domingo, 21 de abril de 2013

¿ El final del camino para las fábricas deslocalizadas ?

Desde que existe una economía-mundo capitalista, un mecanismo esencial de su funcionamiento exitoso ha sido la fábrica deslocalizada. Tras un periodo significativo de acumulación de capital por las llamadas industrias líderes (por lo común 25 años), el nivel de ganancias termina bajando, debido a que el cuasi monopolio de la industria líder se debilitó y a que aumentaron los costos de la mano de obra a consecuencia de acciones sindicales de algún tipo.
 
Cuando esto ocurría, la solución era que la fábrica se deslocalizara. Esto significa que el sitio de la producción se transfería a otra parte del sistema-mundo que tuviera niveles de salario históricamente más bajos. En efecto, los capitalistas que controlaban las industrias líderes intercambiaban costos de transacción mayores por los menores costos de la mano de obra. Esto mantenía un ingreso significativo para ellos, pese a ser menor que en el periodo previo, cuando todavía mantenían el cuasi monopolio.

Los costos de la mano de obra eran menores en la nueva locación, porque la fábrica deslocalizada reclutaba mano de obra de las áreas rurales que antes estuvieron menos involucradas en la economía de mercado. Para estos trabajadores rurales la oportunidad de trabajar en estas fábricas deslocalizadas representaba un aumento en su ingreso real, mientras los dueños de la fábrica deslocalizada le pagaban a estos trabajadores menos que a aquellos que habían trabajado en la locación previa. Esto es lo que se conoce como una solución donde ambas partes ganan.

El problema con esta solución, aparentemente maravillosa, ha sido siempre que no es duradera. Tras otros 25 años, aproximadamente, los obreros en la nueva locación comenzaban a emprender acciones sindicales y el costo de su mano de obra comenzaba a subir. Cuando subía lo suficiente, los dueños de la fábrica deslocalizada tenían una opción real única –volver a dislocarse. Entre tanto, se iban construyendo nuevas industrias líderes en las zonas de riqueza acumulada. Así, siempre ha habido un constante movimiento de la locación de las industrias de todas clases: ¡cuasi monopolios tras cuasi monopolios!, ¡fábricas deslocalizadas tras fábricas deslocalizadas!

Esto ha sido una maravilla del ajuste capitalista a un largo proceso de cambio constante de circunstancias. Sin embargo, este maravilloso sistema ha dependido de un elemento estructural: la posibilidad de hallar nuevas áreas vírgenes para relocalizar las fábricas deslocalizadas. Por áreas vírgenes quiero decir zonas rurales que han estado relativamente poco involucradas en la economía-mundo.

Sin embargo, durante los últimos 500 años hemos venido acabándonos tales áreas. Esto puede medirse de manera muy simple en la desruralización de las poblaciones mundiales. Hoy, dichas áreas rurales se han reducido a una minoría de la superficie del mundo y parece probable que para 2050 sean una muy pequeña minoría.

Para entender las consecuencias de esa desruralización masiva necesitamos referirnos a un artículo del New York Times del 9 de abril. Se intitula Hola, Camboya. El artículo describe el vuelo a Camboya de fábricas que están abandonando China debido al aumento de los niveles salariales en China, un previo receptor de tales fábricas deslocalizadas. Sin embargo, continúa el artículo, las compañías multinacionales se están encontrando que pueden correr de los crecientes salarios de China, pero no pueden esconderse de verdad.

El problema para las multinacionales es que la increíble expansión de las comunicaciones ha ocasionado el fin de esta situación donde ambas partes ganan. Los obreros en Camboya han comenzado las acciones sindicales después de unos cuantos años, no tras 25 años. Hay huelgas y presiones en pos de salarios más altos y beneficios mayores, y los están consiguiendo. Esto, por supuesto, reduce el valor de que las multinacionales se muden a Camboya, Myanmar, Vietnam o Filipinas. Ahora resulta que los ahorros por mudarse de China no son para nada tan grandes.

El artículo del New York Times apunta que algunas fábricas se han movido de todas formas, por la petición de los compradores de Occidente que temen depender de un solo país. La conclusión de un consultor de manufactura es que hay riesgos en mudarse a Camboya, pero también hay un riesgo en quedarse en China. En cualquier caso, ¿hay algún lugar a dónde mudar una fábrica deslocalizada? ¿O es Camboya el final de la línea?

El fondo del asunto es que la combinación de una desruralización ya de por sí enorme y que continúa creciendo, junto con la rapidez con que pueden aprender los obreros que sus salarios son relativamente bajos y por tanto pueden emprender acciones sindicales, ha tenido por resultado un aumento continuo en los niveles de la paga de los obreros menos calificados y como tal una presión negativa mundial de las posibilidades de acumular capital. Éstas no son buenas noticias para las grandes multinacionales.

Todo esto es un elemento en lo que se ha vuelto la crisis estructural del moderno sistema-mundo capitalista. Estamos experimentando una combinación de presiones siempre crecientes en pos de austeridad para 99 por ciento con un sistema capitalista que ya no es rentable para los capitalistas. Esta combinación significa que el capitalismo como sistema-mundo está de salida.

Ambos lados buscan alternativas –pero es obvio que no son las mismas. Enfrentamos colectivamente una elección en las décadas venideras. Una posibilidad es un nuevo sistema, no capitalista, que replique (y tal vez empeore) los tres rasgos esenciales del capitalismo: las jerarquías, la explotación y la polarización. La otra posibilidad es un nuevo sistema que sea relativamente democrático y relativamente igualitario. Este último sistema, debemos subrayar, nunca ha existido en la historia del mundo. Pero es posible.

En cualquier caso, Camboya no es el futuro del sistema-mundo moderno. Más bien representa los últimos vestigios de un mecanismo que ya no ejecuta su tarea de salvar el capitalismo.

Immanuel Wallerstein
La Jornada

martes, 16 de abril de 2013

El Foro Social Mundial sigue respondiendo a sus retos

El Foro Social Mundial (FSM) terminó apenas su reunión ahora bianual, que esta vez se llevó a cabo en Túnez. En gran medida, la prensa dominante mundial la ignoró. Asistieron muchos escépticos que expresaron que se ya se volvió irrelevante, algo que ha ocurrido en cada una de las reuniones desde el segundo Foro Social Mundial en 2002. Estuvo desgarrado por los debates acerca de la estructura misma del FSM. Y le dieron contenido los debates acerca de la correcta estrategia política de la izquierda mundial. Y pese a esto, fue un enorme éxito.
 
Una forma de medir su éxito es recordar lo que ocurrió el último día del previo FSM en Dakar, en 2011. Ese día, Hosni Mubarak fue forzado a abandonar la presidencia de Egipto. Todos en el FSM aplaudieron. Pero muchos dijeron que este mero acto prueba la irrelevancia del WSF. ¿Acaso cualquiera de los revolucionarios en Túnez o Egipto se inspira en el FSM? ¿Han escuchado siquiera del FSM?

No obstante, dos años después, el FSM se reunió en Túnez, invitado por los mismos grupos que lanzaron la revolución en ese país, y que parecen haber pensado que celebrar el FSM ahí sería de gran ayuda en la lucha interna para mantener los logros de la revolución contra las fuerzas que, según ellos, buscaban domesticar la revolución para llevar al poder a una nueva gobernanza opresiva, antisecular.

El lema de largo plazo del FSM ha sido otro mundo es posible. Los tunecinos insistieron en añadirle uno nuevo, desplegado con igual prominencia en la reunión. El lema era Dignidad, en el gafete de cada quien, en siete idiomas. En muchas formas, este lema adicional enfatiza el elemento esencial que reúne a los organizaciones e individuos presentes en el Foro: la búsqueda de una verdadera igualdad, que respete y realce la dignidad de cada quién en todas partes.

Esto no significa que hubo un acuerdo total en el Foro. ¡Lejos de eso! Una forma de analizar las diferencias es verlas como un reflejo que contrasta los énfasis en la esperanza y los énfasis en el miedo. Según sus constitución, el Foro ha sido siempre una arena grande e incluyente de participantes que van de la extrema izquierda a la centro-izquierda. Para algunos ésta ha sido su fuerza, lo que permite una educación mutua de las varias tendencias y de las varias zonas de preocupación primordial, una educación mutua que conduciría a mediano plazo a una acción conjunta para transformar nuestro sistema capitalista existente. Para otros esto parece un camino hacia la cooptación por parte de aquellos que solamente quieren paliar las desigualdades existentes sin hacer ningún cambio fundamental. La esperanza versus el miedo.

Otra fuente de discusión constante ha sido el papel de los partidos políticos de izquierda en el proceso de transformación. Para algunos, no pueden hacerse cambios significativos ni a corto ni a mediano plazo sin los partidos de izquierda en el poder. Una vez en el poder, esta gente siente que es esencial mantenerlos en el poder. Otros se resisten a la idea. Sienten que, aun si uno ayudara a tales partidos a llegar al poder, los movimientos sociales deberían mantenerse fuera, como controles críticos de estos partidos, cuya práctica real se quedará corta, casi ciertamente, respecto de sus promesas. De nuevo, la esperanza versus el miedo.
Otra fuente de división es la actitud que habría que asumir hacia los países que apenas emergen –los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica)– y otros. Para algunos, BRICS representa una fuerza contraria importante respecto del Norte clásico, Estados Unidos, Europa occidental y Japón. Para otros, hay la sospecha de que sea un nuevo grupo de potencias imperialistas. Hoy el papel de China en Asia, África y América Latina es particularmente controvertido. La esperanza versus el miedo.

El programa real de la izquierda mundial es otra fuente de debate interno. Para algunos, el FSM ha sido bueno en lo negativo –la oposición al imperialismo y el neoliberalismo–, pero tristemente sigue careciendo de alternativas específicas propositivas. Estas personas llaman a desarrollar objetivos programáticos concretos para la izquierda mundial. Pero para otros, el intento de hacer esto sólo serviría, primordialmente, para dividir y debilitar las fuerzas que se han reunido en el FSM. La esperanza versus el miedo.

Otro locus de debate constante es lo que se ha llamado la descolonización del FSM. Para algunos, desde el principio, el FSM ha estado demasiado en las manos del mundo paneuropeo, de hombres, personas mayores y otros definidas como procedentes de las poblaciones privilegiadas del mundo. Como organización, el FSM ha buscado extenderse más allá de su base inicial, ampliándose geográficamente, y buscando que sus estructuras reflejen más y más las demandas de la base. Éste ha sido un esfuerzo continuo y mirando uno tras otro los foros sucesivos, el FSM se ha vuelto, en este sentido, más y más incluyente. La presencia en Túnez de toda suerte de nuevas organizaciones –Ocupa, indignados, etcétera– es prueba de ello. Para otros, este objetivo está muy lejos de haberse alcanzado. Al punto de que hay quien duda de que haya la real intención de lograr este objetivo. La esperanza versus el miedo.

El FSM se fundó como un espacio de resistencia. Doce años después, se mantiene como el único sitio donde todos los lados de este debate se juntan y continúan la discusión. ¿Hay gente que ya se cansó de estos debates continuados? Sí, por supuesto. Pero siempre parece haber nuevas personas y nuevos grupos que llegan buscando participar y contribuir a la construcción de una izquierda mundial eficaz. El Foro Social Mundial sigue vivo y bien.

Immanuel Wallerstein
La Jornada
 

jueves, 11 de abril de 2013

Objetivos incumplidos del milenio

Es una singular casualidad que sea en España donde se celebre la reunión internacional para debatir sobre la lucha contra el hambre una vez que concluya el periodo para el que se fijaron los Objetivos del Milenio. Digo esto porque España es uno de los peores ejemplos que pueden ponerse hoy día en cuanto a ayuda al desarrollo y, por tanto, de lucha contra el hambre. A pesar del rimbombante discurso humanitario del que suelen hacer gala nuestros ministros y de las creencias religiosas que la mayoría de ellos proclaman con fervor, lo cierto es que el Gobierno español se desentiende por minutos de los compromisos de ayuda que habían contraído sus antecesores y está dejando en la estacada y sin financiación a cientos de proyectos de desarrollo. Sin ir más lejos, el dinero dedicado a ayuda al desarrollo ha descendido un 49% en los presupuestos de 2013. Así que, desgraciadamente, no parece que nuestro país tenga mucho que decir en una reunión de este tipo. Más bien tendrá que callar cuando se plantee renovar los esfuerzos e ir más allá de donde se ha llegado hasta ahora.

En cualquier caso, tampoco se puede decir que los demás países, y sobre todo de los más ricos, hayan sido mucho más generosos. La realidad es que, cuando llegue 2015, los objetivos previstos, a pesar de su modestia, no se habrán cumplido en la mayoría de los casos.

El Objetivo uno, erradicar la pobreza extrema y el hambre, no se alcanzará en África Subsahariana, América Latina y el Caribe ni en parte de Europa y Asia Central. Es más, el número de personas con hambre en África Subsahariana y Asia meridional ha aumentado y la FAO estima que al paso que vamos este objetivo no se alcanzaría sino en 2150.

El Objetivo dos, que todos los niños y niñas puedan terminar un ciclo completo de enseñanza primaria en 2015, tampoco se va a alcanzar en más de 80 países.

El tercer Objetivo del Milenio, eliminar en 2005 las desigualdades de género en la enseñanza primaria y secundaria no se consiguió, y en más de 90 países la desigualdad persiste en todos los niveles educativos.

El Objetivo cuatro, reducir en dos terceras partes la tasa de mortalidad infantil de los niños menores de cinco años para 2015 solo se cumpliría en 2045 de seguir la tendencia actual. Según UNICEF, 91 países están muy rezagados y es muy difícil que lo cumplan.

Tampoco se cumplirá el Objetivo cinco, reducir la tasa de mortalidad materna en tres cuartas partes, pues cada año siguen muriendo 500.000 mujeres durante el embarazo o el parto. Un riesgo que afecta a una de cada 3.800 mujeres en los países ricos, mientras que en África le afecta a una de cada 16. Según la Organización mundial de la Salud entre 1990 y 2010 el número de muertes maternas por 100.000 nacidos vivos solo ha disminuido en un 3,1% al año, cifra que está lejos de la reducción del 5,5% anual necesaria para alcanzar el Objetivo.

El Objetivo seis, combatir el VIH/Sida, el paludismo y otras enfermedades y reducir su propagación para 2015, tampoco se cumplirá muy posiblemente, puesto que las zonas más afectadas, como el África Subsahariana, apenas si han recibido un 40% de los fondos prometidos contra el Sida, cuya prevalencia ha aumentado en casi todas las regiones del mundo, y poco más del 10% de las personas con VIH recibe tratamiento.

El Objetivo 7, incorporar principios de desarrollo sostenible en las políticas nacionales y reducir a la mitad en 2015 el número de personas que no acceden al agua potable o saneamiento básico, quizá esté más lejos que nunca, al menos si se tiene en cuenta el número de muertes, de guerras o de actos violentos de todo tipo que conlleva su uso, que casi 2.200 millones de personas carecen de servicios mejorados de saneamiento y que más de 600 no tienen acceso a fuentes de agua limpia.

El último objetivo, desarrollar un sistema comercial y financiero abierto y basado en normas no discriminatorias, es también evidente que no se ha cumplido. La ayuda oficial al desarrollo ha disminuido casi en un 25% en los últimos 15 años, sigue siendo tres veces menor a los reembolsos por deuda que los países pobres pagan a los ricos, y éstos (principalmente Estados Unidos, Unión Europea y Japón) siguen manteniendo grandes barreras arancelarias, al mismo tiempo que impiden que los pobres se defiendan de su agresión comercial.

En suma, en el mundo siguen habiendo más de 1.000 millones de seres humanos en situación de extrema pobreza, prácticamente cada segundo muere una mujer en el mundo al quedar embarazada o dar a luz sin cuidados suficientes, unos 850 millones pasan hambre y cada día mueren, en las estimaciones más bajas, unas 40.000 personas por falta de comida, agua o de atención sanitaria.

En África la situación es mucho peor. En 1990 había 175 millones de personas desnutridas (un 27,3% de la población) y en 2012, 239 millones (un 22,9%). Casi una de cada cuatro personas pasa hambre durante largos períodos de tiempo y 2,3 millones de niños y niñas mueren cada año (4,3 cada minuto) como consecuencia directa de la desnutrición.

Los organismos internacionales y los expertos de todo el mundo saben muy bien por qué sucede este drama y demuestran la falsedad del discurso oficial empeñado en convencernos de que su causa es la falta de recursos.

Nada más falso: solo con la riqueza de las 100 personas más ricas del mundo (241.000 millones de dólares en 2011) bastaría para acabar con la pobreza en cuatro años (Rajesh Makwana, Extreme Wealth vs Global Sharing). Y un estudio reciente ha propuesto diez medidas con las cuales se podrían obtener 2,8 billones de dólares para financiar la solución de los problemas que hacen sufrir innecesariamente a millones de personas y al propio planeta (Financing the global sharing economy. How to mobilise $2.8 trillion to prevent life-threatening deprivation, reverse austerity measures, and mitigate the human impacts of climate change o en su Resumen Ejecutivo).

La desigualdad gigantesca, la concentración inmoral de los recursos, es la primera y más directa causa del hambre y la pobreza: ¿cómo no los va a haber en un planeta en donde el 1,75% más ricos posee la misma riqueza que el 77% más pobre, según las últimas estimaciones de Branko Milanovic (Inequality: The Haves and Have-nots)?

Esa concentración se está manifestando especialmente hoy día en la adquisición de grandes extensiones de tierra para dedicarla a suministrar combustibles a los países ricos, destruyendo así la agricultura y la fuente alimentaria de millones de personas: se calcula que cada seis días se adquieren tierras en los países pobres con una superficie equivalente a la de Londres.

Otra fuente de pobreza es la evasión fiscal y el fraude generalizado, sobre todo, de las grandes fortunas y empresas multinacionales que se ocultan en los paraísos fiscales y, que podría generar pérdidas, según diversos informes, de entre 150.000 y 300.000 millones de dólares anuales a los países más pobres.

Por supuesto, también produce millones de seres hambrientos la especulación masiva sobre los precios de las materias primas alimentarias. Un reciente estudio de dos investigadores de la OCDE (“Quantification of the High Level Endogeneity and of Structural Regime Shifts in Commodity Markets”) muestra que estos precios varían en un 70% a causa de movimientos especulativos y solo en un 30% por efecto de su oferta y demanda real.

Y nos empobrece a todos, y literalmente mata de hambre a millones de personas el mal uso que hacemos de los recursos, creyéndonos que son ilimitados, que el medio natural es nuestro esclavo y que podemos utilizarlo para destrozarlo a nuestro antojo.

Cada muerte de un ser humano por falta de recursos, cuando los hay sobrados en muestro planeta, es un drama. Pero cuando eso le ocurre a millones de personas como consecuencia de un tipo de negocio obsesivo e insaciable, que solo enriquece a unos pocos con la complicidad de los Gobiernos y de organismos internacionales, deberíamos hablar de auténticos crímenes de lesa humanidad y perseguirlos como tales.

Juan Torres López
Sistema Digital

sábado, 6 de abril de 2013

Sin derecho a comer

Nos dicen que quieren acabar con el hambre en el mundo, que si no ha sido posible en el 2015 lo será más adelante. Ahora cuando caducan los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), sin por cierto haber conseguido nada, se inventan nuevos conceptos como la Agenda para el Desarrollo Post-2015 y nos dicen que esperemos y confiemos, que lo dejemos en sus manos, que ésta es la definitiva. Y la historia, o la mentira, se repite de nuevo.

Los Objetivos de Desarrollo del Milenio, impulsados por las Naciones Unidas en el año 2000, han acabado en papel mojado, como acabará, se lo garantizo, la Agenda para el Desarrollo Post-2015 o lo que siga. Porque poner fin al hambre no depende de declaraciones de buenas intenciones, ni de acuerdos signados, ni de firmes liderazgos en las altas esferas… depende única y exclusivamente de voluntad política. Y ésta no existe.

De dichos temas trata la Consulta de Alto Nivel de las Naciones Unidas sobre Hambre, Seguridad Alimentaria y Nutrición que se celebra hoy en Madrid, en el marco de una serie de diálogos internacionales promovidos por la ONU, y que reúne desde su secretario general, Ban Ki-moon, al presidente Mariano Rajoy, a la flor y nata de la ONU y a representantes del mundo empresarial, académico… Su objetivo: discutir sobre cómo enfrentar el hambre a partir del 2015, fecha en que concluyen los ODM. Aunque si gobiernos que nos han conducido a la presente situación de bancarrota tienen que liderar este proceso, mal vamos.

Los artífices de lo recortable, que han disparado las cifras del hambre acá y a escala internacional, poco, o más bien nada, tienen que aportar al respecto. En el Estado español, y según datos del Instituto Nacional de Estadística del 2010, se calcula que al menos un millón cien mil personas pasan hambre y no ingieren las calorías y proteínas mínimas necesarias. Una cifra que en el actual contexto de crisis económica, social, paro y precariedad seguro es mayor. Y no sólo esto. El Gobierno español, anfitrión de la Consulta de la ONU, es el mismo que ha aniquilado la Ayuda Oficial al Desarrollo, reduciendo su partida a la mínima expresión, situándola a niveles de 1990 y a la cola de la Unión Europea. Esta es la solidaridad del Gobierno con los países del Sur, cero.

Las Naciones Unidas nos dicen que para poner fin al hambre tenemos que confiar en el crecimiento. Lo señala en su informe El Estado de la Inseguridad Alimentaria en el Mundo 2012: “Los pobres deben participar en el proceso de crecimiento y sus beneficios. El crecimiento debe lograrse con la participación de los pobres y extenderse a estos”. Y añade: “El crecimiento agrícola es particularmente eficaz para reducir el hambre y la malnutrición”. Pero ahí no está el problema. No se trata de querer arrancar de nuevo la maquinaria del crecimiento económico como fórmula mágica. Lo que necesitamos es redistribución y justicia. Especialmente en las políticas agrícolas y alimentarias, donde toneladas de alimentos acaban diariamente en la basura, entretanto 870 millones de personas en todo el mundo pasan hambre. No más riqueza concentrada en pocas manos, sino más democracia.

La producción de alimentos desde los años 60 se ha multiplicado por tres, según indica la organización GRAIN, mientras que la población mundial, desde entonces, tan solo se ha duplicado. Hay una cantidad ingente de comida, mayor que en ningún otro período en la historia, pero si no tienes dinero para pagarla o acceso a la tierra, al agua, a las semillas… para producirla, no comes. No se trata de producir más alimentos, sino de repartir los que ya existen. Es todo el modelo agroalimentario, al servicio de unos pocos intereses privados, el que falla.

El hambre, señalan medios e instituciones internacionales, es fruto de fenómenos meteorológicos y conflictos bélicos. No sólo ni principalmente, añado. Las causas del hambre son políticas y tienen que ver con quienes controlan las políticas agrícolas y alimentarias, a quienes benefician, y en manos de quien están los medios de producción de alimentos. Sólo así se explica que países como Haití, que en los años 70 producía suficiente arroz para alimentar a su población, hoy sea uno de los países más afectados por el hambre. Desde los años 80 a la actualidad, las políticas de liberalización comercial, de invasión de sus mercados con productos subvencionados de multinacionales del Norte vendidos por debajo de su precio de coste, etc. han acabado con sus sistemas agrícolas, anulado su soberanía alimentaria y convertido el país en dependiente de la compra de comida a empresas extranjeras. No es el azar el que ha conducido a Haití, como tantos otros países, al hambre, sino la política.

En el contexto actual de crisis profunda del sistema, los bienes comunes se convierten en la nueva fuente de negocio del capital. Se intensifica el acaparamiento de tierras, la privatización del agua, la especulación con la comida. En otras palabras, lo que el geógrafo David Harvey llama la acumulación por desposesión. O como hacerse rico a costa de privatizar lo de la mayoría. Y dichos procesos no hacen sino aumentar las causas del hambre, dejando a muchos sin derecho a comer.

Esther Vivas
Público.es