La historia, infortunadamente, no es nueva y se repite con demasiada frecuencia. África, el continente más pobre del mundo, tiene bajos niveles de desarrollo y deficientes condiciones de salubridad que lo convierten en un terreno abonado para que este tipo de situaciones, magnificadas por los fenómenos naturales, se ceben contra sus habitantes, ocasionando un alto número de muertos que se suman a los de sus incontables conflictos políticos, religiosos y étnicos.
La cronología de su recurrencia así lo demuestran: en 1967 la guerra y el hambre causaron en Biafra un millón y medio de víctimas. Un año después, el turno fue para los países que conforman el llamado “cinturón del hambre”, con cerca de un cuarto de millón de fallecidos. De ahí en adelante la lista se hace extensa, afectando en especial a Senegal, Malí, Mauritania, Guinea, Burkina Faso, Argelia, Níger, Nigeria, Chad, Camerún, Yibuti, Eritrea y Sudán, y tres de estos países están hoy en el ojo del huracán. Una funcionaria de Unicef, Mia Cox, escandalizada ante la impavidez de la comunidad internacional, alertó sobre lo que denomina como el “hambre, un tsunami silencioso”. Tiene toda la razón.
Cuando en 2004 otro desastre natural, un tsunami en el Pacífico Sur, cobró la vida de cerca de 230 mil personas, el mundo se solidarizó y llovió la ayuda económica. Sin embargo, la situación en África podría tener consecuencias peores si no se toman las medidas para evitarlas, pues como dice la funcionaria, “actualmente 500.000 niños menores de 5 años en Somalia, Kenia y Etiopía están sufriendo de una inminente amenaza a sus vidas por desnutrición severa, lo que significa que si no reciben atención médica inmediata y alimentos terapéuticos, tienen pocos días de vida”. Esa es la magnitud de la tragedia, tan sólo dentro de la población más vulnerable, los niños.
Pero como los desastres no suelen venir solos, la situación tiende a agravarse: la región de Somalia más afectada está controlada por el grupo fundamentalista islámico Al Shahab, el mismo que la CIA vincula de manera directa con Al Qaeda. Ante el anuncio de la ONU de alertar sobre un desastre humanitario, el grupo radical ha reiterado que este es un tema coyuntural derivado de la situación de sequía y por lo tanto no van a permitir el ingreso de organizaciones que vayan a llevar ayuda humanitaria o a paliar la grave situación de salubridad, pues, para dicho grupo radical, la ayuda es una excusa encubierta para “llevar espías y promover agendas políticas”. Por lo pronto, el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas atiende a 1,5 millones de somalíes y espera duplicar sus esfuerzos, para lo cual con toda seguridad tendrá que transar con los líderes de Al Shahab, so pena de acrecentar la ya de por sí caótica situación.
Es de esperar que ante este campanazo de alarma que requiere una acción conjunta y decidida de la comunidad internacional se dé una respuesta inmediata al llamado angustioso de diez millones de personas, entre ellas medio millón de menores de cinco años. Ya son varias las situaciones similares que fueron alertadas en el pasado y no se hizo lo que se debía, con consecuencias que siguen machacando la conciencia del mundo. Es hora de actuar.
Elespectador.com
Editorial
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