La palabra “salvaje” (1) atrajo inmediatamente mi atención. Me recordó el modo en que representaron a los comuneros de París, en 1871, como animales salvajes, hienas que merecían ser –y a menudo lo fueron– ejecutadas sumariamente en nombre de la santidad de la propiedad privada, la moral, la religión y la familia. Pero, además, la palabra me suscitó otra asociación: Tony Blair, atacando a los “medios de comunicación salvajes”, mientras se hallaba cómodamente alojado en el bolsillo izquierdo de Rupert Murdoch, para ser sustituido más tarde por éste, cuando se sacó de su bolsillo derecho a David Cameron.
Habrá, por supuesto, el debate, siempre histérico, entre los propensos a considerar los disturbios como una cuestión de pura, desenfrenada e inexcusable criminalidad, y aquellos deseosos de contextualizar los acontecimientos en un fondo de incorrecta actuación policial, racismo y continua persecución injustificada de los jóvenes y las minorías; desempleo masivo de los jóvenes; creciente marginación social y una política de austeridad ciega que nada tiene que ver con la economía y todo con la perpetuación y la consolidación de la riqueza y el poder personal. Algunos pueden llegar incluso a condenar el sinsentido y los rasgos alienantes de tantos empleos y tantas cosas de la vida cotidiana en medio de la inmensa potencialidad, aunque desigualmente distribuida, de florecimiento humano.
Si tenemos suerte, tendremos comisiones e informes que nos repetirán lo que se dijo en su día de Brixton y Toxteth, en los años de Thatcher. Y digo suerte porque los instintos salvajes del actual Primer Ministro parece más inclinados a activar los cañones de agua, llamar a la brigada de gases lacrimógenos y utilizar las balas de goma, mientras pontifica con afectación sobre la pérdida de la brújula moral, la decadencia de la civilidad y el triste deterioro de los valores familiares y la disciplina entre los jóvenes errantes.
Pero el problema es que vivimos en una sociedad en la que el capitalismo se ha vuelto desenfrenadamente salvaje. Políticos salvajes hacen trampas con sus gastos; banqueros salvajes saquean el erario público de todo lo que hay de valor; directores ejecutivos, operadores de fondos de inversión y genios del capital privado saquean al mundo de su riqueza; compañías telefónicas y de tarjetas de crédito que cargan misteriosas tasas en sus facturas en todo el mundo; tenderos que sangran a sus clientes; y, en un instante, los más cualificados timadores y estafadores juegan al trile en las más altas esferas del mundo empresarial y político.
Una economía política de desposesión de las masas y de prácticas predatorias que llegan al robo a la luz del día, sobre todo de los pobres y los vulnerables, los menos refinados y los que no gozan de protección legal, se ha convertido en el orden del día. ¿Alguien cree que es aún posible encontrar un capitalista honesto, un banquero honesto, un político honesto, un comerciante honesto o un comisario de policía honesto? Sí, los hay. Pero sólo como una minoría que todo el mundo considera estúpida. ¡Sé listo! ¡Obtén ganancias fáciles! ¡Estafa y roba! Las probabilidades de que te atrapen son escasas. Y en todo caso hay un montón de maneras de proteger la riqueza personal de los costos de las fechorías corporativas.
Lo que digo puede sonar chocante. Pero la mayoría de nosotros no lo ve porque no quiere. Ciertamente, ningún político se atreve a decirlo y la prensa sólo lo imprimiría para cubrir de oprobio al que lo dijera. Pero mi conjetura es que cada uno de los alborotadores callejeros sabe exactamente lo que quiero decir. Ellos sólo están haciendo lo que hacen los demás, aunque de una manera diferente, más ostensible y apreciable en la calle. El thatcherismo desencadenó los instintos salvajes del capitalismo (el “espíritu animal” del empresario, como coquetamente decían) y nada ha conseguido controlarlos desde entonces. Tierra quemada es ya, abiertamente, el lema de las clases dominantes en casi todas partes.
Esta es la nueva normalidad en que vivimos. Esto es lo que la siguiente gran comisión de investigación debería abordar. Todos, no sólo los alborotadores, deben rendir cuentas. El capitalismo salvaje debe ser llevado a juicio por crímenes contra la Humanidad y crímenes contra la Naturaleza.
Lamentablemente, esto es lo que estos manifestantes insensatos no pueden ver ni exigir. Todo conspira para impedir también que nosotros lo veamos. Esta es la razón por la que el poder político se viste rápidamente con los ropajes de una moralidad superior y esgrime empalagosas razones para que nadie pueda ver lo descaradamente corrupto e irracional que es.
Sin embargo, hay destellos distintos de esperanza y luz en todo el mundo. Los movimientos de indignados (2) en España y Grecia, los impulsos revolucionarios en América Latina, los movimientos campesinos en Asia, están empezando a adivinar que tras la gran estafa un capitalismo depredador y salvaje mundial se ha desatado sobre el mundo. ¿Qué se necesita para que el resto de nosotros vea y actúe en consecuencia? ¿Cómo podemos empezar de nuevo? ¿Qué dirección debemos tomar? Las respuestas no son fáciles. Pero una cosa sabemos con certeza: sólo podremos llegar a las respuestas correctas haciendo las preguntas correctas.
1. Feral en el original inglés (N. del t.)
2. En español en el original (N. del t.)
Traducido para Rebelión por S. Seguí |
David Harvey es profesor emérito del Centro de Graduados de la City University de Nueva York. Su último libro es The Enigma of Capital and the Crises of Capitalism . Pueden dirigirse a él por medio de su página web http://davidharvey.org/
Fuente: http://www.counterpunch.org/harvey08122011.html
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