El debate sobre el precio mundial de los alimentos ha sido particularmente intenso en junio. A propósito de la reunión de los ministros de Agricultura del G-20 celebrada en París la semana pasada, varios organismos se pronunciaron frente a la volatilidad de los precios de cereales, carnes y otros insumos de la canasta alimentaria mundial.
Desde que en 2007–2008 empezó una fuerte presión al alza de los precios de los alimentos, la seguridad alimentaria del planeta ha sido puesta en cuestión. En especial si tenemos en cuenta que la población mundial aumentará fuertemente en muy poco tiempo, llegando a 9.200 millones de personas en sólo diez años, y que las tierras destinadas a la producción de alimentos han empezado a reducirse por muchos factores. En otros, el crecimiento de la oferta de biocombustibles.
Pero el debate no puede dejar de tocar una de los principales males de estos tiempos: la falta de regulación económica.
En efecto, muchos analistas sostienen que desde que en el periodo 2002-2003 la especulación financiera en los mercados mundiales de commodities e insumos agrícolas empezó a crecer debido a la creciente presencia de fondos de cobertura, bancos de inversión y otros jugadores interesados en multiplicar sus dividendos a costa del hambre mundial, los precios han registrado una tendencia al alza. Claro que en medio de fluctuaciones que afectan a muchos actores de relevancia en este tema: agricultores, países deficitarios de alimentos, países productores y, en fin de cuentas, a los casi mil millones de personas que se van a dormir con hambre, en palabras de la organización para el desarrollo Oxfam Internacional, “no porque no haya suficiente alimentos, sino por la profunda injusticia del sistema”.
Si de algo podemos estar seguros, es de que esa misma desregulación que vemos en los mercados de commodities -especie de casinos mundiales donde les da lo mismo si se lucra con oro, cobre o maíz- está a la base de la crisis económica global que desde hace ya unos años viene azotando el mundo y ha hecho que Europa y Estados Unidos -dos de los tres motores de la economía mundial-, estén parados.
Y como son los países llamados desarrollados los que actualmente se ven más afectados por las crisis financiera, fiscal y bancaria que se desataron tras la caída de Lehman Brothers y otros bancos de inversión a finales del 2008, y a diferencia de lo sucedido en los años ochenta, en que había países pobres altamente endeudados (PPAE), ahora hablamos más bien de países ricos altamente endeudados (PRAE).
Es que el G-8 quedó chico en legitimidad para asumir el liderazgo en la salida a la crisis. Por eso no se tuvo mejor idea que incluir a otras economías, como la brasileña, la mexicana, la argentina y la china, para dar la idea de mayor amplitud a la hora de poner fin al caos financiero existente.
Lo cierto es que desde que el G-20 empezó a tomar protagonismo en diciembre de 2008, cuando era escenario de declaraciones como “abajo los paraísos fiscales” o “regulación o muerte”, hasta que comenzó a transitar hacia debates menos antisistémicos, como la necesidad de ajustar las cajas fiscales castigando a los trabajadores por los crímenes cometidos por los de cuello y corbata, hemos comprendido que no hay mucho margen para cambios sustanciales si los mismos actores (bancos, especuladores, etc.) siguen moviendo los hilos del poder mundial.
Como no podía ser de otro modo, el G-20 recogió el debate de los precios de los alimentos, en especial porque el año pasado volvieron a dispararse. Así, no tuvieron mejor idea que convocar para el 22 de junio en París a los ministros de Agricultura del G-20 para buscar cierta estabilidad y certeza en los precios de los alimentos.
En el centro está la discusión sobre si la especulación financiera es la causante de esta distorsión. Es decir, si la Ley de la oferta y la demanda ha dejado paso a la “timba de casino” a la hora de fijar los precios. Siendo los grandes apostadores parte del poder económico mundial, es difícil que sea la representación política, que en gran medida responde a ese poder, la que acabe con la desregulación que marca la pauta en los mercados de commodities.
Hasta el día de hoy no existe ningún instrumento internacional que diga, por ejemplo, quienes pueden o no participar en estos mercados o qué mecanismos deben quedar fuera de la transacción de los alimentos, como los contratos de futuros o los derivados financieros.
La situación en América Latina
En un taller sobre commodities realizado por el G-20 en Buenos Aires en mayo, donde además de expertos participaron los ministros de Agricultura, se fijó la posición argentina y brasileña sobre este tema. Y ello no es poca cosa, pues tanto Argentina como Brasil, además de integrar el G-20, son grandes productores de alimentos, y como sucede en el Perú con los minerales, una subida de los precios internacionales afecta positivamente su caja fiscal.
En fin, los dos grandes países sudamericanos coincidieron en parte con la postura francesa, que a juzgar por las declaraciones de sus autoridades, ven con buen talante regular los mercados financieros en los que se negocian los precios de los alimentos, en contraposición a la británica, que se niega a regular los mercados pues tiene una alta participación en ellos. Claro está que los argentinos y los brasileños, como otros proveedores de alimentos del mundo, no están a favor de una regulación fuerte, como la lanzada por el presidente francés Nicolas Sarkozy, referida a la fijación de topes de los precios de los bienes primarios.
El propio ministro francés de Agricultura, Bruno Le Marie, precisó que lo que proponen no es la vuelta al proteccionismo sino evitar la alta volatilidad de los precios y la especulación financiera de los productos agrícolas. En esto coincidió con el ministro argentino de Economía, Armando Boudou, recién elegido como compañero de fórmula de la presidenta Cristina Fernández, quien en el taller destacó la importancia de focalizar el tema en la regulación de los mercados financieros.
Este taller fue el preámbulo de la reunión del 22 de junio en París, donde se programó discutir un plan de acción de cinco puntos: inversión en agricultura para aumentar la oferta; lograr transparencia en los mercados agrícolas con la provisión de mayor información, para que haya menos especulación; diseño de mecanismos de acción para sortear una crisis alimentaria; dar tratamiento a la volatilidad de los precios; y, finalmente, la regulación financiera.
Respuestas políticas
La Organización Mundial de Comercio (OMC), el Banco Mundial, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) y otras seis organizaciones multilaterales emitieron a principios de junio un informe titulado "La volatilidad de los precios en los mercados de agrícolas y de alimentos: respuestas políticas".
En este documento recomendaron al G-20 que tuviera en cuenta la necesidad de mejorar la información y transparencia de los mercados de futuros y OTC (Over The Counter), y animar reglas apropiadas para evitar la especulación financiera. Incluso, fueron más allá y pidieron acabar con la desregulación de todos los mercados de commodities, incluyendo los no agrícolas. Asimismo, pidieron al G-20 que no apoyara al sector de biocombustibles, pues lo consideran otro factor del alza de los precios de alimentos, al reducir la tierra disponible para la agricultura.
El 21 de junio, un día antes de la reunión de los ministros de Agricultura del G-20, se publicó otro informe, esta vez elaborado por la OCDE y la FAO: "Perspectivas de la agricultura 2011-2020" En el mismo se afirma que, en términos reales, los precios de los productos básicos serán en este periodo un veinte por ciento más altos para los cereales y hasta un treinta por ciento para las carnes, comparados con la última década.
Asimismo, se recalca que la mayor parte de los investigadores coinciden en que un nivel elevado de actividad especulativa en los mercados de futuros puede ampliar los movimientos de los precios a corto plazo.
Desde la sociedad civil mundial, Oxfam instó al G-20 a apostar por las reservas de alimentos, en la nota informativa "Prepararse para las vacas flacas", en la que criticó duramente por “decepcionante” el borrador del comunicado que circuló antes de la reunión, donde los países miembros del grupo se comprometen a vigilar el suministro mundial de granos para impedir la especulación en los precios.
Los acuerdos
Finalmente, los ministros de Agricultura del G-20 acordaron en París un plan para incrementar la producción agrícola. El mismo contiene propuestas relacionadas con: a) nuevas tecnologías; b) acabar con las restricciones a la exportación de alimentos para programas de ayuda de las Naciones Unidas, y c) establecer un sistema de información del mercado agrícola para un intercambio voluntario de datos sobre producción, consumo y niveles de almacenamiento.
Además, se decidió crear un Foro de Respuesta Rápida para que los funcionarios del área de agricultura puedan planear respuestas conjuntas a crisis alimentarias o invertir en la mejora de la producción y productividad de alimentos.
Si bien el foco no estuvo del todo centrado en la especulación financiera, prevaleciendo la posición de aumentar la producción sobre la de poner precios máximos a las materias primas agrícolas, a nivel declarativo ha habido un avance, pues en el comunicado final, el G-20 pide a los ministros de Economía y autoridades de los bancos centrales “tomar decisiones apropiadas para una mejor regulación y supervisión de los mercados financieros agrícolas”.
En palabras de la ministra alemana de Agricultura, Ilse Aigner, “los ministros están decididos a crear mayor transparencia en los mercados internacionales, para limitar el mal uso y la manipulación de los precios de las materias primas”. Ver para creer.
Los negocios por delante
El que no desaprovechó la oportunidad de hacer negocios en este escenario fue el Banco Mundial, que lanzó un programa de 4.000 millones de dólares para controlar la volatilidad de los precios de los alimentos, consistente en créditos para productores, consumidores, cooperativas y bancos locales de países en desarrollo. Es decir, en lugar de proponer una regulación del mercado de commodities para evitar la oscilación del precio de los alimentos prefiere seguir endeudando a sus clientes, los países en desarrollo.
El anuncio de este financiamiento se hizo un día antes de la reunión de ministros de Agricultura del G-20, quienes recogieron, como no podía ser de otra manera, esta iniciativa. Es que este organismo multilateral no da puntada sin hilo y, hasta en medio de un tremendo problema como el de los precios de los alimentos, no deja de jalar agua para su molino.
“Con esta nueva herramienta podemos ayudar a los productores de alimentos a protegerse de las oscilaciones de precios, fortalecer su posición de crédito y aumentar su acceso a financiación”, afirmó el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick.
Este nuevo Gestor de Riesgos de Precios de Agricultura, como se ha denominado al instrumento financiero, se gestionará a través de la Corporación Financiera Internacional (CFI), brazo del sector privado del Banco Mundial, y nada más ni nada menos que por J.P Morgan, precisamente uno de los grandes jugadores en los mercados financieros.
Hasta el hambre de la población sirve para incrementar ganancias.
Red del Tercer Mundo
Fuente:http://agendaglobal.redtercermundo.org.uy/2011/06/30/el-g-20-y-los-precios-de-los-alimentos/
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