Estos procesos muestran un conjunto de fenómenos de distinta naturaleza, que se manifiestan de maneras muy diversas; sus protagonistas son dispares, ocurren en lugares disímiles alrededor del planeta y están alterando de manera sensible el modo de operar del entramado social a escala local, nacional y global.
Señalo, sin ánimo comprensivo: las revueltas en los países árabes que han acabado con un par de regímenes dictatoriales, han obligado a reformas aún parciales de otros de corte sumamente autoritario, y desembocado en verdaderas guerras civiles en Libia y Siria.
Las protestas de los "indignados" en España y la reciente desobediencia civil en Israel. Los choques en varias ciudades inglesas entre la comunidad de inmigrantes y policías, que dejaron varios muertos, llevaron al saqueo de tiendas y al incendio de edificios. Expusieron a un gobierno distante que sólo pudo pensar en formas más creativas de represión.
Se trata en estos casos, al parecer, de diferentes formas de exclusión como una modalidad de la recomposición de las sociedades avanzadas que dura ya casi 30 años. Vaya, los procesos de este tipo no se crean por generación espontánea.
Otra expresión con formas particulares puede ser la de la enorme insatisfacción de los jóvenes chilenos con el sistema educativo de ese país y la respuesta rígida del gobierno en turno.
El descontento y la represión en China por las consecuencias del acelerado proceso de crecimiento económico en un entorno de fuerte rigidez social y política.
Pero también está la pasmosa hambruna en Somalia, y en el otro extremo la matanza de jóvenes socialdemócratas en la próspera Noruega.
Y, por supuesto, el escenario ha estado marcado por el recrudecimiento de la crisis económica desatada en 2008 y que crecientemente se va centrando en los efectos de la acumulación de la deuda pública. Esta crisis está radicada en los países ricos; se ubica en Europa y Estados Unidos, y desde ahí genera convulsiones en el resto del sistema económico mundial.
Los gobiernos, por un lado, y los bancos centrales, por el otro, no aciertan a estabilizar la situación. El desarreglo crea cada vez más incertidumbre en un ambiente en el que crece el desempleo, la gente no gasta y las empresas no invierten. Hasta los especuladores ven reducidas sus opciones y por ahora tienden a buscar refugios parciales como el oro o de plano el dinero en efectivo.
Los ajustes fiscales que se imponen no sólo ponen en entredicho la posibilidad misma de una incipiente recuperación, sino que cuestionan de modo cada vez más abierto el papel de los Estados en la organización social. La población resiente los efectos de los recortes del gasto público. Los políticos se aíslan, la falta de liderazgo es ostensible, no aciertan a imponer nuevas normas de referencia que sean sustentables, se pierde la legitimidad de los acuerdos sociales, contribuyendo a la fragilidad reinante.
Tal acumulación de hechos tan diversos complica la comprensión de lo que ocurre y exige reordenar los modos de pensamiento con aproximaciones distintas a las convencionales.
No es posible abarcar todos los sucesos de modo indiscriminado y en un mismo plano de consideración. Un primer paso necesario consiste en la selección de los hechos tan variados, aspecto en sí mismo complejo porque se asocia con las preconcepciones que tenemos de los procesos sociales en curso.
Enseguida, y tras haber seleccionado los hechos, hay que jerarquizarlos de alguna manera, otorgándoles una relevancia absoluta y relativa para articular un discurso que pueda ser la base de alguna interpretación inteligible. Finalmente se requiere el diseño de una forma de ensamblaje para dar una cierta coherencia a los fenómenos que se observan y analizan.
Ante la avalancha de sucesos de tan diversa naturaleza existe siempre la tentación simplona de la conspiración. Pero a partir de ella no se puede construir un pensamiento crítico, cuestión que me parece esencial. Los discursos surgidos de la crisis económica y de los procesos sociales de desgaste que se están manifestando son por ahora claramente insuficientes.
Los acontecimientos se están dando tienen algún hilo articulador y no son consecuencia de ninguna casualidad. Hay ocurrencias de tipo sistémico que se están gestando en los procesos que estamos viviendo. Pero la crisis que esto representa abarca también al pensamiento dominante y al de índole crítica.
Apenas hace un siglo se dio un largo periodo de descomposición social que provocó dos guerras mundiales y una muy profunda crisis económica. El costo fue enorme. La forma en la que se restructuró el mundo provocó una expansión económica sin precedente histórico, pero en un entorno de conflicto permanente. Hoy al parecer la tendencia que se impone es la del resquebrajamiento general que provoca inseguridad crónica. Construir un pensamiento claro que abreve de diversas fuentes es imprescindible para alimentar formas de participación social menos perversas.
León Bendesky
La Jornada
http://www.jornada.unam.mx/2011/08/15/opinion/025a1eco
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