Profundas preguntas alimentan los debates en un tiempo, el actual, plagado de banalización, traición y corrupción de los poderes constituidos, desconfianza razonable, malestar ciudadano, incertidumbre, desafección y pérdida de sentido: ¿Época de cambios o cambio de época? ¿Crisis económica o crisis del sistema? Voy a plantear una nueva que a mi entender puede ayudar a situar la realidad en que vivimos, que se está construyendo paralela a la ruina de los sueños de la modernidad. Cuando la indignación ciudadana llena calles y plazas exclamando ¡No nos representan!, es preciso preguntarse ¿pueden representarnos nuestros gobiernos? ¿hay una crisis de representación o la crisis ataca los propios fundamentos del Estado?
El Estado vigente, el liberal democrático moderno, fue erigido sobre la premisa del estado árbitro del bienestar general de la comunidad política, que adaptado al contexto económico y social originario del S. XVIII, vendría a ser una primera instancia de regulación mediadora y equilibradora entre el mercado y la sociedad, entre el capital y el trabajo, ello construido en base a una supuesta lealtad social a la comunidad política que los Estados representaban.
Sin embargo esta representación del Estado fue desmitificada durante los siglos XIX y XX por una mayoría de ciudadanos y ciudadanas desposeídos de los derechos que las clases privilegiadas ostentaban. En realidad quedaba patente la esencia del Estado liberal, que, más allá del corpus y declaraciones políticas, estaba sujeto a las reglas del liberalismo económico que hacían prevalecer los intereses de la clase adinerada, sobre la que recaía el poder del Estado. En este sentido, el Estado liberal no es una institución neutral, sino que reproduce la relación de poder de las clases altas y adineradas sobre el resto de la ciudadanía. Es lo que muchos han llamado la función reproductiva del Estado.
Durante dos siglos se dieron revueltas y movimientos sociales que reclamaron y lucharon por la igualdad y justicia social dentro del sistema liberal-capitalista. Estos movimientos emancipatorios consiguieron que después de la 2ª Guerra Mundial el Estado liberal guardián del liberalismo económico, como doctrina que sustenta el sistema capitalista, evolucionara hacia un Estado democrático y social de derecho, en el que los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales proporcionaran un estatus igualitario de ciudadanía a todos los miembros de la sociedad.
El cambio dentro del sistema capitalista hacia este modelo social-democrático de derecho, llevaba aparejada una segunda función del Estado que es la función de legitimación. Esta es paralela al logro de una cierta cohesión social necesaria para la paz social y que lleva al estado a respetar y proveer el estatus de ciudadanía propio del Estado de derecho. El pacto social de post-guerra plasmado en las políticas de concertación entre el Estado y los agentes de representación del trabajo y del capital, los acuerdos de Bretton Woods, las políticas keynesianas adoptadas y la necesidad de re-construir e industrializar el mundo de post-guerra posibilitaron en Europa y América del Norte una época prolongada de crecimiento y bienestar que hacía a algunos pensar que el capitalismo había encontrado su rostro humano.
Sin embargo, como era de esperar, el modelo capitalista basado en el beneficio y la acumulación hizo tope. Ya a partir de finales de los 60 la tasa de ganancia del capital hace tope y se resiente definitivamente con las crisis del petróleo. En este punto el capital empieza a ver el agotamiento del sistema y adoptando políticas económicas de carácter monetarista da un cambio de rumbo en función de maximizar el beneficio.
El llamado modelo de bienestar basado en el pleno empleo y las diversas pensiones y prestaciones públicas, empieza a cuestionarse. Las dos crisis del petróleo provocan recesión y paro, sin embargo un conjunto de medidas estaban ya en la recámara del sistema.
En 1971 Richard Nixon acaba con la paridad dólar-oro, que era una medida que beneficiaba al dólar como moneda dominante, pero que globalmente significaba estabilizar la economía. Cuando se acaba con la paridad, la flotabilidad de las monedas significa inestabilidad y especulación, procesos que habían sido controlados mediante las regulaciones propias de Bretton Woods. Es el principio de la desregulación financiera y posiblemente de la globalización, que ha sido el gran proyecto del capital y que ha significado en principio romper la solidaridad que se dio entre el capital y las fuerzas del trabajo a nivel estatal durante los años “dorados” de post-guerra.
Las teorías neoliberales de Hayek y M.Friedman fueron adoptadas a partir de 1978 por Ronald Reagan y M. Thatcher y ello significó un gran impulso a los conservadores anglosajones y la expansión del neoliberalismo. El problema era el Estado y había que adelgazarlo. Aunque el auténtico problema para ellos no era un Estado que utilizaban para someter a las poblaciones al imperio de la ley aceptando la involución social de sus propuestas, sino el Estado social y democrático de derecho.
Las desreglamentaciones, liberalización de los mercados y privatizaciones pasan a ser pecata minuta de las políticas anglosajonas, mientras en Europa el Estado del bienestar entra en crisis por vía de la saturación de los mercados y el paro que junto a la regresión en las políticas fiscales, supone una crisis fiscal del Estado.
Pero en Europa las políticas de la llamada tercera vía introducidas desde Gran Bretaña por Toni Blair y recogidas por Schroeder en Alemania, introducen, con la etiqueta de social-liberalismo, el neoliberalismo en Europa, que a partir de Mastrich en 1992 va asentándose, haciéndolo definitivamente con la firma del antidemocrático y neoliberal Tratado de Lisboa por parte de los 27 Jefes de estado y de gobierno de los países de la actual Unión Europea.
Todo se desregula en virtud de la maximización de la tasa de ganancia, la circulación de capitales, el control de la banca, las barreras tarifarias y arancelarias, los intereses. El mercado laboral ha de tener como referente la flexiseguridad y para ello también se trata de socabar la negociación colectiva. La independencia de los bancos centrales de los Estados los convierte en aliados de la banca. Las políticas monetaristas tienden a supeditar la lucha contra el paro a la lucha contra la inflación. La fiscalidad se hace cada vez más regresiva, gravando más a las rentas del trabajo que a las del capital y favoreciendo la evasión y el fraude fiscal vía paraísos fiscales.
Todo en función del traslado de las rentas del trabajo hacia el capital, que ya descargado del lastre estatal se mueve alrededor del mundo buscando el máximo beneficio allí donde puede. En 1998 el presidente Clinton abole la ley de Glass-Steagall que mantenía la banca comercial lejos de las frivolidades de la banca de inversión, este significa un hito que ha supuesto la apertura de toda la banca internacional a los procesos de inversión internacional de corte especulativo.
También es patente que el capital deja de invertir los beneficios en el sistema productivo y pasa a alimentar su avaricia con las sustanciosas ganancias que en el corto plazo le proporciona la especulación sobre todo tipo de activos – valores, divisas, bonos hipotecarios, bonos y obligaciones del Estado, mercados de futuros de los alimentos, productos derivados…etc. A los procesos de desposesión propios a nivel histórico del capital sobre la ciudadanía: apropiación, expoliación, explotación de la mano de obra, usura y creación de dinero por la banca, expropiación… hay que añadir con la globalización de los mercados de capital dos procesos que se desarrollan a nivel global y que significan la desvinculación total de los capitales de todo lastre de lealtad a los Estados. Las diferentes carteras de inversión recorren el globo invirtiendo sin escrúpulos allí donde obtienen mayor beneficio. El otro proceso es la opacidad propia de los paraísos fiscales, que impide que los Estados y la justicia internacional puedan seguir el rastro de la delincuencia fiscal y financiera y del crimen organizado. Estos dos procesos, junto a los anteriores, convierten al capitalismo en su fase financiera en un sistema criminal y depredador de la ciudadanía e incompatible con la democracia entendida como libertad, equidad y justicia social.
Pero no solo como libertad, equidad y justicia social, sino como gobierno del pueblo, ya que a la ciudadanía no le es dado sino participar cada 4 años depositando su voto, un voto que a la postre no sirve a la representación de la ciudadanía, ya que el poder tiránico de los mercados han acabado desplazando a los representantes electos de las decisiones importantes, cuando no incorporándolos directamente a su propio proyecto.
Así que tenemos un Estado desposeído en lo social, pero fuerte en los sistemas de intimidación social y que puede utilizar el “legítimo monopolio de la violencia” para defender los ilegítimos intereses del mercado. El Estado cumple en la actualidad bien su función de reproducción, pero su función de legitimación está más que cuestionada y eso es lo que supone de nuevo conflictividad social y cuestionamiento de sus instituciones pretendidamente democráticas.
El Estado Nación ya no significa una base sólida desde la que continuar edificando el edificio de la modernidad, ha sido ninguneado en sus atribuciones y deslegitimado por los ciudadanos. No obstante si echamos una rápida mirada histórica retrospectiva podremos observar como se han ido construyendo y deconstruyendo las unidades políticas: La ciudad- Estado griega, el feudo medieval, las ciudades Estado italianas, el Estado nación moderno; todas estas representaciones obedecen a momentos históricos que han evolucionado hacia nuevas formas sociales y políticas. Hoy la unidad política del Estado Nación ya no responde adecuadamente a las necesidades de su comunidad política, está en un claro proceso de deslegitimación en el momento actual de globalización y la sociedad habrá de buscar nuevos constructos políticos, el Estado Nación no sirve hoy a las necesidades de la ciudadanía democrática.
Es en estos momentos que la ciudadanía se da cuenta que las instituciones y sus servidores no le representan, que representan servilmente a los poderes establecidos y si bien la limitación y ajustes del pingüe Estado social existente no le proporcionan un adecuado estatus de ciudadanía, su deseo de participación activa le imprime el valor para desprenderse de sus miedos y luchar solidaria, no violenta y activamente por el ejercicio de su soberanía en una posible y auténtica democracia. Los métodos no pueden ser otros que la unión y la solidaridad, la resistencia activa, la búsqueda de nuevos procesos de intercambio y la desobediencia civil. Nadie está en su sano juicio si quiere enfrentarse al poder en su campo y especialidad: el uso de la fuerza.
Por otra parte hay que huir como de la peste de antiguos mitos nacionalistas, tanto de las patrias reales, como de las imaginarias. Combatir la actual globalización ha llevado a algunos a hablar de la necesaria des-globalización. Soy de los que piensan que la globalización es un hecho, que es capitalista, pero es un hecho. Lo que hay que plantearse desde el altermundismo es organizar las resistencias a nivel global y re-mundializar social, ambiental y solidariamente. La des-globalización no es posible, y si lo fuera probablemente nos llevaría a un proceso de paulatina re-nacionalización y autarquía, en donde los capitales patrios, alejados de la competencia global por la guerra económica volverían, como no, a optar por la guerra física como medio de conquista y enriquecimiento, la vuelta de los viejos y terribles imperialismos estaría a la vuelta de la esquina.
El mundo se está haciendo multipolar, pero dentro de la competencia. La adscripción a proyectos de modernización exclusivamente nacionales no conduce a ninguna parte. ¿Qué interés podemos tener en que los BRIC se desarrollen y crezcan a un ritmo del 8 al 10 % anual si lo hacen siguiendo modelos económicos y tecnológicos que degradan el medio ambiente o reproducen las desigualdades?. ¿Qué interés podemos tener en haber pasado del G-7 al G-20? Nuestro interés sería recuperar unas Naciones Unidas con competencias en la gobernabilidad mundial y auténticamente democráticas.
Creo firmemente que no hay más remedio que optar por el internacionalismo solidario a ultranza, la ciudadanía global y por un proceso hacia una gobernabilidad mundial. Comencemos por recuperar Europa del secuestro de los grupos financieros y extendamos un modelo social, ecológico y solidario al resto del mundo. Ello solo es posible si desterramos del globo la competencia como factor fundamental de los poderes establecidos para mantener desunida y subyugada a la ciudadanía. Contra la competencia la cooperación entre Estados y solidaridad entre los pueblos.
Las redes cibernéticas y las capacidades actuales permiten realizar este sueño humano de convertirse al fin en especie solidaria consigo mismo y con el planeta. Todas las políticas deben hoy pensarse en función del bien común de la humanidad y lejos del bien particular de naciones, religiones, clases o grupos de poder. La política ha de transcender fronteras y completar el proyecto de modernidad de manera cosmopolita, internacionalista y global. La ciudadanía tiene poder, hemos de globalizar las resistencias, mover las cosas de donde están, somos muchos, somos legión. Luchar por un mundo mejor significa luchar por una Res Pública Global.
Para acabar decir que el proceso de cambio será lento, pero no puede esperar, ahora es el momento de compartir reflexión, sentimientos y sueños, de volver a apasionarnos. Hemos de regenerar profundamente la vida democrática. No solo exigiendo buenas leyes electorales, control del ejercicio del poder y rendición de cuentas, separación real de poderes y sobretodo desvinculación de los poderes económicos. Hemos de exigir una participación real de la ciudadanía en la vida política. A los tres poderes de la democracia liberal les hace falta urgentemente contrastarse con un nuevo cuarto poder que no ha de ser otro que el de la ciudadanía. Lo que hay ya lo conocemos, solo hay un poder, el del dinero.
Pero no caigamos en la vacuidad de considerar que la representación no es necesaria, que los parlamentos y poderes políticos sobran. Que el pueblo puede organizarse por él mismo de forma autogestionada y sin intermediarios o representantes. En un mundo de seis mil millones de habitantes y en donde más de la mitad de la población vive en grandes metrópolis, no podemos seriamente plantearnos que podemos gobernarnos por tribus o clanes por más democráticos que sean.
Lo que hay que cuestionar es el Estado como único poder, el internacionalismo solo conduce a un necesario gobierno mundial, un futuro gobierno del pueblo de toda la Humanidad.
Antonio Fuertes Esteban
Attac Acordem