Los escenarios
previsibles para el año que comienza son diversos y, por supuesto,
dependen del comportamiento de los principales actores
político-económicos (los gobiernos de Estados Unidos, Alemania y China) y
de las resistencias sociales a la insaciable voracidad del gran capital
que, no contento con intentar recuperar los niveles máximos para su
tasa de ganancia, quiere además continuar a fondo su ofensiva contra
todas las conquistas sociales, culturales y políticas arrancadas al
capitalismo en la última posguerra por temor al socialismo en Occidente y
el ímpetu de la revolución colonial en el resto del mundo.
Debilitados al extremo y anulados o integrados los sindicatos,
precarizado el trabajo, reducidos los salarios reales aprovechando la
explotación salvaje de los campesinos transformados en obreros en China,
Vietnam, Malasia, Myanmar, Tailandia, Indonesia y Filipinas, sometidos a
la explotación capitalista depredadora de la agricultura y los bienes
comunes (agua, bosques, territorio, ambiente), anuladas las leyes
protectoras de los trabajadores, esa guerra contra éstos y ese saqueo de
todos los pueblos en todos los continentes aún le parecen poco a
quienes dirigen este planeta-Titanic hacia una segura catástrofe.
Para el capital, las ganancias, por grandes que sean, siempre son
pocas y los salarios miserables siempre son demasiado altos. El único
límite a la explotación –cuya tasa siempre es el resultado concreto de
un nivel de luchas sociales en un periodo dado– es la resistencia
organizada de los trabajadores y su lucha por objetivos civilizatorios.
Precisamente es lo que falta, porque la gran conflictividad fabril
victoriosa que sacude China es desorganizada y por objetivos puntuales,
no generales, y mucho menos antisistémicos, y la lucha de los
trabajadores europeos –con la excepción de los griegos– es puramente
defensiva y se limita a dar expresión a una protesta general, pero no
organiza una alternativa. Por eso es probable que 2013, con algunas
variantes un poco más favorables, en particular en los llamados países
emergentes, reproduzca más o menos el curso de 2012.
En efecto, las inversiones en Estados Unidos no aumentan y las
inversiones de las trasnacionales estadunidenses y de otros países en
China comienzan a buscar mano de obra más barata en Vietnam o en
Tailandia. Las expectativas de consumo de los hogares estadunidenses
–principal motor del crecimiento de EU– no se recuperan. Salvo Alemania
(y pequeñas economías, como la polaca o la austriaca), la Unión Europea
vive un panorama sombrío marcado por una creciente desocupación y el
estancamiento productivo y del consumo. Los brutales cambios climáticos,
producidos por la negativa de los grandes capitalistas a reducir sus
emisiones de gases industriales y a considerar en los costos la
preservación del ambiente, provocan costosos desastres en la propia
Rusia, Europa occidental y Estados Unidos, o sea, en los países
industrializados causantes de la crisis ambiental.
En China, miles de huelgas de uno o dos días organizadas por comités de fábrica ad hoc
al margen y por sobre los sindicatos oficiales y el Partido Comunista,
logran continuos aumentos de salarios (en promedio, de 10 por ciento) y
reivindicaciones inmediatas. El resultado es un encarecimiento de la
mano de obra en las regiones costeras y el traslado de muchas empresas
de Hong Kong, de Taiwán y de Japón hacia el interior, donde los salarios
son 50 por ciento menores, pero donde los obreros vivirán junto a sus
pueblos y sus familias y no como ahora, en calidad de emigrantes sin
ningún derecho en ciudades hostiles.
De modo que la perspectiva es que la mano de obra china deje de ser
barata y comience a autorganizarse, como sucedió en Japón o en Corea del
Sur en la primera década de la postguerra. El 18 Congreso del Partido
Comunista chino, que eligió a Xi Jinping como secretario general, llegó a
un acuerdo entre la tendencia al desarrollo del mercado interno con
cierta democratización y la que se orientaba hacia el mercado externo,
manteniendo el actual statu quo. Ahora bien, si la inmensa
población campesina del interior chino entrase en un proceso de cambio,
las consecuencias no serían sólo económicas.
Otro escenario, que depende de lo que pase en los próximos meses en
China y en Estados Unidos, es el de la carrera hacia lo desconocido por
parte de Obama y el establishment militar-financiero. La
derrota en Irak y en Afganistán, y el rearme naval y militar chino, con
ayuda rusa, así como el belicismo del grupo nazi-sionista
Netanyahu-Liebermann, que prepara la anexión total de los territorios
palestinos y la guerra contra Irán, son factores que empujan a la
aventura a un sector del establishment estadunidense. Este
acaba de hacer compras récord de nuevo material bélico y tiene
conciencia de que la actual superioridad militar aplastante de Estados
Unidos tiene una base política interna endeble y, además, podría ser
desafiada en el futuro por la acción de China y Rusia, que son potencias
nucleares con desarrollo científico importante. La sustitución de
Hillary Clinton por John Kerry sería, en este sentido, un intento del
presidente Barack Obama de tener las manos más libres frente a los halcones más desenfrenados.
Si el primer escenario –el de la continuación del ajuste capitalista,
que anula antes que nada la voluntad de los electores– reduce
gravemente los márgenes de la democracia, porque requiere leyes
privatizadoras, la eliminación de la legislación social y laboral
favorable a los trabajadores, la elaboración de leyes represivas y
antilaborales, y no abre una salida, el segundo escenario es
directamente el de la barbarie. Porque en una guerra forzosamente
mundial no habrá distinción entre ejércitos y población civil, ni entre
países beligerantes y neutrales y todos, sin excepción, sufriremos los
efectos del conflicto más brutal y sanguinario de toda la historia
humana.
Guillermo Almeyra
La Jornada
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