El proceso de
decadencia social en Europa se ha acelerado en los últimos cuatro años,
en medio de la crisis económica. Un continente con historia antigua, que
agrupa a un conjunto diverso de pueblos y naciones, de lenguas y
tradiciones culturales. La historia europea está marcada por grandes
logros humanos, pero también por grandes conflictos que han abarcado
territorios delimitados o inmensas extensiones geográficas de escala
continental. Sólo en el siglo pasado dos guerras de enormes proporciones
agrietaron profundamente la estructura de esa región, con millones de
muertos y grandes resentimientos que afectan hasta hoy la vida de muchas
generaciones.
Luego de 1945 el arreglo político y económico internacional abrió el paso a una etapa de crecimiento material y aumento del bienestar social de una magnitud no registrada antes en la historia, como se plantea, entre otros, en los estudios de Angus Madison, que cubren muy amplios periodos de tiempo y espacios geográficos.
Una estabilidad política con mayor producción, empleo, aumento de la productividad, progreso tecnológico y acceso ampliado de la población a un extenso conjunto de bienes y servicios. Un Estado activo e intervencionista en el mercado con esquemas expresos de protección social que aún se mantienen, aunque algunos se están desmantelando para enfrentar el déficit fiscal y la deuda pública hinchados por la expansión del sector financiero, la especulación y la quiebra de bancos y gobiernos. A esto ha correspondido un vaivén ideológico de profundas consecuencias, que ha sido dominado en los últimos 30 años por el neoliberalismo y el consiguiente retraimiento del entorno asociado con la socialdemocracia.
El esquema político de la segunda posguerra se agotó hace mucho tiempo y la forma y contenido de las hegemonías nacionales se ha alterado. Como previó el polémico politólogo estadunidense John Mearsheimer, tal vez sí se ha extrañado el periodo de la Guerra Fría.
Una de las fuentes de constante y creciente confrontación la ha expresado de modo muy preciso una reciente viñeta de El Roto, que se publicó en el diario español El País. Ahí se ve la imagen borrosa de un hombre que pregunta:
¿Pero qué clase de orden económico es ese, que produce desorden social?Atina con esta simple observación, pues no puede sostenerse esa condición, al menos no con la creencia de mantener un régimen democrático como el establecido en Europa y que, más allá de sus contenidos legales y filosóficos, formalmente se está debilitando.
La integración europea desde finales de los años 1940, la
creación de la Unión Europea, la adopción de una moneda única ha sido un
proceso largo y consistente que ha cambiado de modo efectivo las
relaciones entre las naciones de esa área. Si eran previsibles las
fricciones del funcionamiento del mercado común y de la unión monetaria
no lo eran, sin duda, las consecuencias sociales que ha acarreado la
crisis financiera. Los efectos en España y Grecia son ahora los más
fuertes y visibles, pero no son los únicos. Los ajustes en Irlanda e
Italia son muy severos, la recesión se extiende por toda la región y
ahora incluye ya a Holanda y Austria, y fuera de la eurozona a Gran
Bretaña.
Los alemanes, sea porque son muy ordenados y disciplinados como se
les ve comúnmente, sea por el temor que tienen de la inflación luego de
la experiencia de los primeros años de la década de 1930, o bien por la
ética protestante, como argüía Max Weber, son quienes definen las pautas
de la gestión de la crisis económica y del ajuste presupuestal impuesto
en la zona del euro. El gobierno regional de la Unión Europea en
Bruselas está prácticamente supeditado a las políticas de Angela Merkel y
a las pautas monetarias del Bundesbank, aunque es uno de los miembros y
uno de los votos de su consejo.
La fragilidad social en España es una manifestación muy contundente
del adverso efecto de la crisis en la población y que se recarga sobre
todo en los jóvenes y los pensionados y en un entorno de gran desempleo.
El establecimiento de un orden económico que provoca tal desorden
social se plasma en clínicas cerradas, escuelas desmanteladas, proyectos
vitales suspendidos y desahucios de gente desesperada que un grupo de
jueces ha decidido empezar a parar. Es una visión que impacta, y como se
desprende de los procesos complejos no puede preverse el desenlace
cuando las condiciones siguen alimentando la inestabilidad. A diferencia
de lo que ocurre con los terremotos que son imprevisibles, en el campo
de lo social cabe la acción política, que por ahora muestra más
confrontación que convergencias.
León Bendesky
La Jornada
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