Afinando los muchos análisis hechos
acerca del conjunto de crisis que nos asolan, llegamos a algo que nos
parece central y sobre lo que toca reflexionar seriamente. Las
sociedades, la globalización, el proceso productivo, el sistema
económico-financiero, los sueños predominantes y el objeto explícito del
deseo de las grandes mayorías es consumir sin límites. Se ha creado una
cultura del consumismo propalada por todos los medios. Hay que consumir
el último modelo de móvil, de zapatillas, de ordenador. El 66% del PIB
en EE.UU. no viene de la producción sino del consumo generalizado. Las
autoridades inglesas se sorprendieron al constatar que, entre quienes
promovían los disturbios en varias ciudades no solamente estaban los
habituales extranjeros en conflicto entre sí, sino muchos
universitarios, ingleses desempleados, profesores y hasta reclutas.
Gente enfurecida porque no tenía acceso al tan propalado consumo. No
cuestionaban el paradigma de consumo sino la exclusión del mismo.
En el Reino Unido después de Thatcher y en EE.UU. después de
Reagan, así como en el mundo en general, va creciendo una gran
desigualdad social. En el primero de ambos países, los ingresos de los
más ricos se incrementaron en los últimos años 273 veces más que las de
los pobres. Por eso, no es de extrañar la decepción de los frustrados
ante un software social que les niega el acceso al consumo y
ante los recortes en el presupuesto social, del orden del 70%, que los
castiga duramente. El 70% de los centros recreativos para jóvenes fueron
simplemente cerrados. Lo alarmante es que ni el primer ministro David
Cameron ni los miembros de la Cámara de los Comunes se tomaron el
trabajo de preguntar el porqué de los saqueos en las distintas ciudades.
Respondieron con el peor remedio: más violencia institucional.
El conservador Cameron dijo con todas las letras: "Vamos a
detener a los sospechosos y publicaremos sus caras en los medios de
comunicación sin importarnos las preocupaciones ficticias con respecto a
los derechos humanos". He aquí una solución del despiadado capitalismo
neoliberal: si la orden que es desigual e injusta lo exige, se anula la
democracia y se pasa por encima de los derechos humanos. Y esto sucede
en el país donde nacieron las declaraciones de derechos de los
ciudadanos.
Estamos enredados en un círculo vicioso que puede destruirnos:
necesitamos producir para permitir tal consumo. Sin consumo, las
empresas quiebran. Para producir, necesitan los recursos de la
naturaleza. Estos son cada vez más escasos y ya hemos dilapidado un 30%
más de lo que la tierra puede reponer. Si paramos de extraer, producir,
vender y consumir no hay crecimiento económico. Sin crecimiento, los
países entran en recesión, generando altos índices de desempleo. Con el
desempleo, irrumpen el caos social explosivo, depredaciones y todo tipo
de conflictos. ¿Cómo salir de esta trampa que nos hemos preparado a
nosotros mismos?
Lo contrario del consumo no es el no consumo, sino un nuevo software social
en la feliz expresión del politólogo Luiz Gonzaga de Souza Lima. Es
decir, urge un nuevo acuerdo entre un consumo solidario y frugal,
accesible a todos y los límites intraspasables de la naturaleza. ¿Cómo
hacer? Existen varias sugerencias: el "modo sostenible de vida" de la
Carta de la Tierra, el "vivir bien" de las culturas andinas, fundado en
el equilibrio hombre/Tierra, la economía solidaria, la
bio-socio-economía, el "capitalismo natural" que intenta integrar los
ciclos biológicos en la vida económica y social...
Pero los jefes de los Estados opulentos no hablan de estas
cosas. Tratan de salvar el sistema que hace agua por todas partes. Saben
que la naturaleza ya no puede pagar el alto precio que el modelo
consumista cobra. Estamos gobernados por ciegos e irresponsables,
incapaces de darse cuenta de las consecuencias del sistema
económico-político-cultural que defienden. Es imperativo un nuevo rumbo
global, si queremos garantizar nuestra vida y la de los demás seres
vivos. La civilización científico-técnica que nos ha permitido niveles
exagerados de consumo puede poner fin a sí misma, destruir la vida y
degradar la Tierra. Seguramente no es para esto para lo que hemos
llegado a este punto en el proceso evolutivo. Urge tener valor, osadía
para cambios radicales, si es que todavía nos tenemos un poco de amor a
nosotros mismos.
Leonardo Boff. Teólogo
Deia
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