La desmundialización es, por el contrario, deshacer lo que ha venido
imponiendo el neoliberalismo capitalista: el ilimitado crecimiento de
las ganancias, la flexibilización laboral, el incremento de la
especulación, los programas de ajuste presupuestario, el establecimiento
de un poder económico financiero como hábil titiritero de la autoridad
política, la idolatría de los mercados y las agencias de riesgo de modo
que “si la mundialización es la disolución de las soberanías por la
mercantilización de todo, desmundializar es repolitizar.”
Desde su creación, hace ya más de medio siglo, en el Hotel Bilderberg de
la pequeña ciudad de Oosterbeek, en los Países Bajos, la conformación y
las deliberaciones de los miembros del llamado Club Bildenberg han
permanecido dentro de la más estricta reserva. Entre los asistentes a
sus reuniones que suelen ser anuales y celebrarse desde entonces en
diferentes partes del mundo se encuentran banqueros, expertos en
defensa, ministros y primeros ministros, reyes y reinas, financistas
internacionales y líderes políticos del mundo occidental, en un número
estimado de 130 asiduos concurrentes.
Merecen citarse algunos de sus
nombres porque su grado de influencia en la toma de decisiones a nivel
mundial es sin duda considerable: Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, Peter
Sutherland, que fuera presidente de Goldman Sachs, Bill Gates, Henry
Kissinger o David Rockefeller, por mencionar solo unos pocos, y aunque
se descarten teorías de la conspiración no parece imaginable que estos
poderosos caballeros y equivalentes damas se reúnan periódicamente solo
para comentar la película de moda o el último campeonato de fútbol, de
béisbol o de tenis o los últimos chismes del corazón de las estrellas de
la jet set internacional.
Denis Healey, uno de los
fundadores y miembro del comité directivo de ese selecto club durante
más de 30 años, sostenía en 2001: "Decir que estamos luchando por un
gobierno mundial es exagerado, pero no completamente desacertado.
Nosotros en Bilderberg sentimos que no podemos seguir luchando para
siempre unos contra otros por nada y matando gente y dejando gente sin
hogar”. ¡Realmente conmovedor! Unos 25 años antes en 1973 fueron
creados, por iniciativa de David Rockefeller e integrados también por
destacadas personalidades de la economía y los negocios del mundo
capitalista, la Trilateral Commission y el Council of Foreign Relations,
destinados a fomentar la cooperación entre los Estados Unidos, Europa y
Japón.
No es necesario apelar a la idea de conspiración ni ser
demasiado imaginativo para descubrir que los objetivos de estas
organizaciones, como por otra parte ellas mismas declaran sin tapujos,
es tratar de mantener el mayor control posible sobre la producción, las
finanzas y el comercio internacionales reuniendo, en síntesis, en pocas
manos la suma del poder mundial.
Casi contemporáneamente a la
formación del Club Bilderberg, en una conferencia celebrada en 1944 en
Bretton Woods, EE.UU., surgió la idea de crear el Fondo Monetario
Internacional (FMI) en el que se hallan teóricamente representados 187
países pero en el que cada país tiene en su directorio de 24 miembros un
determinado poder de voto de acuerdo con su economía, lo que les otorga
a los más poderosos como los EE.UU. un privilegiado poder de veto.
Su objetivo declarado es “asegurar
la estabilidad del sistema monetario internacional o mejor dicho el
sistema de pagos internacionales y los tipos de cambio” con el objeto de “fomentar un crecimiento económico sostenible, mejorar los niveles de vida y reducir la pobreza”, pero
transcurridos casi 70 años desde su creación cabe preguntarse si sus
sucesivos dirigentes, hasta el recientemente cuestionado violador
Strauss Khan, sus funcionarios y sus técnicos han sido elegidos entre
los más incompetentes del planeta o existen otras razones para que los
resultados obtenidos sean para la mayor parte de esos 187 países
absolutamente opuestos.
Planteada la pregunta también podemos
hacérnosla con respecto al Banco Mundial (BM), creado en 1945 sobre la
base del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), cuyo
propósito inicial fue como en el caso anterior “reducir la pobreza en
los países en vías de desarrollo y de mediano ingreso brindándoles
asesoría financiera en materia de gestión económica” igual y
posteriormente reiterado para el Banco Mundial que por el contrario se
ha convertido en el mayor sistema de usura que hasta el momento haya
conocido la humanidad. Existen entre estos tres organismos de la
macroeconomía mundial demasiados parecidos y semejanzas tanto en sus
propósitos fundacionales como en sus resultados de modo que estas
sugestivas coincidencias no podrían atribuirse de buena fe a un simple
fracaso funcional, sino a una segura estrategia de sometimiento que
permita mantener, como dije anteriormente, en pocas manos o mejor dicho
en pocos cerebros la suma del poder mundial.
Otras organizaciones
de diferente carácter pero con fines coadyuvantes completarían este
escenario. La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico), creada en 1960, ya no incluye a todos los países del orbe
sino solo a los más ricos y desarrollados, 34 estados en suma que en
conjunto reúnen el 80% del PBI mundial y entre cuyos fines figuran “maximizar su crecimiento económico y coayudar a su desarrollo” con el pequeño agregado de “y al de los países no miembros”,
¡Otro objetivo igualmente conmovedor! La OMC (Organización Mundial del
Comercio) mucho más joven aún, fundada en 1995, objeto cuatro años más
tarde en 1999 de una de las mayores manifestaciones internacionales en
su contra en Seattle (EE.UU) constituye el más importante foro de
negociaciones comerciales multilaterales que junto con el FMI y el BM se
“esmeran” en la búsqueda de “una mayor coherencia entre las políticas económicas y las transacciones comerciales a escala mundial”, un
organismo que por otra parte ha sido y sigue siendo uno de los más
criticados por la falta de transparencia en las negociaciones que le
competen.
Y cómo omitir a la OTAN (Organización del Tratado del
Atlántico Norte) brazo armado de los poderosos de la tierra, cuya hazaña
más reciente ha sido bombardear al pueblo libio. Creada en 1948 por
signatarios de 11 países europeos más los EE.UU. es fundamentalmente una
estructura militar en la que como ya en lo señalara el general De
Gaulle en 1958, los EE.UU. tuvieron desde el principio y siguen
manteniendo un papel hegemónico contando así, entre otras cosas, con un
permanente e importante destino para la producción de su maquinaria
bélica industrial.
Es menester realizar también una breve
referencia a la Organización de las Naciones Unidas que aunque de
carácter un poco más diversificado no deja de contribuir con un espectro
de organismos que, a la manera de lo que suele suceder en los países
neoliberales, revisten una menor importancia relativa. De modo que la
UNESCO, (para la educación, la ciencia y la cultura) la FAO (para la
agricultura y la alimentación) la OMS (para la salud) y alguna otra rama
tal vez menos importante configuran una réplica de aquellas áreas de
gobierno que en el nivel de las naciones suelen considerarse servicios
sociales y carecer por lo tanto de la envergadura que en esos mismos
países adquieren los ministerios de economía, de finanzas, de comercio o
los bancos centrales.
No se trata ciertamente de un Gobierno
Mundial pero no solo se parece bastante, sino que como se ha venido
detallando se está preparando para serlo desde hace ya más de medio
siglo. Un gobierno mundial encabezado por un organismo casi invisible,
el Club Bilderberg, y una serie de proto-ministerios fundamentalmente
orientados al manejo económico y al aprovechamiento ilimitado de los
recursos renovables y no renovables del planeta y en lo posible a
eliminar a grandes sectores de población considerada en sus planes como
excedentaria. Un gobierno mundial diseñado a la medida del
neoliberalismo que como dice Bernard Cassen “ha definido el territorio de sus intervenciones a todo el planeta, sin fronteras de ningún tipo.”
El
sentido de la mundialización se orientó hacia la imposición de
determinadas exigencias como la privatización de los servicios públicos,
las desregulaciones laborales, la libre circulación de mercancías y de
capitales y finalmente a la instalación del dominio económico y político
de las grandes empresas transnacionales. Una mundialización que con un
sentido diametralmente opuesto fue acogida con beneplácito en los Foros
Sociales Mundiales, es decir no ya con el sentido pretendido por la
globalización (otro de sus nombres) económica sino con el de una
mundialización cuyo principal denominador debía ser el acceso universal a
los derechos ciudadanos. Sin embargo el nuevo paradigma de la
des-mundialización, no contradice este último objetivo sino que trata de
fortalecer aquellos campos de acción de nivel nacional donde todavía es
posible recuperar el manejo de los resortes económico-financieros que
la mundialización neoliberal como un enorme monstruo multicéfalo ha
venido usurpando a los países del orbe y cuyos tres motores, cito
nuevamente a Cassen: "son la libertad de circulación de capitales, la
libre inversión y el libre comercio de bienes y de mercancías(…) tres
motores que es necesario atrapar y someter al control democrático” y por lo tanto impostergable objeto de una verdadera desmundialización.
De
otro modo el avance de las estructuras de poder de la que forman parte
las organizaciones anteriormente descritas, seguirá consolidándose y
comprometiendo peligrosamente el futuro de la humanidad. La aspiración a
establecer un gobierno mundial no es una fantasía trasnochada. Hace
muchas décadas que los gobiernos de los Estados-naciones se ven solapada
o abiertamente sometidos a ese poder planetario que escapa al control
democrático, que se apoya en esa pléyade de organizaciones someramente
mencionadas y que los subordina al dominio casi invisible de un conjunto
de personalidades, algunas hasta desconocidas por la opinión pública,
que anualmente se reúnen en una especie de exclusivo “brain storming” en
el famoso Foro Económico Mundial de Davos en Suiza.
La
desmundialización es, por el contrario, deshacer lo que ha venido
imponiendo el neoliberalismo capitalista: el ilimitado crecimiento de
las ganancias, la flexibilización laboral, el incremento de la
especulación, los programas de ajuste presupuestario, el establecimiento
de un poder económico financiero como hábil titiritero de la autoridad
política, la idolatría de los mercados y las agencias de riesgo de modo
que “si la mundialización es la disolución de las soberanías por la
mercantilización de todo, desmundializar es repolitizar.” Y repolitizar
no es generar nuevas estructuras de concentración de poder sino, a la
inversa, devolver el poder a sus auténticos dueños a todos y a cada uno
de los países que conforman la comunidad mundial.
Susana Merino. Attac
Rebelión
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