¿Será 2012 el año del fin del mundo? Es lo que vaticina una leyenda
maya que incluso le pone fecha exacta al apocalipsis: el 12 de diciembre
próximo (12-12-12). En todo caso, en un contexto europeo de recesión
económica y de grave crisis financiera y social, los riesgos no
escasearán este año, que verá además elecciones decisivas en Estados
Unidos, Rusia, Francia, México y Venezuela.
Pero el principal
peligro geopolítico seguirá situándose en el Golfo Pérsico.¿Lanzarán
Israel y Estados Unidos el anunciado ataque militar contra las
instalaciones nucleares iraníes? El gobierno de Teherán reivindica su
derecho a disponer de energía nuclear civil. Y el presidente Mahmud
Ahmadineyad ha repetido que el objetivo de su programa no es en absoluto
militar; que su finalidad es simplemente producir energía eléctrica de
origen nuclear. También recuerda que Irán firmó y ratificó el Tratado de
No Proliferación Nuclear (TNP), mientras que Israel nunca lo hizo.
Por
su parte, las autoridades israelíes piensan que no se debe esperar más.
Según ellas, se acerca peligrosamente el momento en que el régimen de
los ayatolás dispondrá del arma atómica, y a partir de ese instante ya
no se podrá hacer nada. El equilibrio de fuerzas en Oriente Próximo se
habrá roto, e Israel ya no gozará de una incontestable supremacía
militar en la región. El gobierno de Benjamín Netanyahu estima que, en
esas circunstancias, la existencia misma del Estado judío estaría
amenazada.
Según los estrategas israelíes, el momento actual es
tanto más propicio para golpear cuanto que Irán se encuentra debilitado.
Tanto en el ámbito económico, a causa de las sanciones impuestas desde
2007 por el Consejo de Seguridad de la ONU, basadas en informes
alarmantes del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA),
como en el contexto geopolítico regional, porque su principal aliado,
Siria, a causa de la violenta insurrección interna, se halla
imposibilitado de prestarle una eventual ayuda. Y esta incapacidad de
Damasco repercute en otro socio local iraní, el Hezbolá libanés, cuyas
líneas de aprovisionamiento militar desde Teherán, han dejado de ser
fiables.
Por estas razones, Israel desea que el ataque se lleve a
cabo cuanto antes. En aras de preparar el bombardeo, ya hay infiltrados
en Irán, efectivos de las fuerzas especiales. Y es muy probable que
agentes israelíes hayan concebido los atentados que, estos dos últimos
años, causaron la muerte de cinco importantes científicos nucleares
iraníes.
Aunque Washington acusa igualmente a Teherán de estar
llevando a cabo un programa nuclear clandestino para dotarse del arma
atómica, su análisis a propósito de la oportunidad del ataque es
diferente. Estados Unidos está saliendo de dos decenios de guerras en
esa región, y el balance no es halagador. Irak ha sido un desastre y ha
quedado finalmente en manos de la mayoría chií, la cual simpatiza con
Teherán... En cuanto al lodazal afgano, las fuerzas estadounidenses se
han mostrado incapaces de vencer a los talibanes, con los cuales la
diplomacia norteamericana ha tenido que resignarse a negociar antes de
abandonar pronto el país a su destino.
Estos costosos conflictos
han debilitado a Estados Unidos y revelado a los ojos del mundo los
límites de su potencia y su incipiente declive histórico. No es hora de
nuevas aventuras. Menos en un año electoral en el que el presidente
saliente, Barack Obama, no tiene la certeza de ser reelegido. Y cuando
todos los recursos están siendo movilizados para combatir la crisis y
reducir el desempleo.
Por otra parte, Washington está tratando de
cambiar su imagen en el mundo árabe-musulmán, sobre todo después de las
insurrecciones de la “primavera árabe” del año pasado. De cómplice de
dictadores –en particular del tunecino Ben Alí y del egipcio Mubarak–
desea ahora aparecer como mecenas de las nuevas democracias árabes. Una
agresión militar contra Irán, en colaboración además con Israel,
arruinaría esos esfuerzos y despertaría el antinorteamericanismo latente
en muchos países. Sobre todo en aquellos cuyos nuevos gobiernos,
precisamente surgidos de las revueltas populares, están dirigidos por
islamistas moderados.
Una importante consideración complementaria:
el ataque contra Irán tendría consecuencias no sólo militares (no se
puede descartar que algunos misiles balísticos iraníes alcancen el
territorio israelí o consigan golpear las bases norteamericanas de
Kuwait, Bahréin u Omán) sino, sobre todo, económicas. La réplica mínima
de Irán a un bombardeo de sus sitios nucleares consistiría, como sus
responsables militares no cesan de prevenir, en el bloqueo del estrecho
de Ormuz. Cerrojo del Golfo Pérsico, por él pasa un tercio del petróleo
del mundo y unos 17 millones de barriles de crudo cada día. Sin ese
aprovisionamiento, los precios de los hidrocarburos alcanzarían niveles
insoportables, lo cual impediría la reactivación de la economía mundial y
la salida de la recesión.
El Estado Mayor iraní afirma que “nada
es más fácil de cerrar que ese Estrecho” y multiplica las maniobras
navales en la zona para demostrar que está en condiciones de llevar a
cabo sus amenazas. Washington ha respondido que el bloqueo de la vía
estratégica de Ormuz sería considerado como un “caso de guerra”, y ha
reforzado su V Flota que navega por el Golfo.
Es muy improbable
que Irán tome la iniciativa de ocluir el paso de Ormuz (aunque siempre
podría intentarlo en represalias a una agresión). En primer lugar porque
se daría un tiro en un pie, ya que exporta su propio petróleo por esa
vía, y que los recursos de esas exportaciones le son vitales.
En
segundo lugar porque dañaría a algunos de sus principales socios,
quienes le apoyan en su conflicto con Estados Unidos. Principalmente
China, cuyas importaciones de petróleo, que alcanzan un 15%, proceden de
Irán; y su eventual interrupción paralizaría parte de su aparato
productivo.
Las tensiones están pues al rojo vivo. Las
cancillerías del mundo observan minuto a minuto una peligrosa escalada
que puede desembocar en un gran conflicto regional. Se verían implicados
en él no sólo Israel, Estados Unidos e Irán, sino también otras tres
potencias de Oriente Medio: Turquía, cuyas ambiciones en la región
vuelven a ser considerables; Arabia Saudí, que sueña desde hace decenios
con ver destruido a su gran rival islámico chií; e Irak, que podría
romperse en dos partes, una chií pro-iraní, y otra suní pro-occidental.
Asimismo
un bombardeo de los sitios nucleares iraníes causará una nube
radiactiva nefasta para la salud de todas las poblaciones de la zona
(incluidos los miles de militares estadounidenses y los habitantes de
Israel). Todo ello conduce a pensar que si los belicistas están alzando
con fuerza la voz, el tiempo de la diplomacia aún no ha terminado.
Ignacio Ramonet
Le Monde Diplomatique
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