Venezuela ya es miembro de Mercosur, y esto supone un cambio
significativo en el nuevo orden geoeconómico mundial. Mercosur es la
quinta economía del mundo en términos de PIB, detrás de Estados Unidos,
China, India y Japón, y delante de la mismísima Alemania.
Se constituye así otro polo más en este mundo cada vez más
policéntrico. Mercosur, con la entrada de Venezuela, cuenta con todo lo
necesario para consolidarse como otra centralidad en el tablero
internacional: mucho petróleo, otras energías, alimentos, mercado
interno, creciente poder adquisitivo, y un aceptable desarrollo
industrial. Además, goza de un territorio sin conflicto bélico, con
importante solidez democrática, y con reglas políticas claras. Esta
nueva reconfiguración regional tiene importantes efectos hacia dentro y
hacia fuera.
En primer lugar, hacia dentro, los tres grandes países de Sudamérica
se asocian en clave comercial generando así una potencial dinámica de
intercambio comercial, de complementariedad productiva, de integración
financiera y de flujos monetarios sin dólar. Este Mercosur es sólo un
adelanto del Mercosur que se avecina con la llegada de dos países
pequeños pero no menos importantes en términos políticos, económicos,
energéticos y geoestratégicos: Bolivia y Ecuador. Si Paraguay vuelve a
la democracia, será el siguiente.
De esta manera, Sudamérica, en el marco amplio de la Unasur, y
después de la desintegración de facto de la CAN, queda partida en dos
bloques ciertamente antagónicos en cuanto a las relaciones con el
exterior, y en propuestas de patrón económico y régimen de acumulación.
En un lado, estaría Mercosur, y en el otro lado, algo más arrinconada
por la pérdida de preferencias arancelarias en el creciente comercio
intra-regional, está la alianza del pacífico (Chile, Perú, Colombia y
México). Este grupo de países prefiere seguir subordinado al Norte (sea
EU o EE.UU.) perpetuándose en una economía de base más estrecha y
sufriendo las consecuencias del intercambio desigual.
En segundo lugar, hacia fuera, Mercosur avanza a toda prisa para
posicionarse como gran polo económico y político, que se reubica más
soberana y estratégicamente en el mundo, que modifica las relaciones de
poder con el norte, y que teje alianzas en otras condiciones más justas
con las economías emergidas.
La relación con los BRICS es fluida, porque no sólo Brasil forma
parte de esa alianza, sino que Argentina está invitada oficialmente a la
próxima reunión del 22 de septiembre de 2012 donde se acordarán las
bases de la creación del Banco de los BRICS. Esta relación
Mercosur-BRICS es fundamental por la importancia de estos en la esfera
mundial; el propio FMI reconoce que al concluir 2012, los BRICS
aportarán el 56% del crecimiento de la economía mundial, mientras que el
G7 será responsable solamente del 9%. Mercosur además es la culminación
máxima del grito de rechazo al ALCA y a la política económica de los
Estados Unidos para con el continente.
Todo no será color de rosa; Mercosur tendrá dificultades y desafíos.
Está conformado por tres gigantes y un país pequeño, con proyectos
fuertemente nacionales, y la integración supondrá una suerte de
juego-acuerdos en diferentes ámbitos que beneficien a todos sin grandes
desequilibrios. Si llegan Ecuador, Bolivia y regresa Paraguay, habrá una
gran diferencia entre los países grandes y los pequeños, y el reto es
evitar una división “a lo europeo” del trabajo donde se concentre el
valor añadido en algunas economías menoscabando al resto.
Otro desafío es construir una integración superadora de la dimensión
exclusivamente comercial, ocupándose así de relaciones económicas con
contenido social y humano, ecológico, productivo, financiero, monetario y
tributario. Las propuestas de política económica emancipadoras de estos
países se debaten en una doble dialéctica: una, entre las urgencias
coyunturales y transformaciones estructurales, y otra, entre la justicia
social y la ambiental. En el próximo Mercosur, son múltiples y variadas
las propuestas económicas de desarrollo.
Todas siguen en proceso, en disputa, en transición. Unos abogan por
un desarrollismo posneoliberal redistributivo, otros por un
neodesarrollismo distribuidor, e incluso, existen tímidos planteamientos
posdesarrollistas. El objetivo está en conciliar todos estos proyectos
nacionales-populares, por la vía de una integración justa y
enriquecedora a pesar de las diferencias, o quizás, esperemos que no,
por la imposición de un único modelo mercosuriano de desarrollo impuesto
por los más grandes y poderosos.
Alfredo Serrano Mancilla
*Doctor en Economía, Coordinador América Latina Fundación CEPS
El Telégrafo
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