El mundo está a punto de completar el mayor
salto atrás de su historia desde que el meteorito se llevó por delante a
los dinosaurios y lo puso todo perdido de ceniza y humo. Hemos
retrocedido tanto y tan rápido que la vertiginosa sensación de
movimiento confunde e induce a pensar que todo está cambiando, cuando en
realidad las cosas solo vuelven a ser en esta parte del mundo como
nunca habían dejado de ser en la mayor parte del planeta.
La economía vuelve a funcionar en base a relaciones de producción donde
unos pocos acumulan los beneficios y a la gran mayoría, a la fuerza del
trabajo, solo se le asegura el mínimo de subsistencia para que puedan
seguir trabajando al día siguiente. En la política, hemos retornado a
sistemas donde solo los propietarios deciden y caminamos hacia sistemas
donde solo los propietarios tendrán derechos y solo a ellos
corresponderá determinar si los no propietarios tienen derecho a algo.
El Estado del Bienestar retrocede hacia aquella vieja concepción
punitiva donde, además de acreditar ser víctima de la desgracia y
necesitar ayuda, los individuos que la pretendan han de probar que se la
merecen. En política internacional, primero regresamos a la Guerra Fría
y ahora ya hemos entrado de lleno en la época colonial.
Las guerras de Irak o Afganistán, o Libia, operaron bajo la retórica de
la "comunidad internacional". La teoría establecía que se trataba de
intervenciones guiadas por la comunidad internacional para preservar
bienes comunes como la paz, la democracia o los derechos humanos y para
detener el exterminio de la población civil. Todos sabemos que la
realidad era otra. Guerras por los recursos naturales, el control
estratégico y el gran negocio militar. Películas de buenos y malos donde
los buenos siempre éramos nosotros. Cambiábamos regímenes corruptos y
fieles pero ineficientes, por otros más corruptos, mas fieles y más
eficientes, al menos en teoría. No suponía un gran avance, pero al menos
las intervenciones debían respetar unas reglas y un escrutinio mayor
por parte de la opinión pública, pudieron pararse algunas matanzas y los
gobiernos debían esforzarse para justificar sus acciones.
Con Siria volvimos al esquema de la Guerra Fría. Áreas de influencia
donde ninguna potencia interviene en el territorio de otra y cada una
ordena el suyo como le parece. El espacio está repartido y no se
discute. Solo se abren corredores "humanitarios" para sacar los muertos,
meter unas cajas de medicinas y limpiar algunas conciencias.
Con Ucrania hemos regresado al modelo puramente colonial. No falta ni
un clásico como Crimea. Nos estamos repartiendo un país y las potencias
despliegan y exhíben su fuerza para reclamar su parte. Ni comunidad
internacional, ni democracia, ni libertad, ni derechos humanos, ni
gaitas. Esto es mío y me lo quedo. Ninguna potencia necesita más
justificación o retórica.
La misma Europa
que se va construyendo como un búnker blindado contra toda la desgracia y
la miseria que rodea sus fronteras, se indigna y escandaliza cuando
mueren inmigrantes entre los alambres de sus vallas y playas, cuando los
rusos se ponen a construir su propia fortaleza, o cuando los USA actúan
como esa policía a quien nadie quiere pero todos llaman para arreglar
sus problemas. Una década de horror y genocidio en los Balcanes no han
servido ni para que aprendiéramos la lección. Solo para hacernos más
cínicos.
Admitámoslo. Tienen razón Botín, Francisco
Granados o Bárcenas. Ellos sí que saben. En este mundo globalizado,
inestable y peligroso, solo hay una cosa que nunca cambia, siempre es
segura y siempre hace falta para firmar tantos tratados de paz y guardar
tanto dinero: Suiza.
Antón Losada
eldiario.es
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