La relativa estabilidad
del presente es una referencia inútil para prever el futuro.
Desgraciadamente la tendencia natural es proyectar hacia el futuro
incierto los datos conocidos y usarlos como una guía para tratar de
predecir el curso de los acontecimientos. No es un procedimiento
certero, pero parece que los humanos así sienten que pueden enfrentar la
angustia de la incertidumbre.
La economía mundial atraviesa una fase de relativa tranquilidad.
Lejos parecen los días de 2009 cuando el colapso terminal parecía
inminente. Entre las señales positivas que se mencionan con insistencia
en los medios se encuentra la relativa estabilidad en los mercados
financieros y hasta la evolución de los precios de bienes raíces en
Estados Unidos. Un análisis más detallado revela que la calma relativa
no proviene de una recuperación sostenible y que han aparecido nuevas
amenazas en el horizonte.
Casi todas las principales economías del planeta (la excepción es
Japón) han escogido una estrategia anticrisis basada en la expansión de
la oferta monetaria en lugar de recurrir a mayores déficit fiscales. La
efectividad de esta opción estratégica deja mucho que desear.
En Estados Unidos los salarios siguen sin restablecer su poder
adquisitivo. El crecimiento sigue siendo mediocre y el desempleo real se
mantiene en niveles inaceptables. La política monetaria es la única que
se mantiene en una postura expansiva. Pero al interior de la Reserva
federal existe un intenso debate sobre este tema. Por un lado están los
que piensan que la inyección de liquidez debe cesar porque es necesario
controlar las presiones inflacionarias. Frente a esa posición se
encuentran los que sostienen que la flexibilización debe mantenerse
porque la recuperación es frágil.
En Europa las medidas de austeridad han tenido un efecto depresivo. Y
si los saldos negativos en las cuentas externas de algunos países se
han comenzado a reducir, eso no se debe a una recuperación sana del
sector externo, sino a que en la contracción las importaciones se han
reducido de manera drástica. Por otra parte, la política de austeridad
no ha permitido mejorar la relación deuda/PIB. La política del Banco
Central Europeo permitió mantener cierta estabilidad en los mercados
financieros, pero no ha resuelto ninguno de los problemas que dieron
lugar a la rápida transmisión de la crisis. Aunque existe presión en
varios frentes para reorientar la política macroeconómica hacia el
crecimiento, no es claro cuándo se podría aplicar este viraje.
En China las perspectivas de una recuperación no son nada buenas y
entre más información sale a la luz más claro queda que esa economía
enfrenta serios desafíos, por no decir peligros. China también recurrió
al crédito bancario para financiar el crecimiento y mitigar los efectos
de la crisis. El sistema de comando centralizado le permitió dirigir el
crédito de manera precisa a proyectos que fueron considerados
prioritarios. Los más favorecidos están en el sector de la construcción
por su impacto en la tasa de crecimiento general. Los bancos no debían
frenar estas inversiones, así que las garantías de los créditos fueron
relegadas a un lugar secundario. Los promotores (constructoras del
sector privado y público) son los grandes ganadores, pero la
vulnerabilidad de los bancos aumentó. Así surgieron ciudades enteras que
están deshabitadas porque nadie puede adquirir los cientos de miles de
departamentos vacíos que adornan sus bulevares desiertos. La otra cara
de la moneda es una cartera vencida de magnitudes astronómicas y un
futuro incierto en el que la tasa de crecimiento será menor, con todo lo
que eso implica para algunos países ‘emergentes’.
Japón es el único país que ha desplegado una política
macroeconómica en la que la expansión fiscal es importante. El enfoque
adoptado tiene la ventaja de coordinar los dos pilares de la política
macroeconómica alrededor de un objetivo común. Seguirá manteniendo una
postura de política monetaria para revertir el proceso deflacionario (la
meta es alcanzar una tasa de inflación de 2 por ciento) y reducir así
la tasa real de interés. Un efecto será la depreciación del yen, lo que
promete alimentar la guerra de divisas (y es la respuesta a la
depreciación del dólar inducida por la Reserva federal). Sin embargo, no
es claro que la política fiscal permita recuperar los días de alto
crecimiento. En la década de los años 90 el déficit fiscal creció
enormemente y sin embargo la economía se mantuvo estancada.
Muchos insisten en que lo peor de la crisis ya pasó. Quizás es mejor
decir que estamos en un momento de calma antes de la tormenta. Muchos
factores que desataron la crisis ya agotaron su energía, como un huracán
que se extingue a fuerza de derrochar su bravura. Pero la crisis no ha
desaparecido y hoy han surgido nuevos problemas que anuncian mayores
peligros en el futuro. Los economistas del sistema no pueden verlos,
como tampoco pudieron ver venir la crisis actual. Los marineros que sólo
tienen instrumentos meteorológicos para el buen tiempo son incapaces de
prever las tormentas.
Alejandro Nadal
La Jornada
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