sábado, 17 de abril de 2010

Causas estructurales de la crisis climática y la crisis global

Hablar de la crisis climática es hablar de la crisis del sistema capitalista o más bien de la crisis del mundo a raíz del sistema capitalista y del colonialismo que durante siglos explotaron sin límites los recursos naturales, las culturas de los pueblos, sus saberes y conocimientos y las fuerzas de trabajo de miles de millones de personas, de aquellas que sostienen con su esfuerzo y sus energías la vida de las sociedades del mundo. Así, el cambio climático que a estas alturas puede considerarse como uno de los mayores crímenes cometidos contra la humanidad y contra la Madre Tierra, es el síntoma más claro y paradigmático de una crisis civilizatoria que ha tocado límites.

Un crimen que –contrariamente a las versiones ingenuas ampliamente difundidas en las que todos seríamos culpables- tiene responsables con nombre y apellido: sus siluetas se ven transitando de las gerencias de las fábricas a los bancos, de los hoteles de lujo a los tribunales de arbitraje, de los gabinetes de gobiernos vendidos a los proyectos de “mal desarrollo”, de las conferencias de la OMC, Banco Mundial y FMI a las sesiones diarias de la bolsa, de los campos despojados y territorios destruidos a los ghettos de opulencia de los pocos ricos del mundo y que con sus decisiones y afán de lucro no dudaron en poner en riesgo la vida de miles de millones de seres humanos, de miles de especies vivas, de innumerables ecosistemas en el planeta.

Todo este entramado de sistemas de explotación de las riquezas en el mundo ha generado la mayor concentración de Gases de Efecto Invernadero de la historia y provocado, por tanto, un incremento de la temperatura global que ya excede la capacidad de la atmósfera y del planeta para controlarlo y regularlo, ha sobrepasado toda posibilidad natural y sólo una acción drástica de cambio de paradigmas podrá ejercer un cambio. Sus impactos no afectan a todos por igual, son los países del Sur, los países llamados en desarrollo y los grupos más pobres y vulnerables de las sociedades los que sufren sus consecuencias de manera inclemente.

El 80% de las emisiones globales son producidas por las industrias, la energía y el consumo desmedido de los países más ricos y más desarrollados que reúnen el 20% de la población mundial. América Latina es responsable apenas del 10.3% de las emisiones globales. Esta diferencia en las emisiones entre países desarrollados y países en desarrollo no ha sido controlada ni antes ni ahora, a pesar de haberse alertado sobre este peligro hace más de 15 años y de haberse firmado el Protocolo de Kyoto destinado a este fin. De los 191 países que han firmado el Protocolo, uno de los más poderosos y contaminadores (EEUU: 20.2%) se ha negado sistemáticamente a ratificarlo, junto a varios otros que en las negociaciones de la Convención no realizan compromisos verdaderos para reducir sus emisiones e incluso pretenden escapar del cumplimiento que les exige el Protocolo de Kyoto archivándolo y buscando un acuerdo frágil y antidemocrático, sin mecanismos de control como es el Entendimiento de Copenhague de diciembre de 2010. El peso vinculante de los acuerdos a favor de la humanidad y el medio ambiente es mínimo comparado con el peso vinculante de la fuerza del capital que tiene sus propios acuerdos e instituciones.

Y esta situación ha puesto al planeta y sus habitantes al borde del abismo. Las emergencias por desequilibrios climáticos se han multiplicado por 40 veces en el último tiempo y cada catástrofe es una herida por la que vemos desangrar la vida y en la que se hace evidente la desgarradora vulnerabilidad de los más pobres, de los pueblos indígenas, de las mujeres, los viejos y los niños ante las calamidades producidas por la crisis climática. Sólo en estos días hemos lamentado más de 300 muertos y desaparecidos en las favelas de Brasil por las torrenciales e inusuales lluvias que inundaron el Estado de Río de Janeiro obligando a los alcaldes cariocas a pedir que se desconecten las centrales nucleares instaladas en Angra do Reis por su enorme peligrosidad para la población.

Hace poco, en la región andina de Bolivia y Perú, se ha lamentado pérdidas de más de un centenar de vidas por las catástrofes de derrumbes e inundaciones en el Cuzco, el Oriente boliviano y otras regiones, al tiempo que se derriten nuestros glaciares, fuente de vida e identidad cultural. Mientras que en otras regiones se han vivido periodos de sequía severos que han matado miles de cabezas de animales. Europa y América del Norte no han escapado a las inundaciones y tormentas de nieve inusuales en su magnitud este último invierno. Mientras que la silenciosa desaparición de Venecia, es un efecto evidente del cambio climático del que todavía no se habla.

La deuda climática y la deuda histórica

Los gases de efecto invernadero (GEI) se han ido concentrando en la tierra desde la revolución industrial, pero las mayores concentraciones de GEIs se han dado durante los últimos 40 años coincidiendo con el despliegue del neoliberalismo. Y han sido fundamentalmente los países desarrollados, los más ricos y aquellos que iniciaron la conquista del mundo sometiendo a sus pueblos a la colonización de sus territorios, al exterminio de sus habitantes, a la negación de sus culturas, los que se han beneficiado de esa explotación de combustibles fósiles, de riquezas minerales, de la biodiversidad y del conocimiento local. Son ellos los principales responsables de la crisis climática, mientras que los países del Sur global son los que más sufren sus consecuencias. Así, los países del Norte tienen una enorme deuda ecológica y climática que pagar a las naciones pobres, debate que se ha reflejado en el proceso de la Conferencia de Cambio Climático de las NNUU, evidenciando una de las relaciones más inequitativas y desequilibradas de nuestra civilización.

Los países en desarrollo plantean que la única forma de pagarla es con reducciones de emisiones drásticas que paguen la deuda acumulada y mitiguen efectivamente los cambios producidos pero que además dejen el espacio atmosférico libre para el desarrollo equitativo de los países en desarrollo, es decir transferencia sustantivas de fondos al Sur para enfrentar los costos de adaptación, para contribuir a la mitigación del cambio climático mediante el uso de tecnologías adecuadas, por lo tanto de transferencias de tecnologías fuera de las reglas de comercio privatizadoras.

La mercantilización de todo lo que está ante nuestros ojos

El paradigma dominante de la civilización colonial-capitalista o capitalista neocolonial, es que todo tiene un precio, pero también que todo puede alterarse para ser vendido. Así, los principios fundamentales de la vida, del derecho a la vida, de los equilibrios y de la diversidad genética se vulneran; el agua, la tierra, el fuego, la energía y hasta el aire están mercantilizados y son territorios ocupados. El ejemplo más claro es la atmósfera, ahora ocupada por los gases de efecto invernadero en un 80% producido por el 20% de la población concentrada en los países más ricos y desarrollados. Ese grado de concentración de gases imposibilita el ejercicio del derecho al desarrollo de los pueblos que no han logrado alcanzar niveles básicos de acceso a los derechos de alimentación, energía, transporte, infraestructura básica. Pero además pone en peligro la propia existencia del planeta que enfrenta el mayor peligro a su estabilidad.

La base de ese sistema mercantil está concentrada en las instituciones que desarrollaron reglas de comercio y financieras que legitiman y profundizan ese paradigma dominante: la OMC, el Banco Mundial, el FMI, los acuerdos de comercio como el NAFTA o el CAFTA que establecen una serie de normas, mecanismos y condicionalidades para generar “crecimiento”.

Estas normas y reglas van de la mano con la mayor irracionalidad neoliberal en la que el despilfarro, la anulación de la biodiversidad genética, la contaminación de las fuentes de agua y vida, la mercantilización de los bienes comunes, la sobreexplotación de los recursos de la tierra, el uso desmedido de la energía en la producción y traslado de mercancías contribuyen de manera continua no sólo a una mayor emisión de GEI, sino a una huella ecológica totalmente insostenible. Según el informe del WWF de 2009, actualmente la huella ecológica de la intervención humana sobrepasa en un 30% la capacidad de la biósfera para restituirse. Según esta misma fuente, la primera vez que se ha registrado este “déficit” entre lo que se consume y lo que la tierra es capaz de reponer fue en los 80, coincidiendo con el inicio del Consenso de Washington que formuló un plan global en el que la inversión privada fue concebida como la clave del desarrollo.

Las visiones de desarrollo y la ruptura del equilibrio con la Madre Tierra

Otra de las bases estructurales del cambio climático está en la forma en que se concibe el desarrollo y el propio desarrollo sostenible cuya definición se concentra en mantener condiciones para las futuras generaciones; pero al no contar con una visión holística de interrelaciones vitales con la naturaleza no necesariamente incluye o presupone un equilibrio con la Madre Tierra: “Satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades” (UN). Por lo tanto el concepto y la práctica del “desarrollo sostenible” han sido articulados con los enfoques mercantilistas y extractivistas, pues la sostenibilidad se ha definido en un estrecho enfoque androcéntrico, extractivista y predominantemente basado en el consumo de fuentes fósiles.

En el trasfondo de esto yace la ruptura de la civilización humana con la naturaleza que propició la cultura occidental capitalista en la que la tierra no es vista más que como un “recurso” y un territorio de ocupación. Informes serios afirman que la intervención humana ha superado las propias fuerzas de la naturaleza y se constituyen en un verdadero peligro para los innumerables equilibrios logrados por la evolución para la habitabilidad de las especies en siglos.

De ahí el enorme valor de todos los procesos locales y movimientos sociales que en el mundo están intentando resignificar la Naturaleza con el concepto de Madre Tierra, y reafirmando aquello que la naturaleza no es un “recurso”, es “nuestro hogar”, es nuestra Madre Tierra.

Sistemas financieros y sistemas económicos

Pero también es fundamental analizar en estas causas estructurales los mecanismos y estructuras financieras que gobiernan al mundo. Estas estructuras financieras se han articulado para seguir extrayendo recursos de los países en desarrollo y de sus estados a favor de las grandes transnacionales y de los países poderosos. La deuda es una de las muestras más claras de estos mecanismos que no sólo empobrece a los pueblos sino que posibilita que las multilaterales condicionen a los países en desarrollo a aplicar políticas neoliberales que en el fondo favorecen a las multinacionales. Como se dio en las décadas de los 80 y 90 con procesos de liberalización y reducción del poder regulador de los estados, en favor del poder de las trasnacionales. Ejemplos de ello tenemos miles, como el caso de los tribunales de arbitraje que se permiten juzgar a los pueblos porque las empresas se han visto afectadas por leyes locales ambientales, laborales, de salud, etc.

La relación de estos sistemas financieros y económicos con la crisis climática es directa y causal y se expresa también en los procesos de negociación de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático -CMNUCC- en los que se debate ahora cómo se va a financiar la adaptación de los países en desarrollo, proponiéndose que sea a través de mecanismos ya viciados. Por eso es que los países en desarrollo proponen que cualquier mecanismo de financiamiento debe ser en el marco de un control multilateral, transparente, democrático y no condicionado al financiamiento para adaptación.

Pero aún más grave es la posibilidad de que algunos países desarrollados, en el afán de eludir sus responsabilidades y compromisos multilaterales, destinen sus fondos de cooperación a fondos de financiamiento para cambio climático, como se advierte en las últimas propuestas efectuadas en el parlamento de la Unión Europea. Los países desarrollados han propuesto 30.000 millones de $US para el periodo 2010-2012 y 100.000 millones hacia el 2020. (Entendimiento de Copenhague). Suma irrisoria si se considera, como sugiere el G77, que los gastos superarán el 5% del Producto Nacional Bruto de los países desarrollados (1.900.000 millones de $US.) Y si se comprara con lo que necesitaría sólo un país devastado como Haití (cuya tragedia no fue causada por el cambio climático pero que es una muestra de la vulnerabilidad de los países más pobres) que va a requerir alrededor de 11.000 millones de $US.

Pero también la discusión está en la propia estructura de los sistemas económicos que han puesto en prioridad el lucro y la rentabilidad en lugar de la eficiencia de los servicios y del cuidado de los pueblos y la naturaleza. Los índices de crecimiento económico de una sociedad se miden por medio de inversiones, valores en la bolsa, pero no existen indicadores que midan cuán beneficioso podría ser para una sociedad un uso distinto del tiempo, de los recursos humanos, de una priorización diferente de las áreas que requieren de mayor atención y destino de recursos económicos para ser más humana. En ese sentido, la economía feminista ha dado y está dando muchos elementos para encontrar alternativas.

El control de territorios, la migración obligatoria y los acuerdos de integración

Finalmente se deberá analizar, en la perspectiva de las causas estructurales, el tema del control de territorios. El cambio climático está produciendo en el mundo una reconfiguración geopolítica debido al desplazamiento y movilidad de personas a gran escala, pérdidas de territorios, procesos de deglaciación que permitirán el acceso a riquezas naturales ahora valoradas por su valor económico como el petróleo y los minerales.

Según la Organización Internacional para las Migraciones -OIM-, se estima que más de 200 millones de personas serán, en pocas décadas (2050), migrantes climáticos desplazados y buscando en el mundo un lugar donde vivir. Ya en la actualidad alrededor de 40 millones de gente ha sido desplazada de sus lugares de origen por impactos de la minería y la industria altamente contaminante. Mientras que, sin ninguna sensibilidad, las grandes potencias y los países en desarrollo endurecen sus leyes de migración y desarrollan planes perversos de reclutamiento étnico para admitir a jóvenes extranjeros en sus países.

Hace más de una década, se decía que había más de 25 millones de personas obligadas a abandonar sus territorios por motivos medioambientales como la contaminación, degradación de suelos, sequías y desastres naturales. Hoy los “refugiados medioambientales” son más que los refugiados por persecución política y por guerras. (OIM).

Pero lo curioso de todo es que en lugar de flexibilizar las reglas de inmigración, los países desarrollados se han dedicado a construir cada vez más reglas y prácticas draconianas para evitar y controlar la migración a un límite inaudito, como el muro de la vergüenza entre Estados Unidos y México y la Directiva Retorno de la Unión Europea. A esto se suman las numerosas manifestaciones xenófobas y casi fascistas que se generan a partir de estos enfoques. En Estados Unidos se han puesto en marcha programas para controlar a los inmigrantes mexicanos que involucran a la población civil estadounidense (mediante la formación de patrullas) e incluye vigilancia electrónica fronteriza (monitores de TV). En Italia se han registrado vergonzosos disturbios xenófobos contra los inmigrantes. (BBC)

Esto cuestiona profundamente los llamados acuerdos de integración que se multiplican por el mundo pero sólo para facilitar la circulación de mercancías y crear condiciones cada vez más favorables para las inversiones y fortalecer matrices energéticas “petroadictas”, extractivistas, expoliadoras de recursos naturales, pero no encaran el tema de la circulación y los derechos humanos y laborales de las personas. Pero que sobre todo no promueven una verdadera adaptación de sus contenidos a la emergencia climática, a la crisis global que no sólo provocará catástrofes que requerirán de grandes montos de dinero para atenuarlos, sino de infraestructuras y normas para encarar el tema de la migración por razones climáticas y financieras, fruto de la deuda histórica del Norte con el Sur y consecuencia de las políticas vigentes de acumulación de riquezas.

Lo bueno de todo es que la crisis global, y en particular la crisis climática, han puesto en evidencia la necesidad de cambiar el mundo, de cambiar los paradigmas, de buscar restablecer el equilibrio con la Madre Tierra y de eliminar las profundas inequidades e injusticias de un sistema que se come el mundo de a pedacitos. La fuerza de los pueblos está ahora a prueba para resignificar la vida en el planeta y fortalecer la solidaridad y la justicia.

Elizabeth Peredo BeltránALAI

sábado, 13 de febrero de 2010

Las incestuosas relaciones de las ONG con Estados y transnacionales

Para concretar sus acciones, las ONG humanitarias tratan de seducir a los grandes donantes, que son generalmente las transnacionales y los Estados. Esa relación favorece el lucro de los dirigentes y la politización de las grandes causas. Poco a poco, algunas asociaciones se desvían hacia objetivos no relacionados con las causas que dicen defender. Julien Teil analiza esta evolución a través de varios ejemplos.

Muchos programas de solidaridad internacional, de los que siguen de cerca las ONG y los medios de difusión, cuentan con el aval de las organizaciones intergubernamentales. Pero algunos de esos programas no parecen representar los valores e ideales que supuestamente defienden. Un rápido análisis permite comprobar en ellos la aparición de ciertos vínculos.

Estudiaremos aquí un concepto que apareció en los años 1990 y un programa de solidaridad que viene elaborándose. No es nuestro objetivo acusar aquí a los diferentes actores e intermediarios de dichos programas sino analizar las relaciones que se establecen al calor de estos, para ofrecer un panorama del rumbo que van adoptando.

El 1%, África y sus redes

El 5 de enero de 1994, durante el programa televisivo La marche du Siecle, Charles Pasqua, el entonces ministro francés del Interior y presidente del Consejo General de la región Hauts-de-Seine, declara: «Francia tiene que ponerse a la cabeza de una verdadera cruzada a favor del desarrollo. Se sabe que actualmente, todos los expertos lo están diciendo, si dedicamos a la ayuda al desarrollo de los países subindustrializados, subdesarrollados, el equivalente del 1% de nuestro PIB, el problema se resolvería».

Esa práctica ya está incluso instituida en el seno de la sociedad de economía mixta (SEM) Cooperation 92, fundada por iniciativa del propio Pasqua y dirigida por gente de su entorno. Las acciones concretas de la Cooperation 92 en Gabón se han realizado sin que mediaran procesos previos de licitación o concurso público y resultaron extremadamente costosas. Sin que existiera oficialmente vínculo alguno con lo anterior, el jefe de Estado gabonés ofreció sumas equivalentes a esos costos para financiar las actividades políticas de Pasqua y de sus colaboradores [1].

No es sino al cabo de 14 años, el 24 de octubre de 2008, que el Consejo General de la región francesa Hauts-de-Seine vota la disolución de la sociedad Cooperation 92, que venía siendo objeto de duras críticas desde hacía más de un decenio. La oposición (Partido Socialista, Verdes y Partido Comunista) denunciaba concretamente la total falta de transparencia de aquella empresa y deploraba la ausencia de ONG en la realización de los proyectos [2].

Dedicar parte del presupuesto de un organismo público o mixto a operaciones de solidaridad internacional ajenas a la vocación misma del organismo en cuestión es una forma de desvío de fondos públicos, por muy encomiable que sean esas operaciones. O más bien «constituía un desvío de fondos», ya que la ley Oudin-Santini, que entró en vigor el 27 de enero de 2005, permite que las comunas, ciertos establecimientos públicos de cooperación, los sindicatos mixtos encargados de los servicios públicos de agua potable, las agencias del agua, etc., destinen el 1% de su presupuesto a acciones de solidaridad internacional y de cooperación.

Esa ley, según André Santini, «es a la vez una forma de exportar el modelo francés de manejo del agua y también una herramienta para la conquista de nuevos mercados para los grupos franceses» [3].

Esa disposición legislativa legalizó lo que hasta entonces había sido una práctica delictiva existente esencialmente en ciertas agencias del agua (Seine-Normandie y Rhin-Meuse), ya denunciadas en 2002 por la Contraloría francesa [4].

André Santini, principal autor de esa ley, ocupaba la vicepresidencia del grupo parlamentario de estudio sobre los problemas del agua. Este amigo de Charles Pasqua ocupaba también la vicepresidencia del Consejo General de la región francesa Hauts-de-Seine, la presidencia del Sindicato de Aguas de la región Ile-de-France (SEDIF), además de ser presidente del Comité de la Cuenca Seine-Normandie. 
Hasta el año 2010, el manejo del agua en la región Ile-de-France estuvo está en manos de la compañía Generale des Eaux, rebautizada con el nombre de Vivendi Environnement [en español, Vivendi Medio Ambiente] y más tarde como Veolia.

En el seno del Comité de la Cuenca Seine-Normandie, responsable del manejo del agua en esa región, el señor Santini tiene como segundo a un vicepresidente, Paul-Louis Girardot, quien es además presidente del consejo de vigilancia de Veolia Eau [en español, Veolia Agua] y vicepresidente del consejo de administración de Veolia Environnement.

En 2006, Veolia Environnement puso en marcha su comité independiente de evaluación para «enriquecer la visión estratégica de Veolia Environnement». Entre los miembros de ese comité se cuentan Jean-Michel Severino, director general de la Agencia Francesa de Desarrollo (AFD), y Philippe Leveque, director general de la ONG Care France. Care France goza de las prerrogativas de la forma de asociación puesta en vigor a través de la ley Oudin-Santini y su informe sobre las actividades correspondientes al año 2009 expresa su agradecimiento a las diferentes agencias del agua así como al Consejo General de la región Hauts-de-Seine.

Como primera beneficiaria de la ley Santini y primer socio de Cooperation 92, la asociación SOS Sahel se dedica a reverdecer el desierto. Como consecuencia de la gran sequía de los años 1973-1974, el entonces presidente de Senegal, Leopold Sedar Senghor, invitó a la sociedad civil francesa y africana a crear una asociación de lucha contra el hambre. Así apareció en Dakar, en noviembre de 1976, la asociación SOS Sahel.

La ONG Action Contre la Faim [en español, Acción Contra el Hambre] milita a favor de «ratificar [la ley Santini] a escala europea (para poder ayudar a más personas a tener acceso al agua y al saneamiento conforme a los Objetivos del Milenio)» [5]. Esta proposición debería suscitar duras críticas ya que se trata de legalizar a escala europea una práctica que sigue siendo delictiva en numerosos Estados.

Action Contre la Faim es una asociación internacional creada en noviembre de 1979, con el nombre de Action Internationale Contre la Faim (AICF) y apadrinada por una serie de intelectuales atlantistas, como Francoise Giroud, Guy Sorman, Jacques Attali y Bernard-Henry Levy. En aquel entonces el objetivo era alimentar, en Pakistán, a los islamistas afganos que huían del Ejército Rojo.

Cuatro meses después de su fundación, en febrero de 1980, AICF participa en un suceso mediático: «la marcha por la supervivencia». 
Respondiendo al llamado de Médicos Sin Fronteras, un grupo de celebridades escolta un convoy de ayuda humanitaria que será detenido al tratar de pasar la frontera de Camboya. Se producen entonces conmovedoras escenas en las que Bernard-Henry Levy y Elie Wiesel suplican a las tropas comunistas vietnamitas que permitan el paso de la ayuda humanitaria destinada a los khmers rojos, a los que supuestamente estaban dejando morir de hambre después de haberlos derrocado.

La marcha había sido organizada en realidad por la CIA, con la ayuda de Claude Malhuret [6]. Posteriormente se supo que en los campamentos de refugiados de los khmers rojos no existía ninguna hambruna. La creación de la asociación parece haber sido financiada por Michel David-Weill, entonces presidente del banco franco-americano Lazard y políticamente comprometido con la cruzada antisoviética. Por su parte, su socio Jean Guyot financió Care France.

Guy Sorman explica que «David-Weill quería hacernos el cheque. Pero en aquella época, con el control de cambio [de moneda], era complicado transferir fondos entre Estados Unidos y Francia. Así que decidimos crear una filial americana» [7].

De esa manera, los vínculos entre las colectividades locales, las ONG y generosos mecenas se ven implicados en cálculos políticos o maniobras comerciales que nada tienen que ver con los ideales invocados.

La Global Water Initiative y el programa Water Efficient Maize for Africa

En 2007, un generoso mecenas ofrece 15 millones de dólares al año por un periodo de 10 años a un colectivo de ONG por la realización de acciones a largo plazo a favor del acceso al agua. Se trata de la Global Water Initiative (GWI).

El proyecto se aplica en Burkina Faso, Malí, Níger, Senegal y en otros 9 países de África y de América Central. Tiene como objetivo proporcionar a las comunidades un acceso durable al agua para cubrir las necesidades de la producción rural.

Siete ONG participan en la GWI: 


- Action Against Hunger / Acción Contra el Hambre (AAH / ACF, siglas en ingles y francés) 


- CARE [8]

- Catholic Relief Services (CRS) 


- The World Conservation Union - IUCN 


- International Institute for Environment and Development (IIED) 


- Oxfam America 


- SOS Sahel [9].

David Blanc (director del departamento de operaciones de Acción Contra el Hambre USA) conforma el programa en colaboración con la Howard G. Buffett Foundation, que financia enteramente el proyecto [10].

Howard G. Buffett

Howard Graham Buffett es el hijo de Warren Buffet, clasificado en 2008 como propietario de la segunda fortuna más importante del mundo por la revista Forbes. Se presenta como agricultor, filántropo y amante de la fotografía. Su historial lo sitúa, sin embargo, como administrador de varias empresas, como la Archer Daniels Midland (de 1992 a 1995), una de las más importantes empresas agroalimentarias de Estados Unidos.

La Archer Daniels Midland, que se dedica a negociar con cereales, goza de gran influencia en la difusión de los organismos genéticamente modificados (OGM). La fundación Howard G. Buffet nació en 1999 y adoptó como misión el garantizar la satisfacción de las necesidades esenciales de las poblaciones más desfavorecidas y marginadas del mundo.

Esta fundación concede particular importancia al acceso al agua en América Central y en África, así como al desarrollo de los recursos agrícolas para los pequeños agricultores locales.

Uno de los 7 participantes de la GWI, el IIED (International Institute for Environment and Development), a desempeñado un papel ideológico de primer plano en el renacimiento del maltusianismo y la movilización contra el calentamiento climático.

El IIED fue fundado en 1971, gracias al financiamiento del Aspen Institute [11], por la economista británica Barbara Ward (también conocida como la baronesa Jackson of Lodsworth) y por el hombre de negocios canadiense Maurice Strong, arquitecto de las «Cumbres de la Tierra».

Hoy en día, el IIED es financiado por varios ministerios (el ministerio francés de Ecología, el ministerio británico de Relaciones Exteriores, etc.), agencias supraestatales (Banco Mundial, FAO, Comisión Europea, etc.), varias ONG (Care Dinamarca, etc.) y por una increíble cantidad de fundaciones (Rockefeller Foundation, Ford Foundation [12], etc.).

El IIED se encuentra hoy bajo la presidencia de Camilla Toulmin, quien ya había administrado anteriormente, desde 1987 hasta 2002, su programa «tierras áridas». Su trayectoria le ha permitido esencialmente estudiar el fortalecimiento del desarrollo duradero así como el derecho sobre la tierra en África y en todas las regiones. La actividad de Camilla Toulmin se ha concentrado en el desarrollo social, económico y medioambiental en las zonas áridas de África. Camilla Toulmin es además la autora, junto a Simon Pepper (presidente de WWF-Escocia), de un informe titulado Reforma de la propiedad de la tierra en el Norte y en el Sur.

Una de las conclusiones de ese informe resulta reveladora: «En África, el programa de reformas sobre la propiedad de la tierra es de actualidad en gran parte debido a los donantes internacionales, como el Banco Mundial, el Reino Unido, Francia, Alemania y Estados Unidos. Este compromiso proviene de la impresión de que se hace indispensable una reforma sobre la propiedad de la tierra en aras de garantizar en ese aspecto la seguridad suficiente para favorecer la inversión en la agricultura, reducir los conflictos y atribuir tierras a los utilizadores más productivos.

Esa visión espera también que muchos países africanos se abran a la inversión externa en la agricultura. Se estima que las empresas internacionales tienen que contar con títulos de propiedad garantizados antes de invertir sus capitales en las economías africanas de alto riesgo. Existen también importantes intereses nacionales que estimulan a la compra de las tierras ancestrales cuando éstas salen al mercado» [13]. Se trata de una conclusión evidentemente vinculada a los intereses de quienes dan la luz verde en el seno del GWI, cuyo único inversionista es la fundación Howard Buffett.

De forma paralela, la fundación Howard Buffet y la fundación Bill & Melinda Gates financian el programa Water Efficient Maize for Africa (WEMA) aportándole alrededor de 47 millones de dólares. El objetivo es resolver los problemas de sequía que encuentran los cultivos locales africanos a través de la creación de nuevas variedades de maíz en colaboración con Monsanto, el gigante estadounidense de los organismos genéticamente modificados (OGM) [14]. La dirección del programa está en manos de la USAID.

En el caso del GWI y del WEMA también se evidencia una excesiva representación de los intereses privados. Por un lado a través de las fundaciones nacidas de las empresas privadas que financian los proyectos, así como por el indiscutible papel que desempeñan las multinacionales cuyos representantes participan a veces en la administración de las supuestas ONG. También en este caso son flagrantes las contradicciones entre el concepto de solidaridad y los intereses representados.

Solidaridad y gobernanza mundial

Los dos ejemplos que aquí hemos expuestos en forma sucinta son representativos de una equívoca realidad. Otros muchos programas, que supuestamente deberían dar respuesta a las problemáticas humanitarias, se basan en asociaciones entre el sector público, el sector humanitario y el mercantil. Además, el microcrédito es un componente corrientemente agregado a algunos de esos programas.

Pero el llamado “social business” (o empresariado social) incluye también una realidad mucho menos eficaz de lo que afirman sus famosos discípulos Jacques Attali, fundador de Planet Finance, y Bill Drayton, fundador de Ashoka Fund [15].

El microcrédito y las asociaciones entre ONG y empresas son actualmente tema de fructíferas discusiones. Algunos ven en ellas una solución a la crisis económica, pero también una respuesta a las problemáticas sociales y medioambientales de estos últimos años. Su existencia se basa en numerosos foros que construyen esos nuevos modelos de gobernanza asociativa como expresión de la sociedad civil en el seno de la «futura gobernanza mundial» [16].

A pesar de las evidentes divergencias entre la sociedad civil y las empresas transnacionales, las ONG están sobre todo comprometidas con el sector privado y con los Estados, en vez de actuar como actores independientes o incluso como contrapoder.

Ese comportamiento evidencia el lento desvío de las grandes ONG de solidaridad internacional, que poco a poco van convirtiéndose en representantes de la defensa de intereses que nada tienen que ver con la democracia. Peor aun, la idea –que poco a poco va imponiéndose– de una gobernanza mundial a la que estarían asociadas las ONG contradice la definición misma de democracia.

Notas:

[1] Libro en francés: Noir Silence, por François Xavier Verschave, editor Les Arènes (2000), p.436-437.

[2] «Hauts-de-Seine: Dissolution de la SEM coopération 92», informe del municipio francés publicado en Les Echos, 24 de octubre de 2008.

[3] Association S-Eau-S.

[4] «La colère de Santini face aux questions de Bakchich», por Hélène Constanty y Marion Gay, Bakchich, 25 de febrero de 2008.

[5] Dosier de Prensa de Action Contre la Faim en ocasión del Dia Mundial del Agua de 2008. El libro Lobby Planet Paris, guide des Lobbys, en venta desde noviembre de 2009, aborda la ley Oudin-Santini.

[6] Rescuing the World, por Andrew F. Smith, prefacio de Henry Kissinger, State University of New York Press, 2002, pp. 123-129.

[7] «Action contre la Faim à la conquête de l’Amérique», por Emmanuel Saint-Martin, French Morning, 12 de octubre de 2009.

[8] «Las ONGs, ¿instrumentos de gobiernos y transnacionales?», por Julien Teil, Réseau Voltaire, 30 de julio de 2009.

[9] Presentación del GWI en el sitio web de la ONG Care-USA.

[10] Página de David Blanc en el sitio web de Action Against Hunger.

[11] «El Instituto Aspen educa a los tiburones del business», Red Voltaire, 3 de febrero de 2004.

[12] «La Fundación Ford, fachada filantrópica de la CIA» y «Por qué la Fundación Ford subvenciona la oposición», Red Voltaire, por Paul Labarique, 5 y 19 de abril de 2005.

[13] Reforme foncière au Nord et au Sud, Camilla Toumin & Simon Pepper.

[14] Sitio web de la empresa Monsato.

[15] Al igual que Jacques Attali, William «Bill» Drayton estima que el “social business” permite resolver los problemas inherentes a la pobreza. En la época de la administración Carter, Drayton fue administrador asistente de la Agencia estadounidense de Medioambiente. Fue desde ese cargo que promovió el principio del mercado del carbono (trade and cap).

[16] La publicación, en el año 2008, de un recuento de uno de esos foros aclara la naturaleza de las relaciones que se establecen en el marco de tales encuentros. En 2008 se celebró el foro «oposición a opositores… ¿qué futuro tienen las ONG dentro de la gobernanza mundial?» El contenido se describe detalladamente en la publicación del mismo nombre que publicaron el IRIS y la ONG Handicap International.

Fuente: http://www.voltairenet.org/article163836.html

miércoles, 13 de enero de 2010

¿Hacia el “post-altermundialismo”?

A los diez años de la creación del Foro Social Mundial de Porto Alegre

Muchos militantes se preguntan sobre los resultados políticos concretos de esos encuentros. Los movimientos sociales y ciudadanos, reunidos por primera vez en Porto Alegre en enero de 2001 para denunciar los estragos del neoliberalismo y exponer proposiciones alternativas, lograron gran repercusión. Pero la fórmula está emitiendo señales de desgaste… De ahí la necesidad de tender puentes con las fuerzas políticas y con los gobiernos progresistas que llevan a la práctica medidas directamente surgidas de los Foros.

En la pequeña oficina de Le Monde diplomatique de París, donde el 16 de febrero de 2000 se establecieron las bases de lo que iba a convertirse en el Foro Social Mundial (FSM), ninguno de los presentes (1) hubiera podido imaginar hasta qué punto el FSM se transformaría en un nuevo actor de la vida política internacional. Y todo fue muy rápido, dado que el primer FSM se celebró menos de un año después en Porto Alegre, capital del estado brasileño de Rio Grande do Sul (2).

Tan rápido paso de la idea a la acción fue una notable hazaña que debe atribuirse al comité brasileño de organización, constituido a ese fin. En un artículo publicado en agosto de 2000 (3), que contribuyó de manera decisiva a dar credibilidad y poner en órbita internacional al futuro Foro, Ignacio Ramonet escribía: “En 2001, Davos tendrá un competidor mucho más representativo del planeta tal cual es: el Foro Social Mundial que se reunirá en la misma fecha (del 25 al 30 de enero) en el Hemisferio Sur, en Porto Alegre (Brasil)”. Añadía, a partir de los elementos de los que disponía en ese momento, que se esperaban “entre 2.000 y 3.000 participantes, portadores de las aspiraciones de sus respectivas sociedades”. No obstante, y para agradable sorpresa de todos, fueron cerca de 20.000 los delegados que seis meses después se reunieron en la capital gaucha.

La reacción anti-Davos tuvo una fuerte influencia en esa movilización. La voluntaria proximidad de los titulados dos Foros –Foro Económico Mundial o World Economic Forum (WEF) en Davos y Foro Social Mundial en Porto Alegre– así como la también deliberada simultaneidad de ambas reuniones, constituyeron ventajas mediáticas mayores. El fundador y presidente del Foro de Davos, Klaus Schwab, lo constató con amargura, quejándose de la “desviación negativa” del renombre del WEF.

Símbolo del poder y de la arrogancia financiera, así como del desprecio por la democracia y la sociedad, Davos constituía un blanco perfecto para los movimientos sociales y ciudadanos. Ya en enero de 1999, en plena sesión del WEF, varias organizaciones, entre las que se encontraba el Foro Mundial de las Alternativas (FMA) y Attac, habían organizado un seminario de dos días en Zurich, seguido de una conferencia de prensa sobre el tema de “El otro Davos” en la estación de esquí suiza. Cualquier otro tipo de manifestación o protesta era prácticamente imposible en esas estrechas callecitas cubiertas de nieve controladas por policías y militares.

Fue, pues, contra todo lo que representaba Davos contra lo que se definieron los primeros FSM, en una postura de denuncia del neoliberalismo y de resistencia a sus perjuicios. Los FSM también se situaban como prolongación de los combates zapatistas (en especial el Reencuentro Intergaláctico de Chiapas de 1996); de la lucha victoriosa contra el Acuerdo Multilateral sobre Inversiones (AMI) de 1998, elaborado en secreto por la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) y cuyo texto había publicado Le Monde diplomatique, y por supuesto de la gran movilización en Seattle contra la Organización Mundial de Comercio (OMC) de diciembre de 1999 (4).

En una segunda etapa, los Foros se tornaron más propositivos, lo que como consigna se tradujo en el abandono del término “antiglobalización” a favor de “altermundialismo”. Es decir, el paso del rechazo a la propuesta, lo que correspondía más a la consigna de los Foros: “Otro mundo es posible”. Esta evolución se realizó sin modificar las reglas de funcionamiento del FSM, codificadas en su Carta de Principios elaborada en junio de 2001. Dicho documento de referencia define al Foro a la vez como un “espacio” y un “proceso”; de ninguna manera como una entidad. Se trata de componer un lugar de intercambios, de diálogo, de elaboración de propuestas, de puesta en práctica de estrategias de acción y de constitución de coaliciones de todos los actores sociales que rechazan la globalización liberal. Pero cada una de esas acciones sólo compromete a las organizaciones que desean implicarse y no al conjunto de las presentes en el Foro.

Por lo tanto, el Foro Social Mundial no toma posiciones como tal y en sus reuniones no hay un “comunicado final”; sólo textos adoptados en el transcurso del Foro Social Mundial, pero no textos “del” Foro Social Mundial ni de sus declinaciones continentales (como los Foros Sociales africanos, europeos, etc.). Esta fórmula abierta permitió la progresiva incorporaciónn a los Foros de nuevas fuerzas –sindicatos “reformistas”; Organizaciones No Gubernamentales (ONG); movimientos indígenas, feministas, ecologistas, confesionales, etc.– que aceptaban caminar un trecho con elementos más radicales, pero que no querían ser desbordados por ellos.

De un FSM a otro se emitieron cientos de propuestas (más de 350 sólo para el Foro de Porto Alegre de 2005), pero sin ninguna jerarquía ni articulación entre ellas. Todo lo que derogaba el principio de “horizontalidad” (las propuestas tienen un estatus equivalente) y todo lo que aparecía como “vertical” (por ejemplo, una plataforma que unificara diferentes propuestas complementarias pero dispersas), fue combatido por una fracción influyente de los organizadores brasileños de los Foros y dirigentes de ONG que veían allí el inicio de un programa político... y hasta el intento de creación de una nueva Internacional!

Así es como el Manifiesto de Porto Alegre, base de las doce propuestas –originadas en debates y que constituyen a la vez un sentido y un proyecto– que el 29 de enero de 2005 presentaron en Porto Alegre 19 intelectuales de cuatro continentes (entre ellos dos premios Nobel) (5), fue criticado en sus propios principios por muchos autoproclamados guardianes de la ortodoxia “Foro”. Idéntica suerte le reservaron posteriormente al Llamamiento de Bamako, documento programático de alcance planetario, redactado al término de un encuentro que organizó el Foro Mundial de las Alternativas, que renunió a 200 intelectuales y representantes de movimientos sociales, la mayoría de África y Asia, en vísperas del Foro Social Mundial descentralizado que tuvo lugar en la capital de Malí en enero de 2006 (6).

Si se aplicara la rigurosa lectura que algunos hacen de la Carta de Principios de 2001, los Foros Sociales estarían condenados a presentar en orden disperso una multitud de propuestas de muy desigual importancia acerca de las estructuras del orden dominante que, de los gobiernos a las instituciones multilaterales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial del Comerico, Organización de Cooperación y Desarrollo Económico), sin hablar de la Comisión Europea, dan prueba de una cohesión absoluta en la imposición de los dogmas liberales.

Ese rechazo voluntario a influir colectivamente sobre los actores de la esfera política a partir de una plataforma internacional común, y al mismo tiempo quedarse afuera de la esfera electoral, explica el desgaste de la fórmula de los FSM. Y eso aunque continúen reuniendo a decenas de miles de participantes locales, que a menudo asisten por curiosidad, como ocurrió en Belem en enero de 2009.

Muchos militantes se preguntan sobre los resultados políticos concretos de esos encuentros y la manera en que pueden contribuir al advenimiento de “otro mundo posible”.

Las cosas se complicaron con la llegada al poder en América Latina (Bolivia, Ecuador, Paraguay y Venezuela) de gobiernos surgidos de movimientos populares, que ponen en práctica, aunque con altibajos, políticas de ruptura con el neoliberalismo –tanto a nivel nacional como internacional– que coinciden con las expresadas en los Foros. ¿Qué actitud debería adoptarse? ¿Ser solidarios con ellos, aunque sea caso por caso? ¿O quedarse de brazos cruzados y mirar para otro lado, so pretexto de que se trata de gobiernos, por lo tanto sospechosos, razón por la cual hay que mantenerlos a distancia?

Ese comportamiento remite a una ideología libertaria difusa pero muy presente en numerosas organizaciones. En especial fue objeto de las teorías de John Holloway en su obra titulada explícitamente Cambiar el mundo sin tomar el poder (7). Por otra parte, la palabra “poder” está ausente del vocabulario de muchos de sus actores, salvo para estigmatizarla, muy a menudo como reacción a las derivas totalitarias de Estados-Partidos.

Por el contrario, el contrapoder y la desobediencia civil se consideran las privilegiadas palancas del cambio. Tal postura se hace difícil de sostener cuando en la Cumbre de Copenhague, por ejemplo, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) que agrupa a nueve Estados latinoamericanos y caribeños, toma posiciones que convergen con las de las coaliciones de ONG que exigen la justicia climática, y cuestiona directamente al capitalismo (8).

El nuevo contexto internacional impondrá, incluso en la concepción de estos Foros, la búsqueda de nuevas formas de articulación entre movimientos sociales, fuerzas políticas y gobiernos progresistas. Para caracterizar esta evolución se ha propuesto una palabra: el post-altermundialismo (9), que sin sustituir al altermundialismo, constituye una continuidad posible.

Con ocasión del FSM de Belem, se pudo ver un primer esbozo de esta actividad postaltermundialista en el diálogo entre cuatro presidentes latinoamericanos –Hugo Chávez (Venezuela), Rafael Correa (Ecuador), Fernando Lugo (Paraguay) y Evo Morales (Bolivia)– y los representantes de movimientos sociales del subcontinente. Un diálogo que va a profundizarse en el Foro Social temático de Salvador de Bahía, previsto en dicha ciudad del 29 al 31 de enero de 2010 (10) con la creciente participación de jefes de Estado (entre ellos del presidente Lula). Participación que debería prolongarse con ocasión del próximo FSM que en 2011 tendrá lugar en Dakar.

Durante una reunión preparatoria organizada en la capital senegalesa el pasado noviembre, movimientos sociales del continente expresaron su voluntad de hacer evolucionar al FSM. Se debatieron formulaciones como la necesidad de crear “un espacio de alianzas creíbles” y no “un mercado de la sociedad civil”; de “definir una relación nueva con los actores políticos” en vista a “construir una alternativa”.

Ciertamente, en África se consolidará el necesario giro “post-altermundialista” de los Foros Sociales.

(1) Además del autor de estas líneas (en aquel momento director general del periódico y presidente de Attac Francia), se trataba de Chico Whitaker y Oded Grajew, respectivamente el secretario de la Comisión Justicia y Paz de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, y el dirigente de la Asociación Brasileña de Empresarios por la Ciudadanía (CIVES), así como las señoras Whitaker y Grajew.

(2) Sobre la génesis y organización de este primer Foro y los dos siguientes, véase Bernard Cassen, Tout a commencé à Porto Alegre, Editions des 1001 Nuits, París, 2003. También el texto de Chico Whitaker sobre los orígenes del Foro: www.forumsocialmundial.org.br/dinamic.php?pagina=origem_fsm-por

(3) Ignacio Ramonet, “¿Davos? No, Porto Alegre”, Le Monde diplomatique en español, agosto de 2000. Este artículo fue retomado en las veinte ediciones en distintos idiomas con las que contaba en esa época el periódico. Lo mismo sucedió con el editorial del mismo autor publicado algunas semanas antes del Foro, con el objeto de movilizar a los participantes: “Porto Alegre”, Le Monde diplomatique en español, enero de 2001.

(4) Samir Amin y François Houtart, “El futuro de los Foros Sociales a debate”, Le Monde diplomatique en español, mayo de 2006.

(5) Véase: www.medelu.org/spip.php?article27&var_recherche=manifeste%20de%20porto%20alegre

(6) www.forumdesalternatives.org/FR/readarticle.php?article_id=841

(7) John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder, Ediciones Herramienta, Buenos Aires, 2002.

(8) Declaración especial sobre el cambio climático aprobada por la Cumbre del ALBA con ocasión de su Cumbre del 13 y 14 de diciembre de 2009 en La Habana. Versión en español: www.medelu.org/spip.php?article313

(9) El 26 de enero de 2008, la Asociación Mémoire de Luttes y la revista Utopie critiquewww.medelu.org/spip.php?article7&var_recherche=colloque%20post%20altermondialisme organizaron en París un coloquio titulado “Altermundialismo y post-altermundialismo”. Véase su “Llamado Final”,

(10) www.fsmbahia.com.br

Bernard Cassen es presidente honorario de Attac Francia, secretario general de Mémoire des luttes.

jueves, 7 de enero de 2010

Las tres crisis

Todos los países situados en la zona de influencia de Wall Street y la City están amenazados. Estados Unidos, endeudado de los pies a la cabeza, desde el Gobierno al particular, se encuentra en una situación que algunos consideran sin salida. La City, que tiene mayor peso en la economía británica que Wall Street en la norteamericana, se ha visto afectada más directamente a causa, en particular, de la importancia de las inversiones internacionales de la antigua potencia imperial.

A su vez, para los países de la zona euro, la voluntad de China y Estados Unidos de mantener sus monedas, el yuan y el dólar, en un nivel bajo, infravalorado, también representa una amenaza directa, pues, inevitablemente, ataca a las exportaciones europeas.

Paralelamente a los problemas de la economía, los de la ecología nos obligan a tomar decisiones muy difíciles. La gran conferencia mundial de Copenhague nos ha dejado una imagen inquietante sobre la dificultad de alcanzar acuerdos. Dado que Estados Unidos se ha mostrado decidido a no hacer sino esfuerzos insuficientes, de nuevo es a Europa a quien se le pide un sacrificio suplementario. Los países pobres, o mucho menos ricos, exigen que los países del Norte paguen su deuda -150.000 millones anuales-, pues, durante años y años, sólo ellos emitieron gases de efecto invernadero. El Norte se ve ahora conminado a cambiar su modo de consumo muy rápidamente. Por otra parte, China le concede poca importancia a los juicios del resto del mundo, pues sigue extrayendo la mayor parte de su energía del carbón. Y el tiempo pasa. De aquí a 2020, habría que reducir las emisiones de CO2, no ya en un 20%, sino en un 30% e incluso un 50%, y Europa tendría que alcanzar el 80% antes de 2050.

Así, en unas pocas líneas, se hace evidente que, en lugar de esperar el final de la crisis financiera y económica, de un mes a otro nos encontramos ante unos problemas económicos y ecológicos fundamentales que exigen de todos un esfuerzo muy difícil de conseguir. Tenemos que reconocer que hemos llegado a los límites de lo posible intentando mantener nuestro modo de vida y nuestros métodos de gestión financiera. La suma de estos dos órdenes de problemas nos sitúa indiscutiblemente ante un peligro de catástrofe mayor.

A esto hay que añadir una tercera crisis, a saber, la de la acción política y, más precisamente, de la expresión política del descontento, las reivindicaciones y las denuncias. ¿Quién es responsable de las crisis? Es seguro que no se trata de una crisis social, es decir, de una crisis que enfrenta a dos categorías o clases sociales, por ejemplo. Unos piden que los países del Norte paguen por el comporta-miento de sus antepasados. Otros quieren defender los intereses y derechos de nuestros sucesores y de aquellos que viven -generalmente muy mal- en regiones del mundo alejadas de la nuestra. Al extenderse a lo largo de un espacio y un tiempo casi ilimitados, los conflictos rebasan el mundo social; sólo pueden comprenderse por su oposición a un sistema financiero y económico que se ha colocado fuera del alcance de todas las intervenciones sociales y políticas.

Una oposición así ya no puede fundamentarse en la defensa de cierta categoría social; debe tener un carácter universalista, ya que se trata de defender al conjunto de la humanidad. Apelamos a los derechos humanos contra la globalización económica. Cada vez hablamos menos de intereses y más de derechos. Tal es la transformación principal de nuestra vida social. Es tan profunda que nos cuesta percibirla y, sobre todo, carecemos de los medios institucionales necesarios para resolver nuestros problemas. ¿Las ONG pueden reemplazar a los partidos y a los sindicatos? Sería paradójico decir que las organizaciones no gubernamentales pueden reemplazar a los Gobiernos. Las ONG desempeñan un papel importante en la concienciación de la población, pero ésta debe dotarse a sí misma de nuevos medios de acción propiamente políticos.

Esta manera de abordar los problemas de nuestro futuro no es la de los economistas; no estoy seguro de que sea la de los políticos, pero debe ser la de los sociólogos, para los cuales una situación es más el resultado de la acción de mujeres y hombres que el efecto de unas fuerzas económicas que le imponen a la sociedad la búsqueda racional del interés como prioridad absoluta. En el presente caso esto es aún más claro que en general. Pues, frente a unas fuerzas económicas no humanas, la resistencia no puede venir de la defensa de intereses específicos; sólo puede venir de la invocación de unos derechos universales que son pisoteados cuando los seres humanos mueren de hambre o se ven privados de trabajo o libertad para que los financieros puedan seguir aumentando sus beneficios.

Ese levantamiento en nombre de la defensa de los derechos más elementales y, por tanto, más universales, es la única manera eficaz de oponerse a los intereses de los financieros puros y duros. Es poco probable que tal levantamiento se produzca, porque la contradicción, en mi opinión real, entre financieros y ciudadanos no parece capaz de proporcionar un objetivo concreto a las protestas populares. Es el pensamiento ecológico el que da a las protestas lo que ellas no consiguen por sí mismas, un objetivo positivo de vital importancia: salvar nuestra atmósfera, impedir o limitar las consecuencias de los cambios climáticos, que pueden ser catastróficas.

Pero todo esto es incierto, en un momento en que acaba de clausurarse lo que ha dado en llamarse la “conferencia de la última oportunidad”. En un futuro próximo, en los diez próximos años, corremos el peligro de ser víctimas de nuevas crisis económicas, de un agravamiento del riesgo ecológico y de una confusión política cada vez mayor.

Si tuviéramos que decir hoy cuál es el futuro más probable, el agravamiento de las crisis o la concepción y la construcción de un tipo nuevo de sociedad basada en el respeto de los derechos humanos de la gran mayoría, tendríamos que responder sinceramente que la hipótesis pesimista tiene más posibilidades de realizarse que la optimista, que deposita su confianza en la capacidad de los seres humanos para salvar su propio porvenir.

¿Hay que deducir una implosión de los centros económicos que dominan la vida económica del mundo desde hace varios siglos? Si los europeos se dejan avasallar por el eje chino-estadounidense, que se opone a la reevaluación del yuan y del dólar, este escenario no es imposible.

Y así llegamos a nuestra hipótesis central: la construcción de un nuevo tipo de sociedad, de actores y Gobiernos, depende antes que nada de nuestra conciencia y de nuestra voluntad, o, más sencillamente aún, de nuestra convicción de que el riesgo de que se produzca una catástrofe es real, cercano a nosotros y de que, por tanto, tenemos que actuar necesariamente. Pero esta convicción no se forma por sí misma en cada ser humano. Nuestros representantes políticos, al más alto nivel, discuten sobre ella e imaginan lo que puede pasar en 2020 o en 2050, en un lenguaje que no da suficiente cuenta de la urgencia de las decisiones a tomar.

Nos encontramos ante tres crisis que se refuerzan mutuamente y nada nos garantiza hoy que vayamos a ser capaces de encontrar una solución para cada una de ellas. En otros términos, en vez de soñar de forma irresponsable con una salida a la crisis que suele definirse, demasiado alegremente, en función de la reanudación de los beneficios de los bancos, debemos tomar conciencia de la necesidad de renovar y transformar la vida política para que ésta sea capaz de movilizar todas las energías posibles contra unas amenazas que son mortales.

Alain Touraine El País

sábado, 2 de enero de 2010

Copenhague: el sistema es el problema

“No hay que renunciar a buscar alternativas al capitalismo”. Pascal Lamy, director general de la Organización Mundial del Comercio

Un sistema económico atrapado entre el crecimiento y la crisis ecológica y el decrecimiento y la crisis social. Plantearé sobre el sistema y la cumbre climática de Copenhague las siguientes cuestiones:

¿Qué esperaba la opinión pública mundial de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada del 7 al 18 de diciembre de 2009 en Copenhague?

Sin duda que ante la gravedad del problema climático que amenaza el presente y el futuro del conjunto de la humanidad , los representantes de los 192 países allí convocados alcanzasen, como mínimo, unos acuerdos capaces de frenar la emisión de gases de efecto invernadero ( GEI ), responsables del calentamiento global y, en consecuencia, del cambio climático.

¿Consiguió la Conferencia alcanzar el objetivo fundamental de la reducción de las emisiones de GEI, sin la que la temperatura media de la Tierra podrá elevarse hasta dos grados y más, con efectos devastadores, durante el presente siglo?

En absoluto. La Conferencia no sólo no ha sido un éxito, como anhelaba la mayoría de la humanidad, sino que ha sido un estrepitoso fracaso. ¿Por qué?

Porque, en realidad, el éxito o el fracaso dependía, básicamente, de la actitud que adoptase Estados Unidos, ya que este país desarrollado emite el 25 % de los GEI y sólo asumiendo compromisos claros de reducción de emisiones, que no asumió, podía forzar la posición de China, la potencia emergente responsable de la emisión de otro 25 % de GEI, que tampoco quiso asumir ningún compromiso. De hacerlo el resto del mundo, responsable del otro 50 % de emisión de GEI, les habría secundado, unos, como la Unión Europea, facilmente, dada su disposición favorable, otros, especialmente algunos países emergentes, con mayores reticencias.

¿Ha quedado establecido, pues, que Estados Unidos ha sido el principal responsable del fracaso de la Conferencia?

Como era de esperar antes que reconocer la responsabilidad de Estados Unidos algunos, como el ministro de Energía y Medio Ambiente del Reino Unido, han preferido culpabilizar a China, o como la ministra de Medio Ambiente de España a Venezuela, Bolivia y otros países contestatarios, más la razón es tozuda y dificilmente se puede ocultar el hecho de que el presidente B. Obama actuó en la Conferencia no como el presidente de los estados unidos del mundo, que no es, aunque algunos casi llegaran a esperarlo, sino como el presidente de los Estados Unidos de América, que realmente es.

Pero si Estados Unidos es el principal responsable del fracaso de la Conferencia cabe también preguntarse, ¿por qué? ¿Cuáles son los motivos, las razones de la negativa de sus representantes a capitanear la lucha contra el calentamiento global y el cambio climático?

La respuesta para mí está clara: el sistema es el problema. En ninguna otra parte del mundo, ni siquiera en el Reino Unido, su cuna, el capitalismo liberal está más firmemente arraigado, así como su distopía cultural el “american way of life” (”el modo de vida americano”).

En Estados Unidos la clase económica y políticamente dirigente no está dispuesta a renunciar al modelo productivista y consumista a ultranza, a dar los primeros pasos, a hacer los primeros sacrificios, a pesar de la advertencia de fenómenos como el Katrina (al fin y al cabo sólo afectó a los pobres de Nueva Orleans) y, por lo tanto, tendrán que ser otros los que den los pasos que consideren oportunos.

Hay en Estados Unidos, en sus élites, una voluntad de rehusar la reforma del sistema, la refundación de la que se ha hablado en Europa o, no digamos, la búsqueda de posibles alternativas. Es ahí donde radica la dificultad.

Sin embargo, ha llegado la hora de producir reduciendo la emisión de GEI ; de producir sin sobreexplotar más los limitados recursos naturales del planeta; de producir sin ahondar más las desigualdades sociales e internacionales, cuestiones que conducen a formularse una última e inquietante pregunta, ¿conociendo la lógica del sistema, su avidez por la ganancia, es razonable esperar que esté dispuesto a afrontar de buena gana la resolución de semejantes retos?

Francisco Morote Costa – ATTAC Canarias

viernes, 18 de diciembre de 2009

El conflicto de clases a nivel internacional

La interpretación más generalizada en los forums económicos, financieros y políticos internacionales de lo que ha estado ocurriendo en los últimos treinta años en el mundo ha sido la aparición, a partir de los años ochenta, de la globalización económica, habiéndose establecido un nuevo orden económico internacional en el que se supone que los estados han estado perdiendo poder, siendo substituidos por entidades económicas, llamadas multinacionales, que son las que dominan la actividad económica internacional. Esta supuesta globalización ha sido aplaudida por fórums liberales como el New York Times, el Washington Post, The Economist, The Financial Times, entre otros, que han considerado a la globalización económica como responsable de un gran crecimiento económico, causando un bienestar sin precedentes de las poblaciones, tanto de los países desarrollados como de los subdesarrollados, con una gran reducción de la pobreza mundial. A esta visión celebratoria de la globalización se añade la voz de autores que se autodefinen como marxistas, como Antonio Negri y Michael Hardt, que celebran la desaparición del estado nación, condición –según ellos- de que transcienda el énfasis en el estado, a fin de llegar a una internalización del proyecto de transformación(1).

Frente a esta actitud complaciente y carente de crítica hacia la supuesta globalización, nos encontramos amplios sectores de los mal llamados movimientos antiglobalización, que, a pesar de que lamentan la globalización, coinciden con las voces pro-globalización en su interpretación de lo que ha estado ocurriendo. También creen que los estados han ido desapareciendo, sustituidos por las entidades económicas que llaman multinacionales, que se han convertido en los gestores del sistema capitalista mundial. A diferencia de las voces celebratorias de la globalización, estas voces, concluyen que tal globalización, en lugar de mejorar el bienestar de las poblaciones, lo ha dañando profundamente.

Vemos pues, que ante esta globalización, unos la aplauden, y otros la lamentan. Pero la interpretación de los hechos es semejante, cuando no idéntica. El problema es que ambas voces –las celebratorias y las condenatorias- están equivocadas. Y el colapso del Consenso de Washington y el de Bruselas son prueba de ello. En realidad, los estados no han desparecido. Todo lo contrario, han jugado un papel clave en el desarrollo de las políticas públicas que han determinado la crisis económica y financiera actual. Si miramos los indicadores del tamaño del intervencionismo del estado, vemos que en todos los países de la OCDE, el estado ha crecido tanto en tamaño (el gasto público per cápita ha aumentado en todos ellos desde el año 1980) como en la intensidad de sus intervenciones. El caso más claro de esta situación, ignorada por aquellas voces, fue el de EEUU cuando el Presidente Reagan, supuestamente “el gran liberal”, aumentó sustancialmente durante su mandato el gasto público federal (pasando del 21,6% del PIB al 23%) y los impuestos (fue el Presidente que los aumentó más en tiempos de paz. Disminuyó los impuestos del 20% de la población con renta superior, pero los aumentó para todos los demás) (2).

El estado no disminuyó ni en EEUU ni en los países de la OCDE. Todo lo contrario, aumentó su tamaño y el número de sus intervenciones. Pero más importantes que estos datos son aquellos que muestran que el tipo de gasto y el tipo de intervencionismo del estado cambiaron sustancialmente y ello como consecuencia de aquella categoría olvidada y nunca mencionada (cuando no silenciada) en los medios de información y persuasión dominantes que se llamaba “lucha de clases” y que aparentemente había desaparecido, junto con la supuesta desaparición de las clases sociales. La lucha de clases, sin embargo, continuó con toda intensidad sin que casi apareciera en los medios. En la mayoría de países de la OCDE el estado ha favorecido, a través de sus políticas públicas, a las rentas del capital a costa de las rentas del mundo del trabajo, y ello como consecuencia de una batería de intervenciones públicas que sistemáticamente debilitaron a las clases trabajadoras y a otros sectores de las clases populares de aquellos países. Si analizamos los presupuestos federales de EEUU, podemos ver, por ejemplo, que el gasto dedicado a personas (incluyendo la mayoría de servicios y transferencias públicas del estado del bienestar) pasó de ser el 38% del gasto público total en 1980 al 32% en 2007, mientras que el gasto militar pasó de 41% a un 45% y el gasto de ayuda a las empresas pasó de un 21% a un 23% durante el mismo periodo. Y ello ocurrió en la mayoría de países de la OCDE, como consecuencia de estas y otras políticas públicas. La masa salarial descendió durante el periodo 1980-2006, pasando de representar un 71% de la renta nacional a un 66% en EE.UU., de un 71% a un 64% en la UE-15 y de un 79% a un 64% en Japón. Esta disminución salarial ocurrió a pesar de aumentar el número de trabajadores e independientemente del ciclo económico. Este descenso de las rentas del trabajo determinaron un aumento muy notable del endeudamiento de las familias; la deuda familiar pasó a representar, durante el periodo 1980-2006, del 82% al 135% en EEUU, del 89% al 139% en la UE-15 y del 83% de la renta disponible familiar al 132% en Japón. Este enorme endeudamiento fue posible gracias al gran crecimiento del precio de la vivienda, el aval más importante que tienen las familias para conseguir crédito (sean hipotecas, sean tarjetas de crédito). Cuando tal precio se colapsó, las familias no pudieron conseguir crédito y pagar sus deudas. De ahí el enorme problema de la falta de demanda y falta de la actividad productiva en la economía (3).

Por otra parte, el enorme crecimiento de las rentas del capital y la escasa rentabilidad de las empresas productivas (consecuencia de la baja demanda) hizo que aumentara la inversión en actividades especulativas de las cuales las inmobiliarias eran las más visibles (tal y como ocurrió en EEUU, la Gran Bretaña, Holanda y España) pero no las únicas. Se hizo gran inversión en instrumentos bancarios (altamente especulativos) y en intercambios monetarios (que añadieron gran desestabilización en los mercados financieros), políticas todas ellas no solo permitidas sino promocionadas por los estados. En la mayoría de los estados de la UE, las inversiones productivas como porcentaje de las plusvalías obtenidas en las empresas descendieron, incrementándose en cambio las actividades financieras, la mayoría de carácter especulativo. Fue el triunfo de lo que se ha llamado la financialización de la economía, triunfo que se dio a costa del capital productivo y, sobre todo, a costa de las rentas del trabajo.

La debilidad del mundo del trabajo se acentuó con las políticas monetarias promovidas por la UE a través del Banco Central Europeo que promovió la estabilidad de precios a costa del estímulo económico y de la creación de empleo, causa del crecimiento del desempleo en la UE. El desempleo que había sido menor en EE.UU. que en la mayoría de países de Europa durante el periodo 1950-1980, pasó a ser mayor durante el periodo 1980-2007. Complementando estas políticas monetarias, se estableció el Pacto de Estabilidad que, en la práctica, ha actuado como freno al crecimiento del gasto público y muy en especial del gasto público social, disminuyendo la protección social y la reducción de las desigualdades sociales. A la luz de estos datos, creer que los estados son meros instrumentos de las corporaciones multinacionales –como indican amplios sectores de las izquierdas que abandonaron el análisis de clases en sus planteamientos- es ignorar que el estado sintetiza las relaciones de poder en cada país, dentro de las cuales, la lucha de clases dentro de cada estado continúa siendo de una enorme importancia (4).

Por otra parte, el mayor conflicto hoy en el mundo no es de los países ricos frente a los países pobres. Lo que sí hay son países donde la mayoría de la población es pobre. Pero los países en sí no son pobres. En realidad son ricos de recursos. Países como Bangladesh, que tiene como mayor problema social la malnutrición extendida entre la población, existe suficiente tierra cultivable para alimentar adecuadamente a una población veinte veces superior a la actual. El problema no es carencia de recursos sino la falta de control de aquellos recursos por parte de las clases populares de aquel país. La clase dominante de Bangladesh (centrada en los grandes terratenientes) es la que domina aquellos recursos, junto con las clases dominantes de los países desarrollados que muestran su solidaridad de clase apoyando el mantenimiento de aquel orden. Existe una alianza de las clases dominantes del Norte y las del Sur en contra de los intereses de las clases dominadas de los países del Norte y del Sur.

La articulación de los mal llamados países pobres en este orden internacional, les condena a basar sus economías en las exportaciones (sistema que favorece las clases dominantes del Norte y del Sur) en lugar del consumo doméstico, para lo cual se requerirían unas reformas redistributivas de las rentas en aquellos países opuestas por la alianza de clases dominantes que rigen el mundo. De ahí la urgencia de que se establezcan alianzas de las clases dominantes del Norte y del Sur, el gran reto de las izquierdas hoy en el mundo.

Notas:
(1) Michael Hardt and Antonio Negri. Empire. Ed. Harvard University Press, 2001
(2) Navarro, V. Neoliberalism. Globalization and Inequality. 2007
(3) Navarro, V. “Para entender la crisis. Así empezó todo en Estados Unidos”. Le Monde Diplomatique, 2009
(4) Navarro, V. “ La lucha de clases” . Monthly review, 2008

Artículo publicado en El Viejo Topo.
www.vnavarro.es

lunes, 7 de diciembre de 2009

La Cumbre Climática de Copenhague. Ultimátum a la Tierra

Representantes de todos los países del mundo se reúnen en Copenhague (Dinamarca) del 7 al 18 de diciembre en el marco de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, con el objetivo de evitar que, de aquí a 2050, la temperatura media del planeta aumente en más de dos grados. Si la Tierra fuese un balón de fútbol, el espesor de la atmósfera sería de apenas dos milímetros... Nos hemos olvidado de la increíble estrechez de la capa atmosférica y consideramos que ésta puede absorber sin límites cualquier cantidad de gases nocivos. Resultado: se ha creado, en torno al planeta, un sucio envoltorio gaseoso que captura el calor del sol y funciona como un auténtico invernadero.

El calentamiento del sistema climático es una realidad inequívoca. Unos 2.500 científicos internacionales, miembros del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre la Evolución del Clima (GIEEC) (1), lo han confirmado de modo indiscutible. Su causa principal es la actividad humana que produce un aumento descontrolado de emisiones de gases, sobre todo dióxido de carbono, CO2, producto del consumo de combustibles fósiles: carbón, petróleo, gas natural. La deforestación acrecienta el problema (2).

Desde la Convención del Clima y la Cumbre de Río de Janeiro en 1992, y la firma del Protocolo de Kioto en 1997, las emisiones de CO2 han progresado más que durante los decenios precedentes. Si no se toman medidas urgentes, la temperatura media del planeta aumentará por lo menos en cuatro grados. Lo cual transformará la faz de la Tierra. Los polos y los glaciares se derretirán, el nivel de los océanos se elevará, las aguas inundarán los deltas y las ciudades costeras, archipiélagos enteros serán borrados del mapa, las sequías se intensificarán, la desertificación se extenderá, los huracanes y los tifones se multiplicarán, centenares de especies animales desaparecerán...

Las principales víctimas de esa tragedia climática serán las poblaciones ya vulnerables de África subsahariana, de Asia del sur y del sureste, de América Latina y de los países insulares ecuatoriales. En algunas regiones, las cosechas podrían reducirse en más de la mitad y el déficit de agua potable agravarse, lo que empujará a cientos de millones de "refugiados climáticos" a buscar a toda costa asilo en las zonas menos afectadas... Las "guerras climáticas" proliferarán (3).

Para evitar esa nefasta cascada de calamidades, la colectividad científica internacional recomienda una reducción urgente del 50% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Único modo de evitar que la situación se vuelva incontrolable.

En esa perspectiva, tres son los temas centrales que se abordan en Copenhague: 1) determinar la responsabilidad histórica de cada Estado en la actual degradación climática, sabiendo que el 80% de las emisiones de CO2 son producidas por los países más desarrollados (que sólo reúnen el 20% de la población mundial), y que los países pobres, los menos responsables del desastre climático, padecen las consecuencias más graves.

2) fijar, en nombre de la justicia climática, una compensación financiera para que aquellos Estados que más han degradado el clima aporten una ayuda significativa a los países del Sur que permita a éstos luchar contra los efectos de la catástrofe climática. Aquí se sitúa uno de los principales desacuerdos: los Estados ricos proponen una suma insuficiente, cuando los países pobres reclaman una justa compensación más elevada.

3) definir con vistas al futuro un calendario vinculante que obligue política y legalmente a los actores planetarios -tanto a los países desarrollados como a las otras potencias (China, Rusia, la India, Indonesia, México, Brasil)- a reducir progresivamente sus emisiones de gases de efecto invernadero. Ni Estados Unidos ni China (los dos principales contaminadores) aceptan esta perspectiva.

Además de esta agenda, un fantasma recorrerá las mesas de discusión de Copenhague: el del necesario cambio de modelo económico. Existe en efecto una grave contradicción entre la lógica del capitalismo (crecimiento ininterrumpido, avidez de ganancias, explotación sin fronteras) y la nueva austeridad indispensable para evitar el cataclismo climático ( léase, p. 32, el artículo de Riccardo Petrella ).

Si el sistema soviético implosionó fue, entre otras razones, porque descansaba sobre un método de producción que valoraba principalmente el beneficio político de las empresas (creaban obreros) y no su coste económico. De igual modo, el sistema capitalista actual únicamente valora el beneficio económico de la producción, y no su coste ecológico. Con tal de obtener un beneficio, no le importa que un producto tenga que recorrer miles de kilómetros, con la emisión de toneladas de CO2 que eso supone, antes de llegar a las manos del consumidor. Aunque ello ponga en peligro, a fin de cuentas, a toda la humanidad.

Por otra parte, es un sistema despilfarrador que agota los recursos del planeta. Actualmente la Tierra ya es incapaz de regenerar un 30% de lo que cada año consumen sus habitantes. Y demográficamente éstos no cesan de crecer. Somos ya 6.800 millones, y en 2050 seremos 9.150 millones... Lo que complica el problema. Porque no hay recursos para todos. Si cada habitante consumiese como un estadounidense se necesitarían los recursos de tres planetas. Si consumiese como un europeo, los de dos planetas... Cuando no disponemos más que de una Tierra. Una diminuta isla en la inmensidad de las galaxias.

De ahí la urgencia en adoptar medidas que detengan la huida hacia el abismo. De ahí también, ante el cinismo de muchos líderes mundiales, la rabia de los miles de militantes ecologistas que convergen de todo el planeta hacia la capital danesa gritando dos consignas: "¡Cambiad el sistema, no el clima!" y "Si el clima fuese un banco ¡ya lo habrían salvado!".

Se cumplen diez años de las grandes manifestaciones de la "batalla de Seattle" que vieron nacer el movimiento altermundialista. En Copenhague, una nueva generación de contestatarios y activistas, en nombre de la justicia climática, se dispone a abrir un nuevo ciclo de luchas sociales. La movilización es enorme. La pelea va a ser grandiosa. Está en juego la supervivencia de la humanidad.

Notas:
(1) Recompensado colectivamente, en 2007, con el Premio Nobel de la Paz por sus informes sobre los cambios climáticos.
(2) Los árboles, las plantas y las algas de los océanos absorben y neutralizan el CO2, y producen oxígeno; de ese modo ayudan a combatir el efecto invernadero.
(3) Léase Harald Welzer, Les Guerres du climat. Pourquoi on tue au XXIe siècle , traducido del alemán por Bernard Lortholary, Gallimard, París, 2009.