2. Lograr la enseñanza primaria universal.
3. Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer.
4. Reducir la mortalidad infantil.
5. Mejorar la salud materna.
6. Combatir el sida, el paludismo y otras enfermedades.
7. Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente.
8. Fomentar una asociación mundial.
He ahí los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio (a partir de aquí ODM) que en la llamada Declaración del Milenio del año 2000 se comprometieron a alcanzar, para el año 2015, los 189 países integrantes, por aquel entonces, de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Transcurridos nueve años, casi las dos terceras partes del tiempo fijado para la consecución de esos objetivos, ¿cuál es el balance? ¿Hay avances, estancamiento, retroceso?
No puede negarse que durante algunos años, hasta la crisis financiera, económica y social de 2007-08, se produjeron algunos progresos -en la reducción del número de los extremadamente pobres y hambrientos, en enseñanza primaria universal, en la disminución de la mortalidad infantil-, pero estos progresos modestos e insuficientes, de los que casi siempre habría que excluir, desgraciadamente, al África subsahariana, no tuvieron lugar ni siquiera en los años de crecimiento económico general, en los capítulos de la igualdad entre los géneros y el mejoramiento de la salud materna, que afecta sobre todo a la situación de las mujeres en los países en desarrollo, en la escandalosa incidencia del sida en la región más pobre del globo, el África subsahariana, en la auténtica sostenibilidad del planeta o en el fomento de una asociación internacional para el desarrollo en un mundo en el que la economía se regía por los intereses de un pequeño número de países desarrollados integrados en el club exclusivo del G-7.
Pero es que además ahora, tras la quiebra del modelo de crecimiento neoliberal, cuando mayor es el impacto social de la recesión económica mundial en los países en desarrollo, los avances logrados en el terreno de la reducción de la pobreza extrema y el hambre, o en enseñanza primaria infantil, o en la disminución de la mortalidad de los niños menores de cinco años, se están malogrando. Como señala la organización Intermón-Oxfam, en el contexto de la crisis, cada minuto 100 personas caen en la pobreza; el número de los hambrientos, según la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), alcanza la cifra nunca igualada de 1.020 millones de personas, casi la sexta parte de la humanidad o como ha denunciado el director de la Campaña del Milenio Salil Shetty : ” Van a morir 400.000 niños más por efecto de la crisis”.
Ante este panorama no es extraño que en su informe de 2009 la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) se haya visto obligada a reconocer que la crisis financiera, que comenzó en Estados Unidos y terminó afectando a los países en desarrollo, ha recrudecido la pobreza de tal modo que será prácticamente imposible cumplir los ODM de la ONU fijados para el año 2015.
En consecuencia, si ya antes de la Gran Recesión los resultados conseguidos eran casi siempre insuficientes e incluso decepcionantes, ahora en el marco de la crisis el retroceso es inapelable, cabe preguntarse, ¿qué es lo que ha fallado?
En mi opinión la respuesta es clara: la voluntad política. Ha fallado la determinación de los gobiernos, sobre todo de los países más enriquecidos del mundo, de luchar decididamente por la consecución de los ODM. Los gobiernos y, especialmente, los del G-7, ninguno de los cuales dedica siquiera el 0,7% de su Producto Nacional Bruto ( PNB ) para ayuda oficial al desarrollo de los países empobrecidos, hicieron dejación de sus responsabilidades, permitiendo que la distopía neoliberal de un desarrollo del Sur basado solo en la globalización de los mercados y la libertad comercial, sustituyera a la indispensable ayuda económica, tecnológica, etcétera, sin la que el mundo más empobrecido dificilmente podrá salir de su situación.
Quedan solo seis años para llegar a la fecha límite de 2015. Por supuesto que después de esa fecha la lucha por la consecución de un orden económico y social internacional más justo proseguirá, pero la cuestión ahora es si todavía estamos a tiempo de lograr avances significativos en el contexto de la crisis que nos aflige.
La respuesta es incierta. Al G-7, que impuso al mundo su voluntad durante décadas, le ha sucedido el G-20 que pretende erigirse en máxima instancia económica mundial. Así es que hay que preguntarse, ¿qué se puede esperar del G-20 en relación al urgente logro de los ODM de la ONU?
En mi opinión más bien poco. Los llamados países emergentes -Brasil, Rusia, India, China (BRIC) y otros-, tendrán bastante con evitar una recaída de una parte de sus poblaciones en el pozo de la pobreza y el hambre y en cuanto a los países enriquecidos del antiguo G-7 usarán la crisis como motivo-pretexto para no aumentar la ayuda oficial al desarrollo.
Prueba de lo que digo es la reciente Declaración final del G-20 tras la cumbre de Pittsburgh, donde si bien el párrafo 37 de las Conclusiones del documento menciona los ODM, no avanza ninguna propuesta concreta para hacer viable el logro de esos objetivos.
En fin, parece evidente que hoy en el contexto de la crisis, que puede prolongarse varios años, la solución de los problemas de la pobreza, el hambre, etcétera, a los que tratan de dar respuesta los ODM, no puede desligarse de la realidad global de la situación. Por eso el marco apropiado para afrontar la crisis y tratar de cumplir los ODM no es el de las 20 economías del G-20, sino el de las 192 economías del G-192, la Asamblea General de las Naciones Unidas. En ella, que alumbró la idea y el compromiso de los ODM, a pesar del boicot y la presión política ejercida por los países más enriquecidos y poderosos, tuvo lugar en junio de este año, la ” Conferencia sobre la crisis financiera y económica y su impacto sobre el desarrollo”. Su Documento final alude nada menos que en nueve ocasiones a los ODM -párrafos 3, 4 (dos veces),10, 11, 18, 21, 23 y 28-. En este último, además, les recuerda a muchos países desarrollados el compromiso asumido de destinar al menos el 0,5% del PNB en 2010 y el 0,7% del PNB en 2015 en concepto de asistencia oficial al desarrollo de los países en desarrollo y concretamente entre el 0,15% y el 0,20% al desarrollo de los países menos adelantados.
Sólo ese marco ofrece pues alguna esperanza de que los estados del mundo alcancen una asociación global capaz de poner fin al espectáculo intolerable de la pobreza y el hambre de tantos y tantos millones de personas en el planeta.
Por su parte a la sociedad civil mundial que en todos los países organizada en redes de asociaciones, ONG’s, etcétera, lucha por un mundo más justo, le queda el recurso de seguir movilizándose y presionando con propuestas acerca del 0,7% y más del PNB, la anulación de la deuda eterna de los países más empobrecidos,el establecimiento de impuestos solidarios mundiales, tipo tasa Tobin y la supresión de los paraísos fiscales, como medios para financiar y resolver los problemas de pobreza, hambre, enseñanza, sanidad, etcétera, comprometidos por la ONU en la solemne Declaración del Milenio de septiembre de 2000.
1. Erradicar la pobreza extrema y el hambre.
2. Lograr la enseñanza primaria universal.
3. Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer.
4. Reducir la mortalidad infantil.
5. Mejorar la salud materna.
6. Combatir el sida, el paludismo y otras enfermedades.
7. Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente.
8. Fomentar una asociación mundial.
He ahí los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio (a partir de aquí ODM) que en la llamada Declaración del Milenio del año 2000 se comprometieron a alcanzar, para el año 2015, los 189 países integrantes, por aquel entonces, de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Transcurridos nueve años, casi las dos terceras partes del tiempo fijado para la consecución de esos objetivos, ¿cuál es el balance? ¿Hay avances, estancamiento, retroceso?
No puede negarse que durante algunos años, hasta la crisis financiera, económica y social de 2007-08, se produjeron algunos progresos -en la reducción del número de los extremadamente pobres y hambrientos, en enseñanza primaria universal, en la disminución de la mortalidad infantil-, pero estos progresos modestos e insuficientes, de los que casi siempre habría que excluir, desgraciadamente, al África subsahariana, no tuvieron lugar ni siquiera en los años de crecimiento económico general, en los capítulos de la igualdad entre los géneros y el mejoramiento de la salud materna, que afecta sobre todo a la situación de las mujeres en los países en desarrollo, en la escandalosa incidencia del sida en la región más pobre del globo, el África subsahariana, en la auténtica sostenibilidad del planeta o en el fomento de una asociación internacional para el desarrollo en un mundo en el que la economía se regía por los intereses de un pequeño número de países desarrollados integrados en el club exclusivo del G-7.
Pero es que además ahora, tras la quiebra del modelo de crecimiento neoliberal, cuando mayor es el impacto social de la recesión económica mundial en los países en desarrollo, los avances logrados en el terreno de la reducción de la pobreza extrema y el hambre, o en enseñanza primaria infantil, o en la disminución de la mortalidad de los niños menores de cinco años, se están malogrando. Como señala la organización Intermón-Oxfam, en el contexto de la crisis, cada minuto 100 personas caen en la pobreza; el número de los hambrientos, según la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), alcanza la cifra nunca igualada de 1.020 millones de personas, casi la sexta parte de la humanidad o como ha denunciado el director de la Campaña del Milenio Salil Shetty : ” Van a morir 400.000 niños más por efecto de la crisis”.
Ante este panorama no es extraño que en su informe de 2009 la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) se haya visto obligada a reconocer que la crisis financiera, que comenzó en Estados Unidos y terminó afectando a los países en desarrollo, ha recrudecido la pobreza de tal modo que será prácticamente imposible cumplir los ODM de la ONU fijados para el año 2015.
En consecuencia, si ya antes de la Gran Recesión los resultados conseguidos eran casi siempre insuficientes e incluso decepcionantes, ahora en el marco de la crisis el retroceso es inapelable, cabe preguntarse, ¿qué es lo que ha fallado?
En mi opinión la respuesta es clara: la voluntad política. Ha fallado la determinación de los gobiernos, sobre todo de los países más enriquecidos del mundo, de luchar decididamente por la consecución de los ODM. Los gobiernos y, especialmente, los del G-7, ninguno de los cuales dedica siquiera el 0,7% de su Producto Nacional Bruto ( PNB ) para ayuda oficial al desarrollo de los países empobrecidos, hicieron dejación de sus responsabilidades, permitiendo que la distopía neoliberal de un desarrollo del Sur basado solo en la globalización de los mercados y la libertad comercial, sustituyera a la indispensable ayuda económica, tecnológica, etcétera, sin la que el mundo más empobrecido dificilmente podrá salir de su situación.
Quedan solo seis años para llegar a la fecha límite de 2015. Por supuesto que después de esa fecha la lucha por la consecución de un orden económico y social internacional más justo proseguirá, pero la cuestión ahora es si todavía estamos a tiempo de lograr avances significativos en el contexto de la crisis que nos aflige.
La respuesta es incierta. Al G-7, que impuso al mundo su voluntad durante décadas, le ha sucedido el G-20 que pretende erigirse en máxima instancia económica mundial. Así es que hay que preguntarse, ¿qué se puede esperar del G-20 en relación al urgente logro de los ODM de la ONU?
En mi opinión más bien poco. Los llamados países emergentes -Brasil, Rusia, India, China (BRIC) y otros-, tendrán bastante con evitar una recaída de una parte de sus poblaciones en el pozo de la pobreza y el hambre y en cuanto a los países enriquecidos del antiguo G-7 usarán la crisis como motivo-pretexto para no aumentar la ayuda oficial al desarrollo.
Prueba de lo que digo es la reciente Declaración final del G-20 tras la cumbre de Pittsburgh, donde si bien el párrafo 37 de las Conclusiones del documento menciona los ODM, no avanza ninguna propuesta concreta para hacer viable el logro de esos objetivos.
En fin, parece evidente que hoy en el contexto de la crisis, que puede prolongarse varios años, la solución de los problemas de la pobreza, el hambre, etcétera, a los que tratan de dar respuesta los ODM, no puede desligarse de la realidad global de la situación. Por eso el marco apropiado para afrontar la crisis y tratar de cumplir los ODM no es el de las 20 economías del G-20, sino el de las 192 economías del G-192, la Asamblea General de las Naciones Unidas. En ella, que alumbró la idea y el compromiso de los ODM, a pesar del boicot y la presión política ejercida por los países más enriquecidos y poderosos, tuvo lugar en junio de este año, la ” Conferencia sobre la crisis financiera y económica y su impacto sobre el desarrollo”. Su Documento final alude nada menos que en nueve ocasiones a los ODM -párrafos 3, 4 (dos veces),10, 11, 18, 21, 23 y 28-. En este último, además, les recuerda a muchos países desarrollados el compromiso asumido de destinar al menos el 0,5% del PNB en 2010 y el 0,7% del PNB en 2015 en concepto de asistencia oficial al desarrollo de los países en desarrollo y concretamente entre el 0,15% y el 0,20% al desarrollo de los países menos adelantados.
Sólo ese marco ofrece pues alguna esperanza de que los estados del mundo alcancen una asociación global capaz de poner fin al espectáculo intolerable de la pobreza y el hambre de tantos y tantos millones de personas en el planeta.
Por su parte a la sociedad civil mundial que en todos los países organizada en redes de asociaciones, ONG’s, etcétera, lucha por un mundo más justo, le queda el recurso de seguir movilizándose y presionando con propuestas acerca del 0,7% y más del PNB, la anulación de la deuda eterna de los países más empobrecidos,el establecimiento de impuestos solidarios mundiales, tipo tasa Tobin y la supresión de los paraísos fiscales, como medios para financiar y resolver los problemas de pobreza, hambre, enseñanza, sanidad, etcétera, comprometidos por la ONU en la solemne Declaración del Milenio de septiembre de 2000.
Francisco Morote – ATTAC Canarias
No hay comentarios:
Publicar un comentario