Los especuladores financieros invirtieron en futuros relacionados con
alimentos incluso antes del gran crac de 2008, aumentando los precios de
alimentos a niveles peligrosos. Esto se puede y se debe parar.
La
carretera de asfalto era recta y monótona. Los baobabs pasaban unos tras
otros y la tierra era amarilla y polvorienta, a pesar de la temprana
hora. El aire en el viejo Peugeot negro era asfixiante. Iba viajando
hacia el norte, a las grandes plantaciones de Senegal, con Adama Faye,
agrónomo y asesor de desarrollo en el extranjero de la embajada suiza, y
su conductor Ibrahima Sar. Queríamos evaluar el impacto de la
especulación financiera sobre los alimentos, y teníamos las últimas
estadísticas del Banco de Desarrollo Africano. Pero Faye sabía que nos
esperaba otro tipo de evidencia. En la aldea de Louga, a 100 km de
Saint-Louis el coche se detuvo abruptamente. “Venga y vea a mi
hermanita”, dijo Faye. “No precisa sus estadísticas para explicar lo que
sucede”.
Había unos pocos puestos al borde de la ruta, un pobre
mercado: montones de frijoles y yucas, algunos pollos cloqueando en
jaulas, cacahuates, tomates viejos, patatas, naranjas españolas y
clementinas. No había mangos, que dan fama a Senegal. Detrás de un
puesto una joven con caftán y pañuelo amarillo conversaba con sus
vecinos. Era Aisha, la hermana de Faye. Estaba dispuesta a responder
preguntas y se enojó mientras hablaba. Enseguida una ruidosa multitud de
niños, jóvenes y ancianas se reunió a nuestro alrededor.
Un saco
de 50 kilos de arroz importado había subido a 14.000 francos CFA (27
dólares), por lo tanto hubo que aguar más la sopa, con unos pocos granos
flotando en la superficie. Las mujeres pasaron a comprar arroz por
copa. En los últimos años una pequeña bombona de gas había subido de
1.300 a 1.600 francos CFA, un kilo de zanahorias de 175 a 245 y una
barra de pan de 140 a 175, mientras una bandeja de 30 huevos había
aumentado en un año de 1.600 a 2.500. Lo mismo valía para el pescado.
Aisha reprendió a sus vecinos por ser demasiado tímidos en sus relatos.
“¡Decid al tubab [hombre blanco] lo que pagáis por un kilo de arroz! ¡Decidle! No tengáis miedo. Los precios aumentan casi todos los días”.
Así las altas finanzas hambrean lentamente al pueblo mientras la gente sigue ignorando los mecanismos de especulación.
Consumes más de lo que vendes
El
comercio de productos agrícolas es diferente de cualquier otro: es un
mercado en el cual se consume más de lo que se vende. El economista
Olivier Pastré estima que “el comercio internacional de cereales apenas
representa un poco más del 10% de la producción, tomando en cuenta todos
los cultivos (7% en el caso del arroz). El menor aumento o caída en la
producción global podría perturbar todo el mercado”. Mientras la demanda
ha aumentado, el suministro (la producción) no solo se ha fragmentado,
sino que además es extremadamente susceptible al tiempo, la sequía, los
incendios y las inundaciones.
Por eso se inventaron los derivados
en Chicago a principios del Siglo XX. Su valor es “derivado” de otro
activo “subyacente”, como acciones, bonos y otros instrumentos
financieros. Originalmente debían permitir que los agricultores del
medio oeste de EE.UU. vendieran sus productos a un precio fijado antes
de la cosecha, el agricultor estaba protegido; si el precio aumentaba,
los inversores obtenían un beneficio.
Pero en los años noventa,
esos activos se llegaron a utilizar para fines especulativos en lugar de
prudenciales. Heiner Flassbeck, economista jefe de la conferencia de la
ONU sobre comercio y desarrollo (Unctad), estableció que entre 2003 y
2008 la especulación de materias primas utilizando fondos de índice
aumentó un 2.300%. A finales de este período el repentino aumento del
precio de alimentos básicos provocó disturbios por alimentos en 37
países. La televisión mostró imágenes de mujeres haitianas en las
chabolas de Cité-Soleil haciendo panqueques de barro para dar de comer a
sus hijos. Disturbios urbanos, saqueos y protestas que sacaron a
cientos de miles de personas a las calles en El Cairo, Dakar, Mumbai,
Puerto Príncipe y Túnez, exigiendo pan para sobrevivir, y dominaron las
primeras planas.
El índice de precios de 2008 de la Organización
de Alimentos y Agricultura de la ONU (FAO) promedió un 24% por sobre la
cifra de 2007 y un 57% más que en 2006. La producción de bioetanol en
EE.UU. –impulsada por subsidios anuales de 6.000 millones de dólares
para los productores de “oro verde”– redujo considerablemente el
suministro de maíz estadounidense al mercado mundial. Ya que el maíz es
importante para alimentación de los animales, su escasez, en
circunstancias en que la demanda de carne aumentaba, también contribuyó
al aumento de precios a partir de 2006. “El otro principal cereal
alimentario, el arroz, siguió más o menos la misma tendencia”, dijo el
economista Philippe Chalmin, “y en Bangkok los precios aumentaron de 250
a más de 1.000 dólares la tonelada”. El mundo se dio cuenta
repentinamente de que en el Siglo XXI, decenas de millones de personas
estaban muriendo de hambre. Pero se dijo o hizo poco.
Alarma en el Senado de EE.UU.
La
especulación de los alimentos ha aumentado después de la crisis
financiera: volviendo la espalda al lío que habían creado, los
especuladores –especialmente los fondos de alto riesgo– entraron en los
mercados agrícolas. Para ellos todos los recursos del planeta son
terreno fértil para la especulación, incluyendo alimentos básicos como
el arroz, el maíz y el trigo, que en conjunto representan un 75% del
consumo alimentario global (un 50% en el caso del arroz). Según el
informe de la FAO de 2011, solo un 2% de los contratos de futuros de
materias primas terminan con la entrega efectiva del producto. El 98%
restante es comercializado por especuladores antes de la fecha de
expiración.
El fenómeno alcanzó tales proporciones que causó
preocupación en el Senado de EE.UU. y en julio de 2009 denunció
“excesiva especulación” del trigo, criticando el hecho de que algunos
negociantes tenían hasta 53.000 contratos de futuros de trigo en un
momento dado. El Senado también se quejó de que seis fondos de índice
estaban autorizados para tener 130.000 contratos de trigo en un momento
dado, 20 veces más que el límite autorizado para operadores financieros
estándar.
El Senado de EE.UU. no es el único que se alarma. En
enero de 2011 otra institución describió el aumento de los precios de
materias primas, en especial de los alimentos, como una de las cinco
mayores amenazas para el bienestar de las naciones, junto a la guerra
cibernética y los terroristas con armas de destrucción masiva. Esa
institución fue el Foro Económico Mundial (WEF) de Davos.
La
crítica es sorprendente a la vista del método de reclutamiento del
exclusivo grupo. El fundador del WEF, el economista suizo Klaus Schwab,
no dejó al azar la membresía de su club de 1.000 miembros. Solo se
invita a participar a jefes de compañías con una cifra de negocios de
más de 1.000 millones de dólares. Los miembros pagan una cuota de 10.000
dólares que les da acceso a todas las reuniones. Entre ellos hay
numerosos especuladores.
Los discursos de apertura de Davos en
2011 describieron claramente el problema. Los delegados condenaron
enérgicamente a “especuladores irresponsables que solo buscan ganancias,
destruyen mercados alimentarios y aumentan la hambruna global". El tema
se discutió en seminarios, conferencias, cócteles y reuniones privadas
en hoteles. Parece extraño que el hambre global encuentre su público más
atento en los restaurantes de fondue, bares y bistrós de Davos.
Flassbeck
presentó una solución radical para derrotar a los especuladores y
proteger las materias primas agrícolas de sus repetidos ataques: sacar
los alimentos de su control. Propone que la ONU dé a Unctad el control
mundial de la fijación de las cotizaciones de materias primas agrícolas.
Solo productores, negociantes y usuarios de esas materias podrían
intervenir en los mercados de futuros. Cualquiera que comercie con
trigo, arroz o aceite, tendría que entregar los productos. También sería
recomendable imponer un alto nivel mínimo de autofinanciamiento a los
negociantes. Cualquiera que no haga uso del producto negociado sería
excluido de la bolsa.
Si se implementara el “método Flassbeck” se
eliminaría la especulación de la base de la supervivencia, y se
impediría la financialización de los mercados alimentarios. Una
coalición de organizaciones no gubernamentales apoya vigorosamente la
propuesta de Flassbeck y Unctad. Pero los gobiernos carecen de la
voluntad necesaria para implementarla.
Jean Ziegler,
exprofesor de sociología en la Universidad de Ginebra y en la Sorbona de
París, es miembro del comité asesor del Consejo de Derechos Humanos de
las Naciones Unidas. En el período 2000-2008 fue Relator Especial de las
Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación.
Znet/Le Monde Diplomatique
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
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