El mundo enfrenta un
peligroso proceso de calentamiento global y es urgente tomar acciones
decisivas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
¿Qué se puede esperar de las negociaciones sobre cambio climático que
han arrancado esta semana en la ciudad de Durban, Sudáfrica? No mucho.
El establecimiento de compromisos vinculantes en el PK siempre chocó con las visiones neoliberales, en las que el mercado asigna los recursos eficientemente y siempre es necesario reducir la estorbosa intervención pública.
Muy pronto comenzaron las maniobras para socavar las metas cuantitativas del PK. Hoy casi han culminado con la destrucción del tratado. Durban puede ser el lugar en el que se expida el acta de defunción de ese tratado. Terribles serán las consecuencias.
Por eso las negociaciones desde el inicio se concentraron en la forma de reducir el costo de los compromisos adquiridos en el marco del Protocolo de Kioto. Se dijo que había que dotar de flexibilidad a los países del Anexo B. En realidad se trataba de eviscerar el tratado.
Entre otras cosas, se estableció el mecanismo de mercado de emisiones de gases invernadero. Esto correspondía perfectamente a la ideología neoliberal y a las necesidades del capital financiero. Las emisiones de gases invernadero podrían convertirse en otro novedoso instrumento para manejar activos financieros, bursatilizarlos y comercializarlos por todo el planeta… aunque no se supiera a ciencia cierta cuál sería su contenido. Literalmente, los cielos se pusieron en venta.
Además se establecieron los llamados mecanismos de desarrollo limpio y el de implementación conjunta. El primero permite a los países obligados a reducir sus emisiones de GEI ejecutar proyectos de reducciones de esos gases en países subdesarrollados. Estos proyectos generan créditos de reducción de emisiones certificadas que pueden contabilizarse para cumplir con las metas fijadas en el protocolo de Kioto.
Estos créditos también pueden venderse en el mercado mundial
de bonos de carbono y se les ha querido presentar como un ingenioso
mecanismo que integra decisiones de inversión y cambio tecnológico con
las virtudes del mercado libre. Una empresa en un país industrializado
puede continuar usando su tecnología contaminante, pero puede compensar
los efectos negativos al generar proyectos que reducen emisiones en
otros países. Se supone que la mayor flexibilidad en los países
industrializados permite alcanzar las metas de reducciones en esas
naciones más rápidamente. La realidad es que estos mecanismos no sólo
son ineficientes, sino que pueden hacer más lento el proceso de
eliminación de la dependencia en las fuentes de energía fósil.
La implementación conjunta es el tercer mecanismo en el PK. Este
instrumento permite a países del Anexo B obtener créditos a través de
proyectos en otros países del mismo anexo. Esos créditos pueden ser
usados para compensar emisiones y, en teoría, también proporcionan una
mayor flexibilidad para cumplir con las metas de reducciones de GEI.
Hoy está a la vista de todos el fracaso estrepitoso de los mecanismos
del Protocolo de Kioto. Las emisiones de gases invernadero no se han
reducido y, al contrario, se aceleraron desde el año 2000. El deshielo
en las regiones polares se ha acelerado y el Amazonas alcanzó los
niveles más bajos en la historia, testimonio de la lenta desaparición de
sistemas glaciares en los Andes. El deshielo de la capa del subsuelo
que ha permanecido permanentemente congelada (permafrost) en la tundra y
otras regiones peri-glaciales tendrá como efecto la liberación de una
gran cantidad de gas metano, uno de los más poderosos gases de efecto
invernadero. Todo esto no presenta buenos augurios en materia de cambio
climático.
En lugar de tomar medidas urgentes, los países más poderosos están
empeñados en proteger y conservar el modelo económico de la
globalización neoliberal. En Durban, ese objetivo chocará con lo que
queda del Protocolo de Kioto y buscará destruirlo y enterrarlo para
siempre. En contra de todo lo que ha revelado la investigación
científica hasta hoy, las negociaciones desembocarán en compromisos
voluntarios de los países que generan más emisiones de GEI. Y no hay que
engañarse: un régimen sobre cambio climático en el que cada país
declara sus metas de reducciones voluntarias no va a dar buenos
resultados. Sería bueno que los pueblos de la tierra pudieran ocupar
Durban y encargarse directamente de las negociaciones.
Alejandro Nadal
La Jornada
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