En el marco de la
reunión anual del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, el
director general de la Organización Internacional del Trabajo, Juan
Somavía, advirtió ayer que el desempleo afecta actualmente a 200
millones de personas en el mundo, a pesar de que entre finales de 2010 y
principios de este año la economía del planeta atravesó por un periodo
de relativo crecimiento, con el consecuente impacto positivo en la
generación de plazas laborales. Adicionalmente, ante los barruntos de
recesión que se manifiestan en la hora presente, el funcionario advirtió
que
puede ser un serio error interpretar los momentos críticos que vivimos como si se tratara sólo de una crisis de confianza en los mercados financieros.
Ahora bien, y habida cuenta de que el déficit de plazas de trabajo persiste aun en los periodos de relativa bonanza económica, es inevitable suponer que la economía planetaria enfrenta algo más que una simple contracción coyuntural del mercado laboral. Antes al contrario, da la impresión de que el mundo se encamina a una pérdida estructural de puestos de trabajo relacionada, ciertamente, a la automatización de procesos que se ha vivido en distintas ramas de la economía, pero también a otros rasgos autodestructivos del modelo rentista, especulador y voraz que prevalece en el mundo.
En efecto, en la lógica del precepto neoliberal de la máxima rentabilidad, el desempleo y el subempleo son vistos como formas para lograr al abaratamiento de los salarios, en la medida en que multiplican la oferta laboral disponible. En países como el nuestro, por añadidura, la devaluación del trabajo se ha realizado, desde el poder público, por la vía de las políticas de contención salarial, instrumentadas con el argumento de combatir la inflación, y mediante una deliberada falta de inversiones gubernamentales suficientes en enseñanza y capacitación. Este círculo vicioso ha resultado catastrófico para la mayoría de la población, la cual debe ajustar sus mejores expectativas a la obtención de ocupaciones mal remuneradas; ha hundido en la desesperanza a millones de personas en edad productiva en todo el mundo y, en contraparte, ha permitido a diversas corporaciones e individuos incrementar sus fortunas y su poder fáctico.
Tal perspectiva es desoladora no sólo desde el punto de vista
económico, sino también desde la óptica de una gobernabilidad amenazada
por el desencanto y la desesperanza masivos. Así ha quedado de
manifiesto con los estallidos de movilizaciones sociales en Europa y el
mundo árabe, los cuales, más allá de las especificidades políticas,
sociales y culturales, han tenido como denominador común la frustración
popular hacia los estragos de la globalización económica, la carestía y
el desempleo.
La carencia de puestos de trabajo es, pues, un tema muy complicado como para dejar su solución a merced de los vaivenes del mercado: en cambio, se requiere de un gran consenso mundial que conlleve a la reformulación del modelo económico vigente que redirija las prioridades al beneficio del principal actor de la economía mundial: la población. Si hasta ahora no se ha escatimado en destinar cifras millonarias de recursos públicos para rescatar al sector financiero –con resultados más que cuestionables, por cierto–, lo menos que puede esperarse es que se haga otro tanto para beneficiar a la gente.
Editorial
La Jornada
http://www.jornada.unam.mx/2011/09/25/edito
La carencia de puestos de trabajo es, pues, un tema muy complicado como para dejar su solución a merced de los vaivenes del mercado: en cambio, se requiere de un gran consenso mundial que conlleve a la reformulación del modelo económico vigente que redirija las prioridades al beneficio del principal actor de la economía mundial: la población. Si hasta ahora no se ha escatimado en destinar cifras millonarias de recursos públicos para rescatar al sector financiero –con resultados más que cuestionables, por cierto–, lo menos que puede esperarse es que se haga otro tanto para beneficiar a la gente.
Editorial
La Jornada
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