos. Dos divisiones de Cargill se dedican al afanoso negocio de
especular con las pastillas amarillas antes de que lleguen a nuestras
bocas. Se contratan cosechas que ni tan siquiera se sembrarán y –hagan
juego señores y señoras- empieza la especulación con el hambre de los
demás. Por cierto, gracias a la avidez de Goldmann Sachs,
que también aquí menea su cola de tiburón, desaparecieron en los años
90 las prohibiciones, y así la especulación alimentaria ganó en
‘participación democrática’. Desde entonces, fondos de inversión y
fondos de pensiones (como el suyo o el mío) también participan de este
negocio. Y la burbuja es cada vez más grande, y sus ventosidades más
peligrosas.
Y si de ventosidades hablemos quizás las
más apestosas nos lleguen de las pastillas rojas, de carne, donde casi
todo está bajo el control de una megagranja, Smithfield
(Campofrio en España), de capital estadounidense pero presente en medio
mundo; y en el otro también. Hamburguesas preelaboradas, salchichas
precocinadas y beneficios preestablecidos. Aunque su especialización y
receta más reconocida ha sido el ‘cerdo deslocalizado’. Sus granjas de
cientos de miles de cerdos confinados son complicadas de manejar
sanitaria y ecológicamente, y más sencillo resulta llevarlas a países
terceros donde las condiciones exigidas suelen pasar desapercibidas,
como en México, donde se inició el brote de la gripe porcina que derivó
en Gripe A, contra las que las ilusionistas corporaciones farmacéuticas
nos vendieron, por cierto, pastillas de color farsante.
El pastel de las pastillas azules ya casi
está del todo repartido. En España, gracias a muchas aportaciones
públicas tenemos uno de los gigantes, el capitán Pescanova,
con pocos reparos para hacerse con la pesca de ajenos y de nuestros
descendientes. Un planeta con el mar vacio; y los mares rellenos de
jaulas con la pesca engordada, troceada y lista para la exportación –del
Sur al Norte- es el bocadito con el que sueña esta empresa.
Merluzas de Namibia, panga criado en Mozambique, salmones en Chile son
finalmente miles de expescadores, con la soberanía alimentaria saqueada,
en cayucos buscando otro lugar donde sobrevivir.
Y hablemos también de las pastillas
blancas y de quién controla el volante en el monopolio de los productos
lácteos. Como dice la canción, «se repite la historia, sólo cambia el
actor». Lactalis actualmente es el líder europeo en el
sector lácteo y tiene gran afán en acaparar todo lo relacionado con el
sector. Sin saberlo es casi seguro que estemos consumiendo sus
productos (la lista es muy larga: President, Flor de Esgueva, El
Ventero, PULEVA, Chufi, Nesquik, La Lechera o Helados Nestlé). Y lo
grave de esto es que no tan sólo nos está limitando nuestra libertad de
consumir otro tipo de productos lácteos sino que, además, es quien peor
paga y trata a los ganaderos y ganaderas cosa que, como se sabe,
conlleva a la desaparición de las y los más pequeños y con granjas más
sostenibles. Sólo resisten los holding lecheros donde la leche no se
considera un alimento sino un bien para negociar, especular e invertir
el capital.
Y siguiendo con el cuento [que no es
mentira pues es verdad] aparecen nuevos personajes que, también, son
grandes depredadores: los que proveen de recursos para producir las
pastillitas de una manera determinada y dirigida, y los que tienen el
poder de distribuirlas en el mercado.
El gran proveedor de productos para la agricultura es Monsanto.
Una multinacional norteamericana que se dedica sin escrúpulos a
forrarse principalmente con la producción de herbicidas y de semillas
genéticamente modificadas. Tan sólo en el año 2010 obtuvo unos
beneficios de 1.109 millones de dólares (795 millones de euros)[2].
Sabemos de su saciedad sin límites para tener la propiedad de las
semillas, para usar todo su poder económico y político para inundar y
contaminar los campos con sus semillas transgénicas. Sabemos de sus
productos altamente tóxicos que están provocando auténticos desastres
medioambientales y humanos (su agente naranja usado en la guerra de
Vietnam como arma de destrucción masiva o su producto herbicida estrella
Roundup, son un ejemplo). Pero no imaginamos su sed de poder, que
disfrazan de buena voluntad con el mensaje de empresa comprometida en
erradicar el hambre en el mundo.
Recientemente y para que no se le escape
el control de ninguna pastilla verde ha comprado la empresa SEMINIS
(líder mundial en el desarrollo, producción y comercialización de
semillas de hortalizas híbridas en el mundo). Incluso se atreve a
vestirse de defensor de la biodiversidad financiando (junto con
Fundaciones como la Rockefeller, Bill Gates o Syngenta) la construcción,
en el Ártico Noruego, de una bóveda con muestras de semillas para
proteger las cosechas de una posible extinción causada por
contaminación, los desastres naturales o el cambio climático. ¿Será otra
estrategia de estas oscuras empresas para hacerse con todo el poder de
las semillas tradicionales? Será que sí.
Este tridente Monsanto-Fundación Rockefeller-Fundación Melinda-Bill Gates, mira
por donde, es el mismo que están promoviendo y financiando una nueva
revolución verde en África (AGRA) donde machacones repiten que para
erradicar el hambre es necesario producir más alimentos. Pero eso sí,
para que esta gente tan filantrópica financie estos programas se deben
de usar las semillas y pesticidas de Monsanto. Pura hipocresía para
hacer negocio a costa de la miseria de los otros.
Y decíamos, ¿cómo nos llegan estas
pastillas de colores a casa? De eso se encargan las grandes superficies
como Carrefour, Alcampo, Eroski o Mercadona que, en
los últimos años, se ha convertido en la empresa líder en supermercados
en España y una de las más valoradas porque, según anuncian, compra
directamente en origen. Para ello disponen de una red de
Interproveedores (que también fabrican sus marcas blancas). Para cumplir
con las condiciones impuestas por Mercadona, estos Interproveedores,
muchas veces deben hacer frente a grandes inversiones que se cubren con
sociedades de capital de riesgo, creadas por la familia Roig
–propietario de Mercadona- como Angels Capital y Atitlán Alpha. Los
volúmenes y costos que exige Mercadona obligan a modelos de producción
insostenible. Como el caso de la conservera Jealsa (Rianxeira)
que le abastece de más de 33 millones de latas de sardinas[3]
procedentes del Sahara Occidental ocupado, para colmar las estanterías
con su marca blanca Hacendado.
Es el momento de exigir a Mercadona que
no se lucre a partir de los recursos pesqueros que Marruecos está
robando al pueblo saharaui. Comprar robado es robar, es decir, otra
manera de vulnerar la soberanía alimentaria de un pueblo: esquilmar sus
recursos sin dejar beneficio alguno. Recientemente hemos visto publicado
el cuestionamiento grave que informes solicitados por el Parlamento
Europeo hacen del Acuerdo Pesquero de la UE con Marruecos (por ello las
flotas pesqueras españolas pueden operar en territorios ocupados por
el reino halauita). En ellos se advierte que de toda esta negociación
comercial no hay ninguna garantía de beneficios para pueblo saharaui, y
aún así (y saltándose sus propios requisitos), la UE ha concedido una
prórroga de un año para este acuerdo pesquero.
Comprar robado es robar, es decir, otra manera de vulnerar la soberanía alimentaria de un pueblo: esquilmar sus recursos sin dejar beneficio alguno.
¿Y si las pastillas alimenticias no se
consumen en casa? Una gran parte de las empresas que monopolizan la
producción y distribución de los sectores alimentarios han sido muy
ágiles para hacerse con este sector en expansión: el mercado de la
alimentación fuera del hogar que moviliza unos 30.000 millones[4] de
euros anuales, abarcando a tanto la restauración comercial
(restaurantes, take-away, restaurantes en ruta,..) como la restauración
colectiva (comida en hospitales, escuelas, servicios públicos, comedores
de empresas,…). Sin prejuicios ni manías, han creado un club de élite,
al que han puesto el nombre de Grupo Greco, formado
por 19 empresas líderes en el mercado de alimentación: Bel Foodservice,
Bonduelle Food Service, Calvo Distribución, Campofrío, Corporación
Alimentaria Peñasanta, Findus Food Service, Florette, Gallina Blanca,
Kellogg, Kraft, La Masía, Leche Pascual, Maheso, McCain, Nestlé
Professional, Nutrexpa, Pescanova, Sara Lee y Unilever Foodsolutions.
¿O acaso creíamos que el hecho de que sólo exista café Marcilla o
Nescafé o zumos Pascual en la mayoría de restaurante de carretera o de
hospitales es casualidad?
Y un campo descolorido.
Si esto nos asusta por lo que significa
de control para nuestra alimentación y nuestra salud, para las gentes
campesinas significa la desaparición (o en el mejor de los casos la
servidumbre extrema a estas corporaciones). El hambre, la pobreza en el
campo, la comida insana son resultados de este patrón neoliberal que en
la alimentación es muy sencillo de desvelar. Ya se cantaba en las
trincheras durante la guerra civil, y está más vigente que nunca:
«Qué culpa tiene el tomate
que está colgado en la mata,
si luego viene un hijo de puta
y lo mete en una lata
y lo manda pa Caracas»»
Porque también es histórica la lucha por
una justicia rural, que hoy se abandera con el paradigma de la Soberanía
Alimentaria, aglutinando a millones de campesinas y campesinos que
saben de carrerilla como acaba la tonada.
«Cuándo llegará el día
en que la tortilla se vuelva,
donde los pobres coman pan
y los ricos mierda, mierda»
1-Según el Informe Fiscal 2010 de Cargill. http://www.cargill.com/news/releases/2010/NA3032488.jsp
2-Según el Informe Anual 2010 de Monsanto http://www.monsanto.es/noticias-y-recursos/publicaciones-monsanto
3-Según datos del Observatorio de Recursos Naturales del Sáhara
Occidental (WSRW). Público 20 febrero 2011
http://www.publico.es/internacional/362234/sin-querer-contribuimos-al-expolio
4-Según Club Greco – www.clubgreco.com
Revista Pueblos. Carles Soler y Gustavo Duch. Diciembre 2100
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