Existe un lugar en el
que se entrecruzan todas las crisis y se llama hambre. En ese espacio se
encuentran la crisis económica, la especulación financiera, la crisis
energética y el paradigma quebrado del neoliberalismo. Las instituciones
del poder buscan siempre esconder las raíces y la magnitud del
problema.
En Roma se lleva a cabo la reunión plenaria del Comité sobre
seguridad alimentaria de la FAO. Está dando a conocer su informe para
2013 sobre inseguridad alimentaria (SOFI, por sus siglas en inglés y
disponible en FAO). Para el estándar de
los informes de la FAO, el SOFI 2013 no es tan malo, pero cuando llega a
los problemas medulares, siempre prefiere endulzar el diagnóstico. Hoy un estudio riguroso e independiente le enmienda la plana.
La principal conclusión del estudio SOFI 2013 es que ha habido un
progreso generalizado en la lucha contra el hambre. Señala que entre
1990 y 2007 se puede apreciar una clara tendencia a la reducción del
hambre en el mundo y que a partir de la crisis esa tendencia se ha
mantenido, aunque a un ritmo más lento. La realidad es que los datos
sobre los avances en la lucha contra el hambre están concentrados en dos
países, China y Vietnam (el 91 por ciento de la reducción desde 1990
corresponde a estos dos países). El mismo informe revela que entre los
segmentos de la población más vulnerable el problema se ha agravado: en
los países menos desarrollados, hay un incremento de 59 millones de
personas afectadas por la subalimentación en los últimos 20 años.
Las estimaciones de la FAO sobre población afectada por el hambre
están basadas en un cálculo del umbral de calorías por debajo del mínimo
requerido por una persona durante un año y con un estilo de vida
sedentaria. Esta forma de medir el hambre conduce a una subestimación significativa del problema. De esta manera el informe de la FAO puede alegremente indicar que hay
progresoen la lucha contra este problema, pero la realidad es diferente. El número de personas con hambre podría aumentar del reportado por la FAO (868 millones) a unos mil 300 millones.
La FAO concluye que las metas mundiales de reducción del hambre están
a nuestro alcance si se regresa a la tasa de crecimiento económico que
prevalecía antes de la crisis. Pero este mensaje resulta engañoso porque
el proceso de crecimiento en los años anteriores a la crisis estuvo
marcado por mayor desigualdad y dependencia alimentaria. Además a la FAO
parece no preocuparle el efecto del cambio en el uso de tierras
cultivadas hacia la producción de biocombustibles en detrimento de la
oferta de alimentos. Tampoco le inquieta la falta de regulación en los
mercados de futuros y de productos básicos que ha permitido la
especulación financiera en estos mercados con efectos nefastos en los
precios de los alimentos. Y no le llama la atención la presencia de
profundas distorsiones en los mecanismos de fijación de precios en los
mercados altamente concentrados de granos e insumos agrícolas. Tal
pareciera que la FAO considera que estos problemas son irrelevantes y de
ahí su optimista conclusión.
Al igual que casi todos los informes de las agencias
especializadas de Naciones Unidas, el informe SOFI 2013 evita discutir
los rasgos de la economía mundial que han conducido a la crisis y que
tienen serias consecuencias para la inseguridad alimentaria. De hecho,
para el informe tal parece que lo único que permite reducir el hambre es
el crecimiento económico. Según la FAO esto es lo que hace posible
reducir la pobreza, hambre y desnutrición. A pesar de que el vínculo
entre crecimiento y reducción de la desnutrición no es muy robusto, el
mensaje principal de SOFI 2013 es que el crecimiento es el principal
instrumento para reducir hambre y subalimentación. De este modo, la FAO
evita mencionar el importante hecho de que las políticas públicas
orientadas a fortalecer la equidad han sido clave en la reducción del
hambre y la desnutrición. Y es precisamente en los países que acusan
mayores adelantos en la lucha contra el hambre en los cuales se han
aplicado políticas que fortalecen la equidad, sobre todo en términos de
propiedad de activos productivos. En contraste, la FAO en su informe
concentra su atención en las políticas asistencialistas de corte
neoliberal.
De hecho, el mismo informe SOFI 2013 reconoce que sus datos no cubren
los efectos de los aumentos en los precios de los alimentos de los años
2007-08 y que tampoco consideran las consecuencias de la caída en la
tasa de crecimiento económico a partir de 2009. Esto es suficiente para
invalidar la principal conclusión del estudio porque la crisis global ha
sumido al mundo en un proceso de empobrecimiento del que no saldremos
fácilmente. La cifra de 868 millones de personas que padecen hambre no
es válida.
El informe de la FAO está marcado por un injustificado optimismo que
no permite realizar un análisis objetivo sobre el problema del hambre en
el mundo. Sin entender las raíces del problema no será posible
solucionarlo.
Alejandro Nadal
La Jornada
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