¿Tenía razón Thomas Malthus al pronosticar, en 1798, que la capacidad
del hombre para reproducirse iba a sobrepasar su habilidad para producir
comida, lo que provocaría una hambruna y un recrudecimiento del proceso
de selección natural de las especies, entiéndase guerras en el caso del
homo sapiens?
Ante la interrogante, que tomo casi textualmente de
una influyente agencia de prensa, los optimistas recuerdan que la
revolución industrial y su impacto en la agricultura han frustrado esos
vaticinios, a pesar de que la humanidad se ha duplicado una y otra vez.
Otros se acogen al cartesiano recurso de la duda. Aunque advierten que
los aumentos históricos de la población no han resultado catastróficos a
escala económica, como para salvar la honrilla, “por si acaso”, apuntan
que posiblemente Malthus se haya equivocado… solo en unos cuantos
siglos.
¿El argumento de los últimos? La conjunción de la danza
vertiginosa de los precios y el que los habitantes del orbe suman hoy
siete mil millones, un crecimiento de dos mil millones en menos de 25
años. Y si bien en más de seis décadas, aducen cautelosos, la tasa de
fertilidad global se ha reducido a la mitad, lo que en estadísticas
equivale a dos niños y medio por mujer, no se puede prever que la
cantidad de almas se estabilice en nueve mil millones, 10 mil millones o
15 mil millones en la presente centuria, porque ello dependerá de lo
que ocurra en los países en desarrollo, sobre todo en África, la región
de mayor natalidad.
Un hecho cierto es que, según la
Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación
(FAO), los mil 20 millones de hambrientos tienen que irse acostumbrando
-claro, los que sobrevivan- a que en el 2030 los alimentos básicos
costarán el doble. Ello, luego de que entre 2005 y 2008 los importes se
acercaran a la comba celeste. En ese lapso, el del maíz se disparó 74
por ciento, mientras el del arroz se triplicó, llegando a crecer 166
puntos porcentuales. Y poco duró el declive de 2008, cuando perdieron 33
por ciento en apenas seis meses, espoleados por la crisis financiera.
En 2010 los cereales experimentaron alzas de 50 por ciento, y lo peor es
que a la altura de 2011 los economistas consideran muy probable que la
volatilidad haya arribado para quedarse.
Entonces, ¿Malthus
atinó? No. De acuerdo con datos solventes, la Tierra genera dos veces
más comida de la que sus “tripulantes” precisan para vivir. No en vano
entendidos como el director de la oficina de la FAO en España, Enrique
Lleves, se pregunta a voces “cómo en un planeta con tal producción puede
haber gente que pasa hambre”. Y él mismo se responde: “El libre juego
de la oferta y la demanda no explica el hambre”, así como no la explican
ni las últimas sequías, ni el crecimiento poblacional. “Las principales
causas son la falta de voluntad política y la especulación”.
Precisamente
citando el libro Especulación financiera y crisis alimentaria, de José
María Medina y Kattya Cascante, el funcionario asevera que el bluf de la
burbuja inmobiliaria atrajo los fondos de inversión a este sector, que
parece seguro y rentable. A eso habría que añadir la acumulación de
tierras, mayormente en África, donde las multinacionales están haciendo
su agosto, y el acaparamiento del mercado por unas pocas empresas. A
nivel mundial, cinco de ellas controlan el 80 por ciento de la
producción y el comercio de granos, cuatro el ciento por ciento de las
semillas transgénicas, tres el mercado de lácteos y otras tres la
producción de maíz. Diversos especialistas suman a la lista el
encarecimiento del petróleo, la proliferación de los agrocombustibles y
las secuelas de los cambios climáticos.
Todo lo cual remite a
la interrogante del inicio. Pero contestada a la brava. Porque asumir el
planteamiento del clérigo inglés de manera descontextualizada, en vez
de intentar una perspectiva histórica e historicista, que profundice en
los problemas acarreados por determinada formación socioeconómica,
estaríamos legitimando la explotación capitalista y la política imperial
-la “necesidad” de las guerras-, como si la mismísima superpoblación y
la miseria con ella vinculada tuvieran un origen natural, inevitable.
La
renuencia de los más ricos al pedido del Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo (PNUD) de cincuenta mil millones de dólares
con que erradicar un hambre ya endémica se constituye en suficiente
prueba de nuestro aserto. Más teniendo en cuenta que la cantidad
equivale al 1,08 por ciento de la invertida por los estados para el
rescate bancario desde 2007 (4,6 billones de dólares), o sea para
extender en el tiempo un sistema que se mantiene precisamente de la
polarización entre terrícolas hartos y espectros que pasan por
terrícolas.
¿Hará falta explayarse en la réplica a los seguidores de Mister Thomas?
Eduardo Montes de Oca
Bohemia
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