Las reflexiones del momento no han dejado hueco, por lo pronto, para una discusión vital: la que se pregunta por lo que fueron, al cabo, los sistemas de tipo soviético. Aún hoy son muchos los que viven de una doble ilusión óptica: por un lado, la que nace de la certeza de que esos sistemas eran realmente comunistas y, por el otro, la que da por descontado que con el hundimiento de la URSS el comunismo desapareció irremediablemente de la faz de la Tierra. Si lo primero es más que discutible –los sistemas de tipo soviético en modo alguno consiguieron trascender el universo histórico y social del capitalismo–, lo segundo se revela poco creíble en un planeta en el que, 20 años después, muchas de las ideas que el orden liberal creyó arrinconar para siempre reaparecen, bien es cierto que a menudo en orgullosa contestación de lo que fueron los regímenes del socialismo irreal.
En paralelo, sobran las razones para recelar del buen sentido de algunos de los pronósticos que se formularon en la estela de los hechos de 1989. El más sonado fue, claro, el que se refería a un eventual final de la historia de la mano de la incontestada entronización del orden liberal. Momento es este de reflexionar sobre la formidable aceleración de los ritmos que permite que hoy, sólo 20 años después, todas las certezas de entonces se hayan desvanecido. Con la globalización y el propio capitalismo en entredicho, el vértigo de los tiempos nos asalta e invita a abandonar cualquier certidumbre en lo que hace al rigor de las grandes tesis que nos han acompañado en los últimos cuatro lustros.
La efemérides de 1989 debería servir, por encima de todo, para acometer una reflexión sobre el singularísimo momento histórico en que nos encontramos. Aunque es verdad que, a diferencia de lo ocurrido 20 años atrás, el sistema hoy en crisis, el capitalismo, se beneficia de la ausencia, más allá de respetabilísimas elaboraciones teóricas, de fórmulas alternativas que den réplica a la triste realidad que arrastramos, su crisis despunta por doquier. Al margen de su incapacidad para acabar con la pobreza, la exclusión y la injusticia, cada vez se hace más evidente su vocación de agudizar los problemas medioambientales y de recursos que acosan al planeta.
Más allá de lo anterior, con todo, dos datos permiten tomar el pulso a la condición contemporánea del capitalismo. El primero nos recuerda que, al calor de un proceso globalizador que ha apostado con claridad por la gestación de un paraíso fiscal de escala planetaria, en abierta ignorancia de cualquier razón de cariz humano, social o ecológico, se ha perfilado un caos de escala planetaria que ha escapado visiblemente del control y de los intereses de quienes pusieron en marcha el proceso correspondiente. El segundo subraya lo que por momentos se antoja evidente: la llamativa incapacidad del capitalismo de estas horas para dar satisfacción de sus propios objetivos.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política
Fuente: Público
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