sábado, 12 de octubre de 2013

Estado de la inseguridad alimentaria en el mundo

Existe un lugar en el que se entrecruzan todas las crisis y se llama hambre. En ese espacio se encuentran la crisis económica, la especulación financiera, la crisis energética y el paradigma quebrado del neoliberalismo. Las instituciones del poder buscan siempre esconder las raíces y la magnitud del problema.
 
En Roma se lleva a cabo la reunión plenaria del Comité sobre seguridad alimentaria de la FAO. Está dando a conocer su informe para 2013 sobre inseguridad alimentaria (SOFI, por sus siglas en inglés y disponible en FAO). Para el estándar de los informes de la FAO, el SOFI 2013 no es tan malo, pero cuando llega a los problemas medulares, siempre prefiere endulzar el diagnóstico. Hoy un estudio riguroso e independiente le enmienda la plana.

La principal conclusión del estudio SOFI 2013 es que ha habido un progreso generalizado en la lucha contra el hambre. Señala que entre 1990 y 2007 se puede apreciar una clara tendencia a la reducción del hambre en el mundo y que a partir de la crisis esa tendencia se ha mantenido, aunque a un ritmo más lento. La realidad es que los datos sobre los avances en la lucha contra el hambre están concentrados en dos países, China y Vietnam (el 91 por ciento de la reducción desde 1990 corresponde a estos dos países). El mismo informe revela que entre los segmentos de la población más vulnerable el problema se ha agravado: en los países menos desarrollados, hay un incremento de 59 millones de personas afectadas por la subalimentación en los últimos 20 años.

Las estimaciones de la FAO sobre población afectada por el hambre están basadas en un cálculo del umbral de calorías por debajo del mínimo requerido por una persona durante un año y con un estilo de vida sedentaria. Esta forma de medir el hambre conduce a una subestimación significativa del problema. De esta manera el informe de la FAO puede alegremente indicar que hay progreso en la lucha contra este problema, pero la realidad es diferente. El número de personas con hambre podría aumentar del reportado por la FAO (868 millones) a unos mil 300 millones.

La FAO concluye que las metas mundiales de reducción del hambre están a nuestro alcance si se regresa a la tasa de crecimiento económico que prevalecía antes de la crisis. Pero este mensaje resulta engañoso porque el proceso de crecimiento en los años anteriores a la crisis estuvo marcado por mayor desigualdad y dependencia alimentaria. Además a la FAO parece no preocuparle el efecto del cambio en el uso de tierras cultivadas hacia la producción de biocombustibles en detrimento de la oferta de alimentos. Tampoco le inquieta la falta de regulación en los mercados de futuros y de productos básicos que ha permitido la especulación financiera en estos mercados con efectos nefastos en los precios de los alimentos. Y no le llama la atención la presencia de profundas distorsiones en los mecanismos de fijación de precios en los mercados altamente concentrados de granos e insumos agrícolas. Tal pareciera que la FAO considera que estos problemas son irrelevantes y de ahí su optimista conclusión.

Al igual que casi todos los informes de las agencias especializadas de Naciones Unidas, el informe SOFI 2013 evita discutir los rasgos de la economía mundial que han conducido a la crisis y que tienen serias consecuencias para la inseguridad alimentaria. De hecho, para el informe tal parece que lo único que permite reducir el hambre es el crecimiento económico. Según la FAO esto es lo que hace posible reducir la pobreza, hambre y desnutrición. A pesar de que el vínculo entre crecimiento y reducción de la desnutrición no es muy robusto, el mensaje principal de SOFI 2013 es que el crecimiento es el principal instrumento para reducir hambre y subalimentación. De este modo, la FAO evita mencionar el importante hecho de que las políticas públicas orientadas a fortalecer la equidad han sido clave en la reducción del hambre y la desnutrición. Y es precisamente en los países que acusan mayores adelantos en la lucha contra el hambre en los cuales se han aplicado políticas que fortalecen la equidad, sobre todo en términos de propiedad de activos productivos. En contraste, la FAO en su informe concentra su atención en las políticas asistencialistas de corte neoliberal.

De hecho, el mismo informe SOFI 2013 reconoce que sus datos no cubren los efectos de los aumentos en los precios de los alimentos de los años 2007-08 y que tampoco consideran las consecuencias de la caída en la tasa de crecimiento económico a partir de 2009. Esto es suficiente para invalidar la principal conclusión del estudio porque la crisis global ha sumido al mundo en un proceso de empobrecimiento del que no saldremos fácilmente. La cifra de 868 millones de personas que padecen hambre no es válida.

El informe de la FAO está marcado por un injustificado optimismo que no permite realizar un análisis objetivo sobre el problema del hambre en el mundo. Sin entender las raíces del problema no será posible solucionarlo.

Alejandro Nadal
La Jornada

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