Hace unas semanas,
coincidiendo con el Día Mundial de la Alimentación, se nos alertó de una
nueva subida de precio de los alimentos, con repercusiones que ya se
contabilizan en los registros funerarios de los países más vulnerables,
sobre todo en el Sahel. El argumento difundido, las malas cosechas que
tuvo la agroindustria este año en Estados Unidos, ya sabemos que es
mitad mentiroso, mitad incompleto y, por suerte, la información se nos
amplía y las verdaderas causas afloran: el precio de la materia prima
sube –como en las anteriores crisis alimentarias– (a) por las grandes
cantidades de cereales que se destinan a elaborar combustibles
(¿recuerdan hace seis y siete años, cuando se advirtió de los
inconvenientes de esta nueva tecnología?); (b) por la especulación que
de las futuras cosechas se hace en las bolsas financieras, y (c) –esto
es más novedoso– por la cada vez mayor cantidad de tierra fértil que
está pasando de las manos campesinas al patrimonio de bancos, empresas y
fondos de inversión.
compro, vendo y especulode la comida a los que me refiero son, por este orden: ADM, Bunge, Cargill y Dreyfus, conocidos por sus iniciales como los ABCD de la comercialización de materia prima. Cuatro empresas con sede en Estados Unidos que, si inicialmente consiguieron dominar y controlar el mercado mundial de los granos básicos, cereales y leguminosas, han ido ampliando en los últimos años sus negocios a estas nuevas áreas.
Son cuatro establecimientos, cuatro bazares, como esos que tienen todo lo que puedas imaginar y lo que no. Desde una jarra con forma de vaca para servir la leche por sus ubres de cerámica al siempre imprescindible cazamariposas entre la estantería de ropa íntima y las útiles llaves de ferretería o sacos de tierra de jardín. Sólo hay una diferencia: mientras en tiempos de crisis estos universos de barrio padecen la crisis como cualquier otro negocio, los ABCD de la comida, cuatro empresas monstruosas nacidas y crecidas en el regazo de mamá capitalismo y papa desregulación, ganan todo el oro del mundo diciendo que fabrican comida cuando en realidad lucran hambreando a millones de seres humanos. Y lo hacen desde la invisibilidad.
Es muy difícil sumergirse en las entrañas de estas empresas y
sus infinitas subsidiarias, pero hay dos cosas obvias. Primera, si entre
ellas cuatro controlan, como es el caso, ¡90 por ciento! del mercado
mundial de cereales; si el mercado no tiene ninguna regulación (ni
aranceles o cuotas de importación/exportación, ni reservas públicas de
cereales, ni políticas de precios), y si las pocas normas que se dictan
son supervisadas por las propias ABCD, es fácil deducir que son sus
decisiones las que verdaderamente marcan el precio de dicha materia
prima y, por lo tanto, de todos los alimentos que incluyen arroz, trigo,
maíz, etcétera. Segunda, si las ABCD (junto con algunas entidades
financieras) han degustado los brutales beneficios que les genera
especular con la comida y la tierra de cultivo, como sangre para
vampiros, seguirán chupando del hambre de los demás si nadie les pone
coto. Dreyfus, por ejemplo, ha creado su propio instrumento de inversión
Calyx Agro Ltc, para
obtener beneficios del creciente sector del agronegocio y del potencial de apreciación de la tierra, adquiriendo tierras que actualmente se explotan con baja tecnología o que se utilizan para el pastoreo.
Las últimas crisis alimentarias han permitido que en la sociedad
civil conociéramos y denunciáramos cómo la comida y la tierra se han
hecho objetos de especulación. El foco se ha centrado en los bancos y
sus actividades en los mercados financieros ligados a los alimentos, con
campañas publicitarias del tipo
el negocio de alimentar el mundoque han merecido todo el rechazo de la sociedad. Aunque el papel que juegan los ABCD es complejo y lejano, debemos tomar conciencia por su importancia en el precio de las materias primas. Por parte de los movimientos campesinos, en cualquier caso, la respuesta que ha llegado ha sido clara: soberanía alimentaria. También ahora hay que responder. Lo que necesitamos no son normas para que las ABCD ganen menos dinero: lo que se requiere son políticas en favor de la soberanía alimentaria para que la alimentación, que no es una mercancía, nos llegue de muchas, pequeñas y humanas agriculturas.
De todo un abecedario alimentario.
Gustavo Duch
Coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas
La Jornada
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