El pequeño país del confín de Europa tuvo el dudoso honor de mostrar el camino del desastre al resto del continente. La crisis reventó en un Estado hasta entonces modélico. Tres años después, la isla va recuperando el pulso.
La plaza del Parlamento de Reikiavik tiene en verano un aspecto alegre y desenfadado, especialmente cuando luce el sol. Las terrazas de los bares se llenan y los jóvenes se tumban en la hierba frente al edificio del Parlamento y alrededor de la estatua de Jon Sigurdsson, uno de los prohombres de la independencia, que no llegó hasta 1944. Quedan lejos los días en los que la plaza fue escenario de manifestaciones contra los financieros y políticos que llevaron a Islandia a la ruina; quedan lejos los tiempos en los que los islandeses tomaron la calle y se convirtieron en un ejemplo para ciudadanos de otros países, entre ellos los indignados españoles, algunos de los cuales peregrinan ahora a Islandia como quien acude a la fuente de la revuelta.
Lo que los islandeses califican como kreppa (catástrofe) provocó en octubre del 2008 que este pequeño país de 320.000 habitantes sufriera un colapso financiero que llevó a la quiebra a sus principales bancos y devaluó la corona hasta un 60%. De repente, el país señalado como uno de los más prósperos del mundo, una isla en la que según las encuestas vivían los ciudadanos más felices, se veía sumido en una fuerte depresión que todavía hoy arrastra.
En un soleado día de verano, Reikiavik parece, con sus casas pintadas de colores y la gente paseando por su calle Mayor, Laugavegur, la ciudad más tranquila del mundo, pero si uno entra en uno de los bares de la plaza del Parlamento, el Islanski Barinn, verá junto al mostrador dos fotos muy significativas. La primera es de 1949, cuando la policía lanzó botes de humo para dispersar a los que se manifestaban en la plaza contra la base norteamericana; la segunda es del 2009, cuando los manifestantes lanzaron botes de pintura contra el edificio del Parlamento.
«En estas dos fotos están representadas dos generaciones de islandeses», comenta Einar, un economista afectado, como casi todos, por la crisis. «La de mi padre en la primera, la mía en la segunda. La verdad es que la primera no tuvo éxito, ya que la base norteamericana no se desmontó hasta el 2004. Las segundas manifestaciones no sabemos como terminarán, pero provocaron nuevas elecciones, un cambio de Gobierno y enviar a algunos financieros a la cárcel. Y aún siguen».
Cuando en otoño del 2008 estalló la crisis financiera, el trovador Hördur Torfason se plantó en la plaza del Parlamento con un altavoz, invitando a que la gente expresara su indignación. A partir de esta anécdota, una multitud armada con cacerolas y sartenes se citó en la plaza todos los sábados para hacer público su ruidoso descontento. Así nació la Revolución de las Sartenes, con numerosos manifestantes pidiendo la dimisión del Gobierno, al que consideraban cómplice de los financieros que habían llevado al país a la ruina, y un nuevo escenario político.
Primer ministro procesado
El 20 de enero del 2009 las protestas arreciaron y un joven osado logró escalar la fachada del Parlamento para plantar la bandera de Bonus (un cerdo rosa sobre fondo amarillo), los supermercados más famosos de Islandia, vinculados a uno de los grupos financieros responsables de la crisis. Unos días después la policía lanzó gases lacrimógenos contra la multitud y, cuando ya se contaban 14 semanas de protestas, el 26 de enero Geir H. Haarde se rindió y anunció que dimitía como primer ministro.
«Fueron muchos los que vinieron a manifestarse ante el Parlamento y admito que no fue agradable para nosotros», recuerda Katrin Juliusdóttir, ministra de Turismo e Industria. «Yo sabía que no era nada personal, ya que se manifestaban contra el sistema y contra la recesión, pero fueron días difíciles. Bueno, conviene aclarar que había dos tipos de manifestantes; por un lado los pacíficos, a los que era más difícil mirar a los ojos; de hecho, yo quería estar con ellos. Por otro lado estaban los violentos. Con estos no estaba de acuerdo. Eran pocos, pero eran los que salían en las noticias».
El 1 de febrero del 2009 subió al poder un nuevo Gobierno de izquierdas, dirigido por Jóhanna Sigurdardóttir, una lesbiana de la Alianza Socialdemócrata que se casaría con la autora teatral Jónína Leósdóttir en junio del 2010. Una de sus primeras decisiones, aplaudida por los indignados islandeses, fue echar al histórico David Oddson, un gobernador del Banco Central que parecía incombustible, ya que había sido anteriormente alcalde de Reikiavik, primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores.
En las elecciones del 25 de abril del 2009 triunfó la oposición y la Alianza Socialdemócrata y la Izquierda Verde pudieron formar un nuevo Gobierno con mayoría parlamentaria. El Partido de la Independencia, que había estado 18 años en el poder, perdió una tercera parte de los votos y nueve escaños. El 10 de mayo del 2009 tomó posesión el nuevo Gobierno, con Jóhanna Sigurdardóttir como primera ministra.
El empuje del pueblo llevó al cambio de Gobierno y al encarcelamiento de algunos financieros, como Sigurdur Einarsson, detenido en Londres en marzo de este año, y de políticos como Baldur Gudlaugsson, exsecretario del Ministerio de Finanzas, condenado el pasado abril. Por otra parte, se ha iniciado un proceso contra el que fuera primer ministro, Geir H. Haarde.
Sin embargo, a pesar de este espectacular vuelco, el pueblo islandés ha decidido continuar alerta, ya que sigue desconfiando de los políticos tradicionales. Después de que el Gobierno islandés aceptara un acuerdo con Inglaterra y Holanda para devolver unos 4.000 millones de euros, que los ciudadanos de estos países habían depositado en bancos islandeses y que habían perdido con la crisis del 2008, los islandeses recogieron firmas para celebrar un referéndum, en marzo del 2009, en el que el No arrasó, con un 93% de los votos. Un segundo acuerdo, más favorable para los islandeses, también fue rechazado en abril del 2011, en esta ocasión con un 59% de votos en contra, dejando claro que muchos ciudadanos se niegan a pagar los errores de sus corruptos banqueros y de los políticos cómplices.
«Lo que pasó en el 2008», apunta Baltasar Samper, un catalán que lleva 50 años en Islandia, «es que unos banqueros jóvenes y ambiciosos se cargaron la economía del país. Ahora nos dicen que todos estábamos en el mismo baile. Quizá, pero ellos bailaban más que nadie. Fueron tiempos de despilfarro. La gente se puso a gastar, ya que los créditos eran muy fáciles de conseguir».
Lo que sucedió en octubre del 2008, y en los años que precedieron a la crisis, está recogido en un informe de 2.400 páginas que apunta a una treintena de banqueros, empresarios y políticos como responsables de la kreppa (catástrofe). Los datos ya eran alarmantes antes del batacazo: los tres bancos principales de Islandia ¿Glitnir, Landsbanki y Kaupthing¿, privatizados en el 2001, tenían una deuda externa combinada que excedía en seis veces el PIB de la nación. Operaban en 20 países y habían comprado empresas punteras en Inglaterra y en Dinamarca. Los banqueros corruptos se concedían créditos a si mismos, a sus amigos y a políticos amigos, sin ninguna garantía. Eran aquellos años en que todos veneraban a los BuyKings, que eran lo más parecido a los jeques árabes que había entonces en Europa.
Aún desconfían
No es extraño que, tras la crisis, los islandeses sigan desconfiando de sus políticos, como lo prueba que en mayo de 2010 decidieran elegir alcalde de Reikiavik al actor cómico Jón Gnarr, que se presentó con un programa alternativo en el que prometía toallas gratis en las piscinas públicas, un Parlamento libre de drogas y un oso polar para el zoo de animales domésticos de Reikiavik.
Islandia sigue cambiando, lo que lleva a Hallgrímur Helgason, autor de la novela de culto Reykiavik 101, a la siguiente reflexión: «Lo mejor de la crisis han sido las manifestaciones. Por primera vez en muchos años, la gente reaccionó y se montó una pequeña revolución. Los islandeses estábamos tan cabreados que salimos a la calle para decir que no queríamos aquel Gobierno que había sido cómplice de los financieros que nos hundieron. No tienen perdón: lo capitalizaron todo, explotaron a la gente».
Una nueva Constitución
En el marco de las reformas impulsadas por la presión de los ciudadanos, en noviembre del 2010 se eligió una Asamblea Constituyente para que redacte, en una iniciativa única de democracia directa, una nueva Constitución que sustituya a la actual. Para esta asamblea se eligieron 31 ciudadanos sin filiación política, avalados por un mínimo de 30 firmas, entre los que hay profesores, abogados, periodistas y camioneros, que mientras dure su trabajo recibirán un salario igual al de los diputados. La primera ministra, Johanna Sigurdardóttir, ha declarado: «Esperamos que la nueva Constitución será una nueva base social que nos llevará a la reconstrucción y a la reconciliación».
Es evidente que, tras la crisis, soplan vientos de cambio en Islandia y que los ciudadanos no están dispuestos a dar carta blanca a sus políticos. Mientras, en el noroeste del país una compañía noruega ha iniciado las prospecciones para ver si hay petróleo en esta isla volcánica. Si se confirman las previsiones, el dinero del petróleo puede ser la gran solución para una crisis que ha golpeado a Islandia hasta el extremo de enviar a la emigración económica a muchos de sus habitantes, como sucedía en el siglo XIX, cuando las erupciones volcánicas provocaron que una buena parte de la población emigrara a América en busca de un futuro mejor.
Foto: Manifestación ante el Parlamento islandés, en Reikiavik, el 1 de octubre pasado. La pancarta dice «mata al capitalismo». (REUTERS / INGOLFUR JULIUSSON)
Xavier Moret
El Periódico
http://www.elperiodico.com/es/noticias/internacional/rebelion-cuna-del-bienestar-1107484
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