Roma y Sao Paulo. En Eldorado, una
de las favelas más pobres y de nombre más engañoso en Brasil, niños de
ocho años juegan futbol en un trozo de terreno que antes era conocido
por las bandas de narcotraficantes y el hambre. Aunque su aspecto es
saludable, no refleja la realidad. Terminado el juego, se reúnen en
torno a un costal de plátanos, junto al pavimento.
“En la escuela les dan una comida completa a estos chicos cada día
–explica Jonathan Hannay, secretario general de la Fundación Niños en
Riesgo–, pero en las vacaciones vienen acá en ayunas, así que les damos
plátanos: son llenadores, baratos, y estimulan el cerebro.”
La desnutrición solía estar muy extendida en Eldorado, pero nadie la veía. Hoy ha disminuido y, sobre todo, ya no está oculta. Como se ha vuelto visible, la gente hace algo al respecto.
Si los niños de Eldorado comen mejor hoy día, se lo deben en parte a
José Graziano da Silva, quien encabezó la campaña oficial Hambre Cero,
que ayudó reducir en más de 33 por ciento el hambre en el país más
grande de América Latina. Ahora quiere aplicar en un ámbito extenso las
lecciones aprendidas: recientemente asumió la titularidad de la
Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación
(FAO). Y tiene mejores probabilidades de éxito que sus antecesores, pues
su nombramiento coincide con un viraje en la forma en que el mundo
aborda el combate al hambre.
Gobiernos de varios países prestan hoy más atención a la nutrición.
En 2010, donadores, asociaciones filantrópicas y empresas trazaron una
nueva guía de políticas conocida como SUN (por las siglas en inglés de mejorar la nutrición
). El Banco Mundial se ha sumado con un libro en el que llama a reubicar la nutrición como aspecto esencial del desarrollo.
El organismo internacional Save the Children habla de galvanizar a los dirigentes políticos
en apoyo al esfuerzo. En el fondo de todo esto existe un cambio de
ideas sobre la mejor forma de mejorar la nutrición, con menos énfasis en
proporcionar alimentos y calorías adicionales y más en suministrar
micronutrientes como hierro y vitaminas.
En las décadas de 1960 y 1970, poner fin al hambre y la desnutrición
parecía relativamente fácil: se sembraba más. Si la cosecha fallaba, los
países ricos enviaban comida. Pero la hambruna de 1984 en Etiopía
mostró las fallas de ese sistema: fue un desastre de proporciones
bíblicas en un país que disponía de alimentos. Fue un recordatorio de lo
que el economista indio Amartya Sen había advertido durante mucho
tiempo: que lo importante no es la oferta global de alimentos, sino el
acceso individual a ellos.
Así pues, en la década de 1990 y principios de la de 2000 el énfasis
cambió hacia ayudar a la gente a obtener comida, lo cual significaba
reducir la pobreza y hacer más eficientes los mercados agrícolas. Entre
1990 y 2005 el número de personas que vivían con menos de un dólar al
día en países pobres (paridad de poder de compra en 2005) se redujo un
tercio, a 879 millones, o de 24.9 a 18.6% de la población mundial.
Sin embargo, el alza de precios de los alimentos en 2007-08 mostró
que también ese enfoque tenía limitaciones. Los precios de muchos
cultivos emblemáticos se duplicaron en un año. Millones padecieron
hambre; el mundo sigue sin saber combatirla. Los expertos debaten
cuántas personas fueron afectadas, pero el número debe de estar apenas
por debajo de mil millones de 1990 a la fecha.
Aun cuando haya comida suficiente, las personas no parecen más
saludables. Además de los mil millones sin calorías suficientes, otros
mil millones están desnutridos en el sentido de que les faltan
micronutrientes (lo que a menudo se llama hambre oculta
). Y mil
millones más lo están en cuanto comen demasiado y son obesos. Es un
registro condenable: de una población mundial de 7 mil millones, 3 mil
millones comen muy poco, muy mal o en demasía.
La mala nutrición atrae la atención ahora porque sólo recientemente
se ha entendido a cabalidad el daño que causa. La miseria de la falta de
calorías –vientres hinchados, miembros atrofiados, el letargo de la
hambruna– es muy fácil de detectar, al igual que los desastrosos efectos
de la obesidad. En contraste, los perjuicios de la nutrición inadecuada
son velados, pero no menos escalofriantes.
Más de 160 millones de niños en países en desarrollo carecen de
vitamina A; un millón mueren por debilidad del sistema inmune y cada año
500 mil se quedan ciegos. La deficiencia de hierro causa anemia, que
afecta casi a la mitad de los niños en países en desarrollo y a más de
500 millones de mujeres, de las cuales más de 60 mil perecen cada año en
el curso del embarazo. La deficiencia de yodo –que se cura con
facilidad añadiéndolo a la sal– provoca que cada año 18 millones de
bebés nazcan con discapacidad mental.
La desnutrición está asociada con más de un tercio de las muertes de
niños y es el factor de riesgo más importante en muchas enfermedades
(ver tabla). Uno de cada tres niños en el mundo está bajo de peso o de
talla, síntomas clásicos de la desnutrición.
El daño que la desnutrición causa en los primeros mil días de vida es
irreversible. Según una investigación publicada en la revista médica
británica The Lancet, los niños desnutridos tienen menos
probabilidades (en igualdad de circunstancias) de ir a la escuela y
permanecer en ella, y más de tener dificultades académicas. En el curso
de su vida ganan menos que sus pares mejor alimentados, tienen cónyuges
más pobres y mueren más pronto.
Resulta paradójico que la desnutrición también llegue a causar
obesidad en edades avanzadas. En el vientre materno y durante los
primeros dos años, el cuerpo se ajusta a una dieta deficiente
almacenando lo que puede en forma de grasa (como reserva de energía).
Jamás pierde el metabolismo adquirido. Esto explica las astronómicas
tasas de obesidad en países que han pasado de ser pobres a de ingreso
medio. En México, por ejemplo, la obesidad era casi desconocida en 1980;
ahora 30% de los adultos mexicanos son clínicamente obesos y 70% están
pasados de peso. Esas tasas figuran entre las más altas del mundo, casi
tan malas como en EU. India padece una epidemia de obesidad en las
ciudades, pues la población ingiere hoy día más alimentos procesados y
adopta estilos más sedentarios. Y con la obesidad llegarán nuevos
padecimientos, como la diabetes y los males del corazón… como si India
no tuviera ya suficientes enfermedades de que preocuparse.
La nutrición también atrae la atención a causa de algunos fracasos
desconcertantes. En algunos países grandes, de manera notable India y
Egipto, es mucho más elevada de lo que inducirían a suponer el
crecimiento económico o las mejoras en la agricultura. El ingreso per
cápita en India creció más de cuatro veces entre 1990 y 2010; sin
embargo, la proporción de niños bajos de peso sólo se redujo en un 25%.
En contraste, aunque Bangladesh tiene la mitad de la riqueza
de India y su ingreso per cápita se elevó más de tres veces en el mismo
periodo, su proporción de niños bajos de peso se redujo en una tercera
parte y ahora está por debajo de la de India. En Egipto el valor
agregado agrícola por persona subió más de 20% en 1990-2007, pese a lo
cual se elevaron tanto la desnutrición como la obesidad, combinación
extremadamente inusitada.
La buena noticia es que invertir en mejorar la nutrición puede ser
asombrosamente redituable. Solucionar las deficiencias de
micronutrientes es barato: los suplementos vitamínicos cuestan casi nada
y rinden beneficios de por vida. Cada dólar erogado en promover el
amamantamiento en los hospitales produce ganancias de entre 5 y 67
dólares. Y cada dólar empleado en dar hierro suplementario a las
embarazadas genera entre 6 y 14 dólares. Ningún otro gasto en políticas
de desarrollo ofrece tan buenos rendimientos.
En 2008, como parte de un proyecto llamado consenso de Copenhague,
ocho economistas galardonados enlistaron los proyectos que en su opinión
tendrían mayores beneficios (disponían de un fondo imaginario de 75 mil
mdd para gastar). La mitad de sus propuestas se referían a la
nutrición.
Si la desnutrición causa tanto daño y las acciones para combatirla
son baratas y efectivas, ¿por qué apenas ahora se toma en serio esta
aflicción? Algunos países la han enfrentado con éxito. Brasil redujo en
0.7% al año el número de personas bajas de peso entre 1986 y 1996, y el
de las bajas de talla en 1.9% al año. Bangladesh redujo ambas tasas en
2% al año entre 1994 y 2005.
Pero en muchos países el problema del hambre oculta
está
escondido hasta para las propias víctimas, así que no hay presión para
cambiar. Si en un poblado todos están mal nutridos, la alimentación
deficiente se vuelve la norma y todos la aceptan. Eso puede explicar
también la renuencia de personas pobres y mal alimentadas a gastar más
en comida, pues prefieren comprar televisores o realizar bodas
fastuosas. Al preguntar por sus preferencias de gasto, un agricultor
marroquí mal nutrido dijo a Abhijit Banerjee y Esther Duflo, del grupo
de estudio Laboratorio de Acción sobre la Pobreza: Ah, pero la televisión es más importante que la comida
.
La educación puede contribuir al cambio de actitudes persuadiendo a
las personas de los beneficios de mejorar la dieta, aunque cueste más.
Pero pobladores de países ricos consumen grandes cantidades de comida
chatarra sabiendo perfectamente que es nociva; no es realista esperar
que los consumidores de países pobres se comporten de otro modo. De ahí
la idea de hacer el bien de modo subrepticio.
HarvestPlus, un grupo de investigación, cultiva productos emblemáticos con nutrientes adicionales y distribuye estas semillas bioforticadas
.
En Nigeria lanzó una variedad de melón rica en vitamina A en 2011; este
año llevará maíz enriquecido con vitamina A a Zambia, y frijoles y mijo
ricos en hierro a Ruanda e India. Algunas compañías hacen algo similar
con los alimentos procesados: las galletas Biskuat, de Kraft (que se
venden en Indonesia) tienen nueve vitaminas y seis minerales
adicionados.
Con todo, ni la educación ni los alimentos fortificados derribarán el
obstáculo más formidable para una mejor nutrición, que es la
complejidad misma de la tarea. Algunos problemas del desarrollo son
relativamente simples. Se puede mejorar la educación construyendo
escuelas y contratando maestros; la nutrición no es igual.
En muchos países los estándares nutricionales varían según la
estación. A menudo tanto la cantidad como la calidad del alimento
disminuyen en forma alarmante en los meses previos a la cosecha
principal. También dentro de los hogares varía la nutrición: las madres
comen menos en los tiempos de vacas flacas para dejar más para los hijos
mayores, lo cual daña al lactante. La cultura se añade al problema: en
el Bangladesh rural un intento de mejorar la nutrición educando a las
madres jóvenes resultó contraproducente, porque quienes dictaban la
dieta familiar no eran las mamás, sino las suegras.
Y la nutrición se puede mejorar de muchas formas, entre ellas una
mejor sanidad, que reduce las enfermedades intestinales y permite a las
personas absorber más nutrientes; invertir en la agricultura en pequeña
escala, para dar más variedad a la dieta; vacunar a los niños para
prevenir enfermedades; educar a las mujeres para que amamanten más
tiempo a sus hijos y así mejoren su sistema inmune.
Marie Ruel, del Instituto Internacional de Investigación sobre
Política Alimentaria, en Washington, enumera algunas tareas concretas:
enfocarse en los primeros mil días de vida (incluido el embarazo),
aumentar los programas de salud materna y la enseñanza de buenas
prácticas de alimentación; concentrarse en los pobres; evaluar y dar
seguimiento al problema.
Todo esto implica que un esfuerzo exitoso por mejorar la nutrición tiene que oprimir todos los botones al mismo tiempo.
El proyecto Hambre Cero de Brasil consta de 90 programas separados,
manejados por 19 ministerios. Abarca desde un esquema de transferencia
condicionada de recursos, llamado Bolsa Familia, hasta proyectos de
riego y ayuda a los pequeños agricultores. Semejante esfuerzo es difícil
de organizar y no puede funcionar sin apoyo de los políticos. Reducir
la mala nutrición requiere de paladines poderosos que sepan cómo lograr
resultados a todo lo ancho del aparato gubernamental, evitar el
lenguaje grandilocuente y terminar la historia
, expresa Lawrence Haddad, director del Instituto de Estudios del Desarrollo.
De ahí la importancia de Graziano, el nuevo jefe de la FAO. El
interés por mejorar la nutrición es cada vez mayor, al igual que la
alarma ante los fracasos sufridos hasta ahora en el combate a la mala
nutrición. No le resultará fácil cortejar a los países para emprender un
esfuerzo grande, de base amplia. Los gobiernos son renuentes al cambio y
quieren pruebas claras.
Y así como el daño de la mala nutrición se acumula en el curso de la
vida, también una mejor nutrición sólo revela sus beneficios a lo largo
de muchos años, a medida que madres mejor alimentadas transmiten buena
salud a niños mejor alimentados.
En una reciente conferencia de la FAO, se escuchó a alguien comentar que en este momento los nutricionistas están en una posición similar a los de los ambientalistas en la década de 1990
.
Es algo deprimente, porque significa que el avance será lento; pero es
alentador, porque el avance llegará, a final de cuentas.
Economist Intelligence Unit (EIU)
La Jornada