Ya es una burla. El grandilocuente compromiso de la cumbre de Roma de reducir a la mitad, en 2015, el número de personas que pasan hambre en el mundo no está acompañado de fondos, ni de mecanismos, ni de controles. Es decir, no se cumplirá.
En el último año de crisis global ha aumentado en 170 millones el número de víctimas de la hambruna, sin que las ocho grandes potencias económicas fueran capaces de cumplir su promesa de aportar, para combatirla, una minúscula fracción de lo que han entregado urgentemente a la banca. Se ve que la muerte de un niño cada seis segundos por desnutrición no les parece tan urgente.
Ahora nos dicen que rebajarán la descomunal cifra de famélicos en 500 millones, y en sólo seis años, al tiempo que se niegan a desembolsar entre todos una cantidad inferior a la que estafó Bernard Madoff; un dinero que la FAO está pidiendo para los campesinos pobres del planeta, que suman un tercio de todos los habitantes de la Tierra. Si esos agricultores –castigados por el cambio climático– no reciben ayuda inmediata, serán incapaces de alimentar a miles de millones de personas. Pero tampoco eso es urgente para los miembros del G-8.El Programa Mundial de Alimentos ha tenido que pedir donativos individuales por primera vez en su historia, ante la falta de aportaciones de los países ricos. Intenta hacer frente a una docena de emergencias en las que está en juego la vida de millones de personas, pero sólo ha recibido la mitad de lo que necesita. Es decir, le falta una décima parte de lo que Wall Street va a repartir sólo en bonus a final de año, para celebrar los extraordinarios resultados obtenidos por la banca financiera gracias al dinero público.
Los que se están muriendo de hambre pueden esperar.
Carlos Enrique Bayo. Público
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