Desde que los
transgénicos fueron introducidos comercialmente en Estados Unidos en
1996 –al 2012 solamente 10 países tienen el 98 por ciento del área
global sembrada con transgénicos, una vasta mayoría de países no los
permiten– sus promotores afirman que los transgénicos aumentan la
producción. Pero sus afirmaciones no se cumplen y surgen todo el tiempo
nuevas evidencias que lo demuestran. Crece el descontento de
agricultores que pagan mucho más cara la semilla y no ven diferencia de
rendimiento. Además, para dolor de cabeza de las empresas, a partir de
2015 empiezan a vencer las patentes de varios transgénicos (como la soya
RR resistente a glifosato). Por todo ello, las trasnacionales –con
ayuda de ricachones como Bill Gates y Carlos Slim– están trazando nuevas
estrategias para no sólo mantener sus oligopolios, sino extender sus
mercados, llamándolo filantropía.
Un nuevo artículo publicado en la revista científica Nature Biotechnology
en febrero 2013, muestra que el maíz transgénico tiene casi siempre
menor productividad. Investigadores de la Universidad de Wisconsin
–(Guanming Shi, J. Chavas y J. Lauer), analizaron la productividad del
maíz en ese estado por varias décadas y pese a que es evidente su
simpatía por los transgénicos, concluyen que solamente dos eventos de
maíz manipulado genéticamente mostraron un leve aumento de
productividad, mientras que los demás maíces transgénicos produjeron
menos que los híbridos. Cuando se trata de varios caracteres
transgénicos combinados (por ejemplo maíz resistente a herbicida
combinado con maíz Bt insecticida), encuentran que siempre hay menor
productividad, lo que los autores atribuyen a una interacción negativa
de los transgenes, pese a que supuestamente
deberían sumar sus características. Para equilibrar las malas noticias, señalan que sin embargo, los transgénicos muestran
mayor estabilidad. O sea, producen menos, pero siempre igual. Eso sí es ventaja ¿verdad?
Más allá de la ironía, esa interacción inesperada demuestra que los
que construyen transgénicos no conocen realmente el espectro de
consecuencias de la manipulación genética, algo que los científicos
responsables han señalado repetidamente. La ingeniería genética es una
tecnologíacon tantos factores desconocidos, que ni se debería llamar tal, ni debería haber salido nunca del laboratorio.
Pero no es necesario que una tecnología sea buena para que llegue a
los mercados, alcanza con codiciosas empresas dispuestas a pagar lo
necesario en mercadeo, o en corrupción y/o estrategias para controlar
los mercados.
Un ejemplo de ello es que las mismas trasnacionales que controlan los
transgénicos, controlan el mercado de semillas híbridas con mejor
productividad, pero prefieren vender transgénicos porque están
patentados. Así, la contaminación es detectable y eso les permite mayor
dependencia del agricultor y un negocio adicional al demandar a los
contaminados, por
uso ilegalde sus genes patentados.
En Estados Unidos, Monsanto ha llevado a juicio a 410 agricultores y 56 pequeñas empresas agrícolas, según el informe Seed Giants vs. US farmers
(Center for Food Safety, 2013). Las cifras son mucho mayores en
acuerdos fuera de juicio, ya que al ganar Monsanto las demandas, ha
sembrado el terror entre los agricultores, que prefieren pagar por fuera
para ahorrar gastos de juicio. También DuPont-Pioneer ha establecido
una
policíagenética, para tomar muestras en campos de agricultores a quienes demandar.
Pero inexorablemente, las patentes de muchos cultivos transgénicos
vencerán en los próximos años, por lo que las empresas han diseñado
estrategias para evitar perder el control de los mercados e incluso
abrir nuevos, sobre todo en países del Sur y con campesinos de bajos
recursos. Un nuevo informe del Grupo ETC (Gene Giants and Philanthrogopoly –www.etcgroup.org) da cuenta de estas maniobras.
La primer estrategia de las empresas es dejar de vender los
transgénicos que tengan patentes con vencimiento cercano, colocando en
el mercado otros prácticamente iguales, pero con algún mínimo cambio
para hacer valer una nueva patente. Este es el caso de la soya RR2. Ya
tomando medidas de fondo, han anunciado un acuerdo entre la mayoría de
empresas que controlan el mercado transgénico, una especie de
poolde transgénicos, alegando que es para dar
certeza a los agricultoresde que los cultivos cuya patente esté por vencer, se podrán seguir plantando en los países cuyas leyes de bioseguridad requieren nueva aprobación después de una cierta cantidad de años. La afirmación es altamente cínica, porque de lo que se trata no es de certeza ni de bioseguridad, sino de legalizar un cártel de empresas para aumentar el férreo control del mercado.
En ese contexto hay que colocar las declaraciones de Bill Gates y
Carlos Slim, que junto al director del CIMMYT (Centro Internacional de
Mejoramiento de Maíz y Trigo) aseguraron recientemente que van a dar
transgénicos a los campesinos pobres, por los que no tendrían que pagar
la patente. Se trata de esos transgénicos cuya patente va a expirar y
que las empresas sacarán de los mercados –salvo que encuentren cómo
entrar a nuevos mercados. Es un caballo de Troya para invadir tierras
campesinas con transgénicos, intentando que dejen sus propias semillas y
se hagan dependientes de semillas corporativas. Aunque no den
resultado, porque los transgénicos y los híbridos no crecen en tierras
campesinas, irregulares, sin riego y sin agrotóxicos, estos paquetes
podrían provocar un daño considerable a los campesinos y a su capacidad
para alimentarse y seguir creando diversidad de semillas, especialmente
frente al cambio climático. No se trata de filantropía, se trata de
monopolios y voracidad corporativa.
Silvia Ribeiro. Investigadora del Grupo ETC
La Jornada