En este mismo periódico, el 29 de febrero, un editorial se titulaba así: Siria, sin solución. El régimen de El Asad acentúa la represión ante una comunidad internacional impotente.
Ante la complejidad del conflicto —problemas intrarreligiosos
incluidos— y la inoperancia de los "occidentales" la Liga Árabe y la ONU
han designado al ex secretario general Kofi Annan como enviado especial
a Siria. Pero la eficacia de esta excelente designación queda limitada
por carecer de la indispensable unanimidad, ya que Rusia y China no
confían en el potencial resultado de desbancar a El Asad en favor de un
variopinto Ejército Libre.
Sí, lo más inmediato es abordar eficazmente la cruenta situación
siria. Sería necesario, como ya he indicado en algunas ocasiones,
convocar una reunión extraordinaria y urgente de la Asamblea General de
las Naciones Unidas para designar unánimemente a un representante como
único interlocutor para detener, con la autoridad que le conferiría ser
portavoz del mundo entero, la inmensa sangría y adoptar las medidas
subsiguientes para la normalización de la situación, con un sistema de
auténticas libertades públicas.
Y lo mismo para cuestiones de similar naturaleza y emergencia, tales como Somalia, Irán, Libia…
En la misma reunión extraordinaria se decidiría iniciar la
"refundación" del sistema de las Naciones Unidas, basada en: I) una
Asamblea General en la que el 50% serían representantes de los Estados
pero el otro 50%, para cumplir con lo que establece la Carta en su
inicio ("Nosotros, los pueblos…"), serían representantes de la sociedad
civil, tanto instituciones como elegidos expresamente para ello; II) al
Consejo de Seguridad actual se añadiría un Consejo de Seguridad
socioeconómico y un Consejo de Seguridad Medioambiental.
En todos los casos, el voto sería ponderado pero no existiría el
veto, que actualmente impide el funcionamiento democrático de la gran
Organización multilateral.
A las instituciones anteriores se añadiría una Corte Internacional de
Justicia con unas nuevas normas y pautas de comportamiento, de tal
manera que los actuales tribunales de ámbito mundial quedaran
incorporados y con un funcionamiento suficientemente ágil y eficaz.
De forma similar, todas las instituciones multilaterales eliminarían
—como la unanimidad en el caso de la Unión Europea— las prácticas
antidemocráticas.
El multilateralismo es especialmente apremiante, porque la
globalización ha favorecido exclusivamente al 20% de la humanidad, a los
que vivimos en el barrio próspero de la aldea global. El 80% restante,
en un gradiente progresivo de precariedades, vive en condiciones tan
desfavorables que —no me canso de repetirlo, porque constituye un
auténtico problema de conciencia— más de 60.000 personas mueren
diariamente de hambre, en un genocidio de desamparo y olvido. El G-6,
G-7, G-8, … los grupos plutocráticos que el neoliberalismo puso en
práctica en los años 80, al tiempo que marginaba al sistema de Naciones
Unidas, han resultado, como era de esperar, un fracaso cuyo impacto
todavía desconocemos en su totalidad.
En 1998, se inició el G-20 para hacer frente a la crisis asiática,
reduciéndose a un foro de ministros de economía. Reformado, aparece de
la mano del presidente George Bush en noviembre de 2008, ya elegido el
Presidente Barack Obama, para remediar el naufragio de grandes
instituciones financieras de los Estados Unidos. Lo que ha quedado claro
desde entonces es que el G-20 carece no solo de representatividad
—únicamente agrupa a países ricos— sino que ha resultado completamente
incompetente en la regulación de las finanzas y en la eliminación de los
paraísos fiscales, ambas acciones prometidas solemnemente cuando se
solicitaban colosales cifras de rescate para los bancos en zozobra. El
FMI, el Foro de Estabilidad Financiera, el Comité de Seguridad Bancaria
de Basilea… rinden cuentas al G-20, según se decidió en la Cumbre de
Pittsburgh. Carente de un secretariado permanente y de las estructuras
necesarias y sometido, de hecho, al servicio de los países más
poderosos, el G-20 no ha podido superar con éxito los grandes desafíos
que enfrentaba.
La coordinación económica global debe llevarse a cabo, en
consecuencia, por entidades de ámbito planetario que dependerían del
Consejo de Seguridad Socioeconómico arriba indicado.
En cuanto al tema de seguridad, todo el mundo está de acuerdo en que
es necesario ampliar sin ulterior demora el concepto de seguridad,
actualmente limitado siempre a los términos de defensa y capacidad
militar. Se trata de la seguridad social, que incluye la
seguridad energética, la seguridad climática, la seguridad ante
catástrofes naturales o provocadas y, desde luego, también la seguridad
territorial. Es inmoral ver cómo se venden los últimos adelantos bélicos
a países que se hallan en una auténtica situación de quiebra
socioeconómica o que viven por debajo del umbral de la pobreza. Invertir
4.000 millones de dólares al día en gastos militares y armamento es
realmente una auténtica provocación a la que, por desgracia, nos hemos
acostumbrado.
También me he referido a un Consejo de Seguridad del Medioambiente
porque constituye una total falta de responsabilidad intergeneracional
olvidarnos de los grandes deberes que tenemos que cumplir para que
nuestro legado a quienes llegan a un paso de nosotros no perjudique la
habitabilidad del planeta. Con rigor científico, debe ahora reclamarse,
al cumplirse veinte años de la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro,
una atención especial a la salubridad del planeta. Si no fuera así, creo
que debería de ser motivo de una movilización formidable, tanto
presencial como virtual, de todos los jóvenes del mundo reclamando que
se atienda lo que es crucial para el futuro de la humanidad.
Se cambiaron los principios democráticos por las leyes del mercado y
ahora son los mercados los que, rescatados, acosan a los "rescatadores
empobrecidos". En el caso de Europa, se está llegando a situaciones
límite ya que es el gran dominio el que nombra a los gobiernos
sin comicios electorales. Para más inri, en Grecia e Italia, países cuna
y símbolo del sistema democrático. Entre los mercados y sus agencias de
calificación vamos de capa caída.
"Europa vive el peligro de un retroceso democrático", ha declarado
Viviane Reding, comisaria europea de Justicia, a principios de este mes
de marzo. Europa sigue empeñada en tratar los síntomas y no la
enfermedad, aplicando solo medidas de austeridad y reducción de la deuda
en plazos intocables, con gastos de defensa enormes y un sistema de
alianza con los Estados Unidos (OTAN) que debería haberse revisado y
actualizado hace ya tiempo, coincidiendo con la desaparición del Pacto
de Varsovia.
En anteriores escritos he destacado que, frente a la incapacidad de
la Unión Europea para federarse fiscalmente (emitir euros para
incentivos en la creación de empleo, como eurobonos o euroavales),
Obama, en pocos meses, ha conseguido, sin un solo voto republicano a
favor, por cierto, la atención médica a más de 30 millones de
estadounidenses; ha dado pasos muy importantes en el desarme nuclear y,
lo que debe subrayarse, ha ordenado al Pentágono iniciar la reducción de
un tercio de gastos militares y de armamento, habiendo emitido para la
movilización de la pequeña y mediana empresa, sobre todo, y para grandes
inversiones públicas, unos 300.000 millones de dólares.
Y es que ¿puede imaginarse algo menos democrático e ineficaz que
tener que adoptar, en la Unión Europea, las decisiones por unanimidad?
Por otra parte, en el Europarlamento algunos de sus miembros han sido
elegidos en países en los cuales la participación fue menor del 20%.
Está claro que deberá requerirse, en lo sucesivo, cuanto menos, una
participación del 51%.
La democracia ya no se reducirá a la votación en elecciones cada
tres, cuatro, cinco años. La revolución informática, con la
participación no presencial que procura, permitirá una inflexión
histórica. La movilización popular pacífica, con más propuestas que
protestas, permitirá enderezar muchas tendencias presentes.
Está claro que la situación actual requiere una rápida clarificación
conceptual y estructural. Sería ahora oportuno proclamar una Declaración
Universal de la Democracia, único contexto en el que podrían ponerse
plenamente en práctica los Derechos Humanos
Solo de esta manera podrán realizarse las grandes transiciones
pendientes: de una economía de especulación, deslocalización y guerra a
una economía de desarrollo global sostenible. De una cultura de
imposición, dominio y violencia, a una cultura de encuentro, diálogo,
conciliación, alianza y paz.
Federico Mayor Zaragoza es presidente de la Fundación Cultura de Paz.
El País
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