Salvar la Tierra, se titulaba dramáticamente el número de junio de 2010 de Investigación y ciencia (la versión española de Scientific American).
Pero la cuestión es: o salvar la Tierra, o hacer buenos negocios. Se
trata de una disyunción excluyente: ambas propuestas no son viables a la
vez.
El desajuste último, el que condena de forma inapelable a
este sistema económico –el capitalismo que precisa una expansión
constante, aunque se encuentra dentro de una biosfera finita–, es una
idea errónea: tratar de vivir dentro de un planeta esférico y limitado
como si se tratase de una Tierra plana e ilimitada.
Como si los
recursos naturales fuesen infinitos, como si la entropía no existiese,
como si los seres humanos fuésemos omnipotentes e inmortales.
Blas de Otero –de quien por fin se han publicardo los poemas póstumos agrupados en Hojas de Madrid, con la galerna–
quería escribir “la poesía en los siglos futuros con el pan en medio de
la mesa y un avión a Marte todos los miércoles”. No llegó a intuir
–como le pasa a la mayor parte de nuestra izquierda— que el esfuerzo por
inaugurar la línea aérea a Marte (que no se inaugurará jamás, dicho sea
de paso) es una de las causas que impiden que haya pan encima de cada
mesa.
Basta hacer números durante diez minutos para saber que
esta civilización está condenada. Incluso la devolución de la deuda, el
prerrequisito del capitalismo, resulta matemáticamente posible sólo a
corto plazo. En un cálculo al que me he referido otras veces (y que
recuerda el buen George Monbiot), Heinrich Haussmann mostró que un
simple pfennig –un céntimo de marco alemán– invertido al 5% de
interés compuesto en el año cero de nuestra era habría sumado en 1990
¡un volumen de oro equivalente a 134.000 millones de veces el peso del
planeta! (Decía el físico Albert Bartlett que “la mayor carencia del ser
humano es su incapacidad para entender las implicaciones de la función
exponencial”. [1])
Y el capitalismo persigue un valor de producción conmensurable con el reembolso de la deuda… Puro wishful thinking:
pero a semejantes disparates se subordinan las políticas y las vidas
humanas (así como las no humanas, claro está) bajo la dominación del
capital.
Endeudarse para crecer, y crecer para pagar las deudas: así se ligan capitalismo financiarizado y devastación ecológica.
No
hay en el planeta Tierra recursos naturales suficientes para pagar la
deuda emitida, acumulada, aceptada. Esa montaña de dinero virtual ha de
ser denunciada (la banca privada es una de las instituciones que no
podemos permitirnos en una sociedad sostenible).
Un sistema
socioeconómico que sólo sabe abordar la realidad –las realidades— en
términos de rentabilidad y beneficio está condenado. Esto es una
obviedad: pero una obviedad sobre la que no podemos insistir demasiado,
ya que las mayorías sociales, en nuestros países, siguen sin verla.
Seguir pensando hoy en términos de business as usual –más
crecimiento del consumo para que tire de la producción; más aumento de
la producción para incrementar el consumo; más endeudamiento para crecer
más; más crecimiento para pagar la deuda— resulta equivalente a ser
niños de 35 años que patalean en el suelo: ¡no es verdad, no puede ser,
los Reyes Magos existen, no son los padres!
Pero ya vamos siendo
mayorcitos, ¿verdad? ¿Ya se nos puede decir que los Reyes Magos son los
padres? ¿Y que el “desarrollo sostenible” basado en un supuesto
desacoplamiento (decoupling) entre crecimiento económico e impacto ambiental es, o bien engaño de los poderosos, o bien autoengaño?
[1] Se hallarán algunos textos de este profesor de Física de la Universidad de Colorado (Boulder) en su web http://www.jclahr.com/bartlett/. Debo esta cita a Pedro Prieto.
Jorge Riechmann es profesor de Filosofía Moral de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de Ecologistas en Acción
Tratar de comprender, tratar de ayudar
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