Los países ricos han prometido reducir la pobreza, pero no han adoptado las medidas adecuadas
El mes pasado, 10 años después, los dirigentes del mundo volvieron a Nueva York para celebrar una cumbre de Naciones Unidas que aprobó un documento titulado Mantener la promesa, en el que se reafirmó el compromiso de alcanzar dichas metas de aquí a 2015. ¿Qué posibilidades tenemos de mantener las promesas?
Como ha señalado el filósofo de Yale Thomas Pogge, la tarea se ha vuelto más fácil reduciendo los objetivos. Como la población del mundo está aumentando, reducir a la mitad la proporción de personas que padecen hambre significa que no se reducirá su número a la mitad. Pero algo peor iba a venir. Cuando se reformuló la Declaración del Milenio, la base para el cálculo de la proporción que reducir a la mitad no se fijó en 2000, sino en 1990, lo que significaba que los avances ya logrados podían contribuir a la consecución del objetivo y este pasó a ser el de reducir a la mitad "la proporción de personas del mundo en desarrollo", lo que constituye una gran diferencia, porque la población del mundo en desarrollo está aumentando más rápidamente que la población del mundo en conjunto.
El efecto neto de todos esos cambios, según los cálculos de Pogge, es que, mientras que en 1996 los dirigentes mundiales prometieron que en 2015 podrían reducir el número de personas desnutridas a no más de 828 millones, ahora solo prometen reducir a 1.324 millones el de las que padecen pobreza extrema. Como la pobreza extrema es la causante de una tercera parte, aproximadamente, de todas las muertes humanas, esa diferencia significa que todos los años morirán unos seis millones de personas más por causas relacionadas con la pobreza que si se hubiera mantenido la promesa original hecha en Roma.
En cualquier caso, según un reciente informe de Banco Mundial / Fondo Monetario Internacional, no vamos camino de conseguir siquiera el objetivo mundial inferior de reducir a la mitad la proporción de personas hambrientas. El aumento de los precios de los alimentos el año pasado hizo que el número de personas que padecen hambre rebasara los 1.000 millones. Que así sea, mientras las naciones desarrolladas despilfarran toneladas de cereales y soja alimentando a animales y la obesidad alcanza proporciones epidémicas, socava nuestras afirmaciones sobre el valor igual de toda la vida humana.
El objetivo de reducir a la mitad la proporción de personas que padecen pobreza extrema está al alcance, pero principalmente por el progreso económico habido en China y la India. En África, un decenio de crecimiento económico alentador está reduciendo la proporción de la población que vive en la pobreza extrema, pero no con la suficiente rapidez para reducirla a la mitad de aquí a 2015.
Son mejores las noticias sobre la consecución de la paridad sexual en la educación. También tenemos grandes posibilidades de alcanzar el objetivo de reducir a la mitad la proporción de personas de los países en desarrollo que carecen de agua potable, pero lograrlo también en el caso del saneamiento ha resultado más difícil.
Sin embargo, respecto de los objetivos relativos a la salud ni siquiera nos acercamos. La mortalidad materna está disminuyendo, pero no con la suficiente rapidez. Más personas con sida están consiguiendo los antirretrovirales baratos y su esperanza de vida ha aumentado, pero el acceso universal sigue quedando lejos y la enfermedad se está extendiendo, aunque más lentamente. Se han logrado avances en la reducción del paludismo y del sarampión y la tasa de mortalidad infantil ha bajado, pero no se alcanzará el objetivo de su reducción en dos terceras partes.
Durante mucho tiempo, los países ricos han prometido reducir la pobreza, pero sus palabras no han ido acompañadas de las medidas adecuadas. Para lograr avances sostenibles en la reducción de la pobreza extrema, harán falta mejoras en la cantidad y la calidad de la ayuda. Solo unos pocos países -Dinamarca, Luxemburgo, Países Bajos, Noruega y Suecia- han alcanzado o superado el modesto objetivo del 0,7% del PIB para la ayuda extranjera al desarrollo, pero, sin una reforma del comercio y medidas contra el cambio climático, una ayuda mayor y mejor no bastará.
De momento, parece muy probable que, cuando llegue 2015, los dirigentes del mundo no habrán cumplido sus (atenuadas) promesas, por lo que serán responsables de permitir las muertes innecesarias, todos los años, de millones de personas.
Peter Singer es profesor de Bioética en la Universidad de Princeton. © Project Syndicate, 2010. Traducido por Carlos Manzano.
Fuente: El País
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