martes, 15 de marzo de 2011

Patología de la ganancia y el planeta desechable

Hace algunos años en Nueva Inglaterra, un grupo de ecologistas le preguntó a un ejecutivo cómo podía su empresa (una fábrica de papel) justificar el vertido de sus efluentes industriales crudos en un río cercano. El río, que le había tomado a la Madre Naturaleza siglos para crear era usado como fuente de agua potable, para pescar, para hacer canotaje y natación, en pocos años, la fábrica de papel lo había convertido en una cloaca a cielo abierto altamente tóxica.

El ejecutivo de la empresa se encogió de hombros y dijo que esa era la forma más rentable de eliminar los desechos de la fábrica. Si la empresa hubiera tenido que absorber el costo adicional de limpiar después de sí misma, no habría podido mantener su ventaja competitiva y hubiera quebrado o se habría mudado a un mercado laboral más barato, lo que habría resultado en la pérdida de puestos de trabajo para la economía local.

Mercado Libre, Über Alles

Era un argumento conocido: la empresa no tenía otra opción. Se vio obligada a actuar de esa manera en un mercado competitivo. La planta no estaba en el negocio de la protección del medio ambiente, sino en el negocio de generar utilidades, el mayor beneficio posible a la mayor tasa de rendimiento posible. Lo único que importa, como los líderes empresariales dejan claro cuando se les pregunta sobre el tema, son las ganancias. El objetivo principal de un negocio es la acumulación de capital.

Para justificar esta actitud especuladora, las corporaciones estadounidenses promueven el clásico laissez-faire, la teoría que afirma que el libre mercado -una congestión de empresas desreguladas y sin restricciones que persiguen sus propios intereses egoístamente- es gobernado por una "mano invisible" benigna que milagrosamente produce resultados óptimos para todos.

Los propulsores del libre mercado tienen una profunda fe en el laissez-faire, porque es una fe que les beneficia. Esto significa que no son supervisados por el gobierno, ni tienen que rendir cuentas por los desastres ambientales que causan. Como ávido niños mimados, que en repetidas ocasiones han sido rescatados por el gobierno (¡que tal libre mercado!) para que puedan seguir asumiendo riesgos irresponsables, saqueando la tierra, envenenando los mares, enfermando comunidades, devastando regiones enteras, y embolsándose beneficios obscenos.

Este sistema corporativo de acumulación de capital trata los recursos de la Tierra, que dan sustento a la vida (las tierras arables, las aguas subterráneas, los humedales, los bosques, la pesca, el suelo marino, las bahías y los ríos y la calidad del aire), como ingredientes desechables de suministro presumiblemente ilimitado, que se consume o envenena a voluntad. Tal como lo demostró el derrame de BP en el Golfo de México, las consideraciones de costos pesan mucho más que las consideraciones de seguridad. Y como concluyó una investigación del Congreso: "Una y otra vez, parece que BP tomó decisiones que aumentaron el riesgo de explosión, sólo para ahorrarse tiempo y dinero".

En efecto, la función de la empresa transnacional no es promover una ecología sana, sino extraer tanto valor del mundo natural como sea posible, incluso si esto significa tratar el medio ambiente como una fosa séptica. Este capitalismo corporativo en expansión y nuestra frágil ecología están en curso de colisión, tanto así que los sistemas de soporte de la delgada exosfera -la delgada capa de aire fresco, agua y tierra vegetal del planeta- están en peligro.

No es cierto que los intereses político-económicos dominantes estén en un estado de negación acerca de todo esto. Mucho peor que la negación, han demostrado un franco antagonismo hacia aquellos que piensan que nuestro planeta es más importante que sus beneficios. Así que difaman a los ambientalistas como "eco-terroristas", "Gestapo de la EPA", "alarmistas del Día de la Tierra", "amantes de los árboles", y promotores de una "histeria verde".

En un gran alejamiento de la ideología de libre mercado, la mayoría de las deseconomías de las grandes empresas son impuestas sobre la población en general, incluyendo los costes de la limpieza de desechos tóxicos, el costo del monitoreo de la producción, el coste de la eliminación de efluentes industriales (que compone 40 a 60 por ciento de las cargas tratadas por las plantas de alcantarillado municipales financiadas por los contribuyentes), el costo de desarrollar nuevas fuentes de agua (mientras que la industria y la agroindustria consume el 80 por ciento del suministro de agua de la nación cada día), y los costos de la atención médica por enfermedades causadas por toda la toxicidad creada. Después de transferir al gobierno muchas de estas deseconomías, el sector privado se jacta de su gran eficiencia, supuestamente superior a la del sector público.

Los super-ricos son diferentes a nosotros

¿No sería un desastre ecológico una amenaza para la salud y la supervivencia de los plutócratas corporativos al igual que lo es para nosotros, los ciudadanos comunes? Podemos entender por qué las grandes corporaciones querrían destruir la vivienda pública, la educación pública, el Seguro Social, Medicare y Medicaid. Estos recortes nos acercarían a una sociedad de libre mercado carente de la financiación pública "socialística" de servicios humanos que tanto detestan los reaccionarios. Y estos recortes no privarían a los super-ricos y sus familias de nada. Los super-ricos tienen más de la riqueza privada suficiente para adquirir cualquiera de los servicios y la protección que necesitan para sí mismos.

Pero el medio ambiente es una historia diferente, ¿no? ¿Acaso estos ricos reaccionarios y sus grupos corporativos de presión no habitan el mismo planeta contaminado que los demás, acaso no comen los mismos alimentos químicamente contaminados, ni respiran el mismo aire tóxico? De hecho, no; no viven exactamente como todos los demás. Experimentan una realidad de clase distinta, a menudo residen en lugares donde el aire es notablemente mejor que en las áreas de ingresos bajos y medios. Tienen acceso a alimentos orgánicos, especialmente transportados y preparados.

Los vertederos tóxicos de la nación y las autopistas por lo general están lejos de sus elegantes vecindarios. De hecho, los super-ricos no viven en vecindarios como tales. Por lo general, residen en extensos terrenos rodeados de áreas boscosas, arroyos, praderas, y sólo unas pocas bien controladas carreteras de acceso. Sus árboles y jardines no son tratados con aerosoles de pesticidas. La tala indiscriminada no afecta sus ranchos, haciendas, y bosques familiares, ni sus lagos y sus centros vacacionales.

No obstante, ¿no deberían temer la amenaza de un apocalipsis ecológico provocado por el calentamiento global? ¿Quieren ver destruida la vida en la Tierra, incluyendo sus propias vidas? En el largo plazo, de hecho están sellando su propio destino, junto con el de todos los demás. Sin embargo, como todos nosotros, no viven en el largo plazo, sino en el aquí y el ahora. ¿Lo que está en juego para ellos es algo más próximo y más urgente que la ecología mundial, son sus ganancias globales. El destino de la biosfera parece una abstracción distante en comparación con el destino inmediato de sus enormes inversiones.

Con la vista puesta en el balance, los líderes de las grandes empresas saben que cada dólar que una empresa gasta en cosas raras como la protección del medio ambiente es un dólar menos de ganancia. Alejarse de los combustibles fósiles y hacia la energía solar, eólica o pelágica podría ayudar a evitar el desastre ecológico, pero seis de las diez mejores empresas industriales del mundo están involucradas principalmente en la producción de petróleo, gasolina y vehículos a motor. La contaminación por combustibles fósiles trae miles de millones de dólares en retornos. Y los grandes productores están convencidos de que las formas ecológicamente sostenibles de producción son una amenaza para dichos beneficios.

La ganancia inmediata para uno mismo es una consideración mucho más convincente que una pérdida futura compartida por el público en general. Cada vez que usted conduce su automóvil, pone su necesidad inmediata de llegar a algún lugar por delante de la necesidad colectiva para evitar el envenenamiento del aire que todos respiramos. Lo mismo es válido con los grandes actores: el costo social de convertir un bosque en un desierto pesa poco en contra de la ganancia inmensa e inmediata que proviene de la cosecha de la madera que representa dinero en efectivo. Y siempre se puede racionalizar: hay muchísimos otros bosques para que la gente se pasee, no necesitan este; la sociedad necesita la madera; los leñadores necesitan los puestos de trabajo, y así sucesivamente.

El futuro es ahora

Pero algunos de los mismos científicos y ecologistas que ven la crisis ecológica como urgente nos advierten de una crisis climática catastrófica "al final de este siglo". Pero para eso falta unos noventa años, cuando todos nosotros, y la mayoría de nuestros hijos, estaremos muertos -lo que hace que el calentamiento global sea un tema mucho menos urgente.

Hay otros científicos que logran ser aún más irritantes al advertirnos de una crisis ecológica inminente, luego poniéndola aún más lejos en el futuro: "Vamos a tener que dejar de pensar en términos de millones de años y comenzar a pensar en términos de siglos", dijo un sabio científico, citado en el New York Times en 2006. ¿Se supone que esto debe ponernos en alerta? Si una catástrofe global está a un siglo o a varios siglos de distancia, ¿quién va a tomar las decisiones terriblemente difíciles y costosas, cuyos efectos se harán sentir en un futuro tan lejano?

A menudo se nos dice que debemos pensar en nuestros nietos, que serán las víctimas de todo esto (llamado que, normalmente, se hace en tono suplicante). Pero la mayoría de los jóvenes con los que converso en las universidades tienen dificultades para imaginar el mundo en el que sus inexistentes nietos vivirán en treinta o cuarenta años.

Debemos olvidarnos de estos llamados. No tenemos siglos o generaciones, ni siquiera décadas, antes de que los desastres estén sobre nosotros. La crisis ecológica no es una urgencia a distancia. La mayoría de quienes estamos vivos hoy probablemente no tendremos el lujo de decir "Après moi, le déluge" porque todavía estaremos aquí cuando empiece la catástrofe. Sabemos que esto es cierto, porque la crisis ecológica ya está actuando sobre nosotros con un efecto acelerado y agravado y que pronto será irreversible.

La locura de la especulación

Es triste decirlo, el medio ambiente no puede defenderse por sí mismo. Depende de nosotros proteger lo que queda de él. Pero todos lo que los súper ricos quieren es continuar transformando la naturaleza viva en mercancías y las mercancías en capital muerto. Los inminentes desastres ecológicos no significan nada para los saqueadores corporativos ya que la naturaleza viva no tiene valor para ellos.

La riqueza es adictiva. La fortuna despierta el apetito por mayor fortuna. No hay fin a la cantidad de dinero que uno podría desear acumular, impulsado por la sagrada fama, la maldita hambre de oro. Así que los adictos al dinero cogen cada vez más para sí mismos, más de lo que se puede gastar en un millar de vidas de ilimitada indulgencia, impulsada por lo que empieza a parecerse a una patología obsesiva, una monomanía que borra toda consideración humana.

Los súper-ricos están más apegados a sus riquezas que a la Tierra en la que viven, más preocupados por el destino de su fortuna que por el destino de la humanidad, tan poseídos por su afán de lucro que no ven el desastre que se avecina. Hay una caricatura del New Yorker que muestra a un ejecutivo corporativo hablando en una reunión de negocios: "Y así, mientras que el escenario del fin del mundo estará lleno de horrores inimaginables, creemos que el período de pre-fin estará lleno de oportunidades de lucro".

No es una broma. Hace años comenté que quienes negaban la existencia del calentamiento global no cambiarían su opinión hasta que el Polo Norte comenzara a derretirse (nunca pensé que empezaría a derretirse en mi vida). Hoy estamos frente al derretimiento del Ártico con sus terribles implicaciones para las corrientes oceánicas del golfo, los niveles de las aguas costeras, toda la zona templada del planeta y la producción agrícola mundial.

Entonces, ¿cómo están respondiendo los capitanes de la industria y las finanzas? Como era de esperarse al igual que los especuladores monomaníacos. Ellos escuchan la música: ca-ching, ca-ching. En primer lugar, el deshielo del Ártico abrirá un paso directo entre los dos grandes océanos, un sueño más antiguo que Lewis y Clark. Esto hará más cortas y más accesibles las rutas del comercio mundial. Ya no tendrán que cruzar por el Canal de Panamá o el Cabo de Hornos. Los menores costos de transporte significan más comercio y mayores beneficios.

En segundo lugar, alegremente notan que el deshielo está abriendo vastas reservas de petróleo a la perforación. Podrán seguir perforando en busca de más de los mismos combustibles fósiles que están causando la calamidad que desciende sobre nosotros. Más deshielo significa más petróleo y más beneficios, tal es el mantra de los propulsores del libre mercado, que piensan que el mundo les pertenece sólo a ellos.

Imaginemos ahora que estamos todos dentro de un gran autobús a toda velocidad por un camino que se dirige hacia una caída fatal en un profundo barranco. ¿Qué harían nuestros adictos a las ganancias? Estarían corriendo de arriba a abajo del pasillo, vendiendo cojines y cinturones de seguridad a precios exorbitantes. Ya estaban preparados para esta oportunidad de venta.

Tenemos que levantarnos de nuestros asientos, y colocarlos bajo la supervisión de adultos, correr al frente del autobús, botar al conductor, agarrar el volante, frenar el autobús y darle la vuelta. No es fácil, pero quizá todavía sea posible. Para mí, ese es un sueño recurrente.

Michael Parenti ha impartido clases en numerosas universidades de Estados Unidos. Entre sus libros más recientes están God and His Demons (Prometheus) y The Face of Imperialism (Paradigma).

Traducción para www.sinpermiso.info: Antonio Zighelboim

viernes, 11 de marzo de 2011

La difícil unidad de las fuerzas antisistémicas

Ahora que el sistema atraviesa serias dificultades para sobrevivir a mediano plazo, la actitud de las fuerzas antisistémicas empieza a jugar un papel decisivo. Mucho antes de pensar en alguna forma de unidad o de coordinación estable, debe constatarse que coexisten en el universo de quienes están por cambios de fondo una gama de diferencias que dificultan una mínima visión común de los hechos.

Un buen ejemplo es la actitud hacia la revuelta árabe y, muy en particular, el caso de Libia. Hay amplios sectores antisistémicos –o que dicen serlo– que simpatizan con Kadafi, observan la revuelta en su contra como una maniobra occidental y no dan mayor importancia a la masacre que el régimen está haciendo contra su propio pueblo. Una parte de este sector, y no me refiero sólo a algunos gobernantes, siguió con simpatía las revueltas triunfantes en Túnez y en Egipto, pero no así en aquellos países cuyos gobiernos tienen algún grado de enfrentamiento con Estados Unidos. Una hipotética revuelta popular en Irán, o en China, por ejemplo, no sería acompañada por amplios sectores que se entusiasman con revueltas similares en otros países.

Esta es apenas una de las múltiples contradicciones que atraviesan el campo anti imperial-capitalista. Todo indica que a medida que la crisis se vaya profundizando y las contradicciones se hagan más virulentas y complejas, las diferencias se harán mayores. Sin pretender agotar el tema sino apenas abrir un debate, parece necesario abordar cuatro aspectos en los que hoy se manifiestan hondas diferencias.

El primero es la actitud hacia el Estado. En el seno de los antisistémicos hay por lo menos dos posiciones contrapuestas: convertirse en Estado o rechazar ese camino para construir algo diferente. Parece evidente que la mayor parte de los movimientos están a favor de la primera opción, para la cual trabajan de modo consistente ya sea por la vía electoral o por la insurreccional o, más frecuentemente, combinando las dos. A medida que se profundiza la descomposición del sistema, parece crecer la oposición interna a los gobiernos progresistas y los alineados con el socialismo del siglo XXI, lo que tiende a reabrir un debate que iniciaron los zapatistas y algunos intelectuales en la década de 1990.

Los problemas que presenta este camino son evidentes y en esa coyuntura se hacen aún más nítidos. El riesgo de legitimar el orden mundial y de usar el aparato estatal para lo que realmente ha sido creado: controlar y reprimir a los de abajo.

La segunda cuestión ha sido planteada semanas atrás por Immanuel Wallerstein al destacar las diferencias entre quienes optan por el desarrollo y la modernidad y quienes llaman a un cambio civilizatorio, sobre todo los movimientos indígenas que apelan al buen vivir. Es cierto que este es un asunto crucial del cual depende el modo como se vaya a resolver la crisis sistémica, pero no está en absoluto separado de la primera opción.

Si las fuerzas que buscan cambiar el mundo optan por el camino estatal, esa lógica impone sostener el Estado del que se han hecho cargo y, en consecuencia, deben asumir el desarrollo y profundizarlo. Es lo que están haciendo los gobiernos sudamericanos a través del extractivismo. Los estados necesitan recursos urgentes e ingentes que sólo pueden conseguir cediendo territorios a la acumulación por desposesión, lo que inevitablemente choca con la resistencia de los pueblos indígenas, con campesinos y pobres urbanos.

En teoría, se puede argumentar, habría otros caminos desde el Estado. Pero los hechos dicen lo contrario. El resultado es una creciente polarización social y política, inherente al extractivismo, que hace que el Estado sea cada vez más Estado y las resistencias cada vez más porfiadas. Por el contrario, los que rechazan el camino estatal se han abocado a construir formas de poder rotativas, territoriales o no, que ya no responden a la familia de los estados-naciones.

El tercer problema se relaciona también con estas opciones. Las fuerzas antisistémicas pertenecen a dos grandes familias culturales: las que responden a la forma-Estado, como los partidos, y las que anclan su potencia en las diversas formas que asumen las comunidades. Éstas pueden ser las tradicionales comunidades indígenas renovadas y democratizadas, o bien comunidades urbanas y campesinas, pero siempre responden a otra forma de construcción.

En las coordinaciones entre estas fuerzas, por más flexibles y horizontales que sean, la cultura de la representación y la de la democracia directa suelen chocar y los entendimientos no son sencillos. Pero tienden a ser las organizaciones estadocéntricas –desde los partidos y las grandes centrales sindicales hasta las ONG– las que terminan apoderándose de los espacios comunes, monopolizando la palabra y convirtiéndose en representantes de la diversidad que, mal que nos pese, queda marginada.

No niego que en este terreno se ha avanzado bastante, que se ha conseguido construir espacios colectivos donde el respeto a la palabra y la identidad de los otros es incomparablemente mayor que antaño. Sin embargo, estamos ante una dificultad que debe ser debatida y no ocultada.

En cuarto lugar, está la cuestión de la ética. ¿Es posible compatibilizar Estado y ética? Para ser más preciso: ¿cómo se puede llevar ética a un tipo de relación, como la estatal, que separa rigurosamente medios y fines? El Estado es una relación instrumental, racional, vertical, una herramienta adecuada para mandar mandando que no puede mandar obedeciendo porque entraría en implosión, si es que su propio modo de hacer no lo impide por la fuerza.

En estos momentos tan cargados de esperanza que vivimos, asumir estos debates con serenidad supone aceptar los límites de ambas estrategias. Quienes apostamos a un camino no estatal sabemos que no estamos en condiciones, por el momento, de ir más allá de experiencias locales y regionales. Unos y otros nos necesitamos y podemos hacer juntos, a condición de colocar la honestidad y la ética en el timón de mando.

Raúl Zibechi. La Jornada

lunes, 7 de marzo de 2011

El hambre de ganancias infla el precio de la comida

Fondos de alto riesgo acaparan toneladas de un producto para disparar su precio. Un tercio de los ingresos de Goldman Sachs procede de las materias primas.

Un apresurado moscovita cruza la Plaza Roja ataviado con una apocalíptica mascarilla. Moscú está cercado por el fuego provocado por el verano más tórrido de la historia. La inclemencia meterológica no sólo deja imágenes inéditas. La mayor sequía en cien años azota el continente y se lleva por delante las cosechas de trigo del sur del país. El primer ministro, Vladimir Putin, impone una excepcional medida para contener los precios: no habrá exportaciones de trigo hasta 2011.

Al otro lado del mundo, un trader (intermediario) del mayor mercado de materias primas del mundo hace sus cálculos. Rusia es el tercer exportador del mundo de este cereal y Canadá, el segundo, tendrá una de sus peores cosechas en tres años. La oportunidad está servida en bandeja. En apenas dos días (4 y 5 de agosto), el trigo sube un 8,42% y los volúmenes que mueve chocan con los topes impuestos por la entidad reguladora para contener la especulación en un mercado tan delicado. En el último semestre de 2010, el alza acumulada llega al 44%. Y subiendo.

Soros, que invierte en materias primas, reconoció sus efectos "dañinos"

El efecto mariposa se extiende seis meses después al pequeño poblado tunecino de Sidi Bou Zid. El precio de la harina, y el de otros alimentos, se ha duplicado. Túnez, junto con Egipto e Irak, es uno de los principales importadores de trigo ruso. El joven Mohamed Bouazizi se quema a lo bonzo, angustiado porque le han quitado su negocio y no puede alimentar a su familia.

Como este ciclo, especialmente hiperbólico e intenso, se repiten cada año en el mundo secuencias de sucesos producidos por la alteración de los precios de los alimentos, inflados por la acción de los grandes inversores institucionales. El desenlace de estos capítulos es, en el mejor de los casos, una revuelta, porque en la mayoría de las ocasiones lo que se desencadena son hambrunas.

"La especulación financiera impacta en los precios". Expertos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la FAO o el Banco Mundial concuerdan en este punto. Los expertos de estas organizaciones declinan hablar o prefieren no ser citados cuando se les pregunta por el rol de los fondos de alto riesgo (hedge funds), pero asumen que su papel es clave ya que amplifican los efectos de una mala cosecha o un inesperado repunte de la demanda.

Nueve de cada diez operaciones financieras son especulativas

Sin embargo, cuantificar en el precio el impacto de la especulación es casi imposible, según los expertos. El Instituto para la Agricultura y la Política Comercial de EEUU (IATP), recoge los datos de un estudio preparado por una consultora en el que se atribuye al efecto de la especulación hasta un 31% a la subida del precio del maíz en julio de 2008, la anterior burbuja de los precios de los alimentos.

Actores

El que lo tiene muy claro es el gurú financiero George Soros, que fue llamado a testificar ante una Comisión del Senado estadounidense en 2008 para explicar el papel de la especulación en la subida de los precios de materias primas. De "inestabilizador" y "dañino" tildó el magnate la entrada masiva de especuladores en las materias primas, pese a lo cual, siguen siendo sus inversiones favoritas (sobre todo oro y crudo) a día de hoy.

Un índice de Goldman Sachs invierte 100.000 millones de dólares

"Hay tres tipos de actores en el mercado financiero. Están los intermediarios de derivados, los índices que siguen a materias primas y los hedge funds. Entre un 12% y un 16% de los actores que influyen en el precio de las materias primas no comercian realmente con ellas", explica un antiguo intermediario del Chicago Board, el mayor mercado de materias primas del mundo. "El volumen de Chicago ha superado los 300.0000 millones de dólares y en tres años se ha triplicado. El 80% de los que participan en este mercado son bancos de inversión", concreta este experto.

Entre todos los participantes, el más poderoso es el indestructible (por ser uno de los pocos supervivientes de la hecatombe financiera) banco de inversión Goldman Sachs, que en 2008 logró un tercio de sus ingresos netos (alrededor de 1.500 millones de dólares) gracias a su inversión en materias primas. Su índice Goldman Sachs Commodity Index pasó de tener una inversión de apenas 8.000 millones de dólares en el año 2000 a atesorar en la actualidad 100.000 millones de dólares que invierte contra la evolución de las materias primas (incluido el petróleo). Sólo en 2010, el índice se revalorizó un 50%, con una subida cercana al 10% en diciembre. En lo que va de año, el ascenso ya roza el 14%.

Estos miles de millones fluyendo hacia la inversión en materias primas provocan una alta inestabilidad en el precio de las materias primas. "Cuanto más volumen se negocia, mayor es la volatilidad", explica el economista de la FAO Abdolreza Abbassian.

La especulación con los alimentos es tan vieja como la propia agricultura, pero su atractivo como instrumento de lucro se disparó en la década pasada al descubrirse como una oportunidad de inversión única. La rentabilidad está asegurada porque la demanda mundial, en línea con la subida de la población y el mayor poder adquisitivo de los países emergentes, garantiza su crecimiento de forma consistente. "No hay prácticamente otro producto en el que invertir en estos momentos cuya demanda real sea tan clara, es decir, que tenga tan buenos fundamentales", apunta Francisco López Ollés, experto en materias primas y divisas. "Al final, todo esto es resultado de las operaciones de los bancos centrales para que haya más liquidez en los mercados (el conocido como quantitative easing). El dinero tiene que buscar rentabilidad en algún lado", concluye.

El director del sector financiero del IE Business School, Manuel Romera, recuerda que "de cada diez operaciones, nueve son especulativas". Sin embargo, Romera apunta a que "el derivado el producto financiero suele ser arrastrado por el subyacente el producto agrícola real". Para especular en el mercado de las materias primas no hace falta tener ni un gramo real del producto que se comercializa.

El mercado padece de los mismos defectos regulatorios que el resto de la negociación de productos financieros derivados. Las operaciones Over the Counter (sobre el mostrador) se realizan sin apunte electrónico, por lo que no se sabe quién vende o quién compra en el mercado. El control de estas operaciones es una de las principales demandas de los expertos internacionales.

Además, hay un desajuste regulatorio entre EEUU y Europa que en tiempo de un mercado global no tiene sentido. Así, en Estados Unidos, que tiene su propia Comisión para regular el mercado de las materias primas, se han puesto límites a los volúmenes y a la banda de fluctuación de los precios sobre los alimentos, para que no se pueda alterar el precio real de la mercancía. En Europa, no existen esas barreras en determinadas materias, como el azúcar, el café y el cacao. La FAO ha detectado que para aprovecharse de ello, se envían cargamentos enteros de este producto desde Nueva York, hasta Ámsterdam, Amberes o Hamburgo, para que se pueda negociar allí con ellos sin límite.

Aunque la supervisión para un mayor control está en marcha (Londres, otro de los mayores mercados del mundo, ha prometido tenerla preparada para 2012), el lobby de los bancos de inversión y de los grandes intermediarios agrícolas está presionando para retrasar, y aligerar, la posible puesta en marcha de estas nuevas normativas.

"El rol de los hedge funds es muy controvertido. Es uno de los grandes factores, pero no el único. Tanto la oferta como la demanda están muy ajustadas y eso tensa el mercado", contemporizan desde la OCDE, recordando que hay otras muchas cuestiones que engordan el precio de los alimentos. "En mi opinión, los fondos de inversión terminan siguiendo la tendencia más que creándola. La amplifican", sentencian las mismas fuentes de la organización.

Un solo fondo de inversión compró el 7% de la producción mundial en un día

Un sólo ‘hedge fund' tiene agarrado por el cuello desde hace meses a todos los productores de chocolate del mundo. El fondo Armajaro, pilotado por un conocido ejecutivo británico, Anthony Ward, apodado como ‘Chocfinger' (dedo de chocolate), compró el pasado julio hasta 240.000 toneladas de cacao, el equivalente al 7% de la producción mundial, en una sola operación. La compra, que se hizo en el mercado Euronext, donde no hay límites sobre este tipo de materia, disparó el precio del cacao hasta sus máximos desde 1977. Las miles de toneladas de cacao siguen acumuladas, según confirmaron fuentes conocedoras de la operación a este periódico, en los almacenes de Hamburgo, Amberes y Ámsterdan. Ward ha apostado por el cacao, ya que uno de sus principales productores, Costa de Marfil, está virtualmente en guerra civil, con lo que escaseará el producto en breve. Según el diario británico ‘The Daily Telegraph', George Soros invierte en este fondo de inversión.

Belén Carreño. Público



domingo, 6 de marzo de 2011

Cinco causas de la insurrección árabe

¿Cuáles son las causas del vendaval de libertad que, de Marruecos a Bahréin, pasando por Túnez, Libia y Egipto, sopla sobre el mundo árabe? ¿Por qué motivos estas simultáneas ansias de democracia se expresan precisamente ahora?

A estas dos preguntas, las respuestas son de diversa índole: histórica, política, económica, climática y social.

1. Histórica. Desde el final de la Primera Guerra Mundial y la implosión del Imperio otomano, el interés de las potencias occidentales por el mundo árabe (Oriente Próximo y África del Norte) ha tenido dos principales incentivos: controlar los hidrocarburos y garantizar un hogar nacional judío. Después de la Segunda Guerra Mundial y del traumatismo universal del Holocausto, la creación del Estado de Israel, en 1948, tuvo como contrapartida la llegada al poder, en varios Estados árabes liberados del colonialismo, de fuerzas antisionistas (opuestas a la existencia de Israel): de tipo “militar nacionalista” en Egipto y Yemen, o de carácter “socialista árabe” en Irak, Siria, Libia y Argelia.

Tres guerras perdidas contra Israel (en 1956, 1967 y 1973) condujeron a Egipto y a Jordania a firmar tratados de paz con el Estado judío y a alinearse con Estados Unidos que ya controlaba –en el marco de la Guerra Fría– todas las petromonarquías de la península Arábiga así como el Líbano, Túnez y Marruecos. De este modo, Washington y sus aliados occidentales mantenían sus dos objetivos prioritarios: el control del petróleo y la seguridad de Israel. A cambio, protegían la permanencia de feroces tiranos (Hasán II, el general Mubarak, el general Ben Alí, los reyes saudíes Faisal, Fahd y Abdalá, etc.) y sacrificaban cualquier aspiración democrática de las sociedades.

2. Política. En los Estados del pretendido “socialismo árabe” (Irak, Siria, Libia y Argelia), bajo los cómodos pretextos de la “lucha antiimperialista” y de la “caza de comunistas”, también se establecieron dictaduras de partido único, gobernadas con mano de hierro por déspotas de antología (Sadam Hussein, Al Assad padre e hijo, y Muamar al Gadafi, el más demencial de ellos). Dictaduras que garantizaban, por lo demás, el aprovisionamiento en hidrocarburos de las potencias occidentales y que no amenazaban realmente a Israel (cuando Irak pareció hacerlo fue destruido). De ese modo, sobre los ciudadanos árabes, cayó una losa de silencio y de terror.

Las olas de democratización se sucedían en el resto del mundo. Desaparecieron, en los años 1970, las dictaduras en Portugal, España y Grecia. En 1983, en Turquía. Tras la caída del muro del Berlín, en 1989, se derrumbó la Unión Soviética así como el “socialismo real” de Europa del Este. En América Latina cayeron las dictaduras militares en los años 1990. Mientras tanto, a escasos kilómetros de la Unión Europea, con la complicidad de las potencias occidentales (entre ellas España), el mundo árabe seguía en estado de glaciación autocrática.

Al no permitirse ninguna forma de expresión crítica, la protesta se localizó en el único lugar de reunión no prohibido: la mezquita. Y en torno al único libro no censurable: el Corán. Así se fueron fortaleciendo los islamismos. El más reaccionario fue difundido por Arabia Saudí con el decidido apoyo de Washington que veía en él un argumento para mantener a los pueblos árabes en la “sumisión” (significado de la palabra ‘islam’). Pero también surgió, sobre todo después de la “revolución islámica” de 1979 en Irán, el islamismo político que halló en los versos del Corán argumentos para reclamar justicia social y denunciar la corrupción, el nepotismo y la tiranía.

De ahí nacieron varias ramas más radicales, dispuestas a conquistar el poder por la violencia y la “Guerra Santa”. Así se engendró Al Qaeda…

Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, las potencias occidentales, con la complicidad de las “dictaduras amigas”, añadieron un nuevo motivo para mantener bajo férreo control a las sociedades árabes: el miedo al islamismo. En vez de entender que éste era la consecuencia de la carencia de libertad y de la ausencia de justicia social, agregaron más injusticia, más despotismo, más represión…

3. Económica. Varios Estados árabes padecieron las repercusiones de la crisis global iniciada en 2008. Muchos trabajadores de estos países, emigrados en Europa, perdieron su trabajo. El volumen de las remesas de dinero enviadas a sus familias disminuyó. La industria turística se marchitó. Los precios de los hidrocarburos (en aumento estas últimas semanas a causa de la insurrección popular en Libia) se depreciaron. Simultáneamente, el Fondo Monetario Internacional (FMI) impuso, a Túnez, Egipto y Libia, programas de privatización de los servicios públicos, reducciones drásticas de los presupuestos del Estado, disminución del número de funcionarios… Unos severos planes de ajuste que empeoraron, si cabe, la vida de los pobres y sobre todo amenazaron con socavar la situación de las clases medias urbanas (las que tienen precisamente acceso al ordenador, al móvil y a las redes sociales) arrojándolas a la pobreza.

4. Climática. En este contexto, ya de por sí explosivo, se produjo, el verano pasado, un desastre ecológico en una región alejada del mundo árabe. Pero el planeta es uno. Durante semanas, Rusia, uno de los principales exportadores de cereales del mundo, conoció la peor ola de calor y de incendios de su historia. Un tercio de su cosecha de trigo fue destruida. Moscú suspendió la exportación de cereales (que sirven también para nutrir al ganado) cuyos precios inmediatamente subieron un 45%. Ese aumento repercutió en los alimentos: pan, carne, leche, pollo… Provocando, a partir de diciembre de 2010, el mayor incremento de precios alimentarios desde 1990. En el mundo árabe, una de las principales regiones importadoras de esos productos, las protestas contra la carestía de la vida se multiplicaron…

5. Social. Añádase a lo precedente: una población muy joven y unos monumentales niveles de paro. Una imposibilidad de emigrar porque Europa ha blindado sus fronteras y establecido descaradamente acuerdos para que las autocracias árabes se encarguen del trabajo sucio de contener a los emigrantes clandestinos. Un acaparamiento de los mejores puestos por las camarillas de las dictaduras más arcaicas del planeta…

Faltaba una chispa para encender la pradera. Hubo dos. Ambas en Túnez. Primero, el 17 de diciembre, la auto-immolación por fuego de Mohamed Buazizi, un vendedor ambulante de fruta, como signo de condena de la tiranía. Y segundo, repercutidas por los teléfonos móviles, las redes sociales (Facebook, Twitter), el correo electrónico y el canal Al-Yazeera, las revelaciones de WikiLeaks sobre la realidad concreta del desvergonzado sistema mafioso establecido por el clan Ben Alí-Trabelsí.

El papel de las redes sociales ha resultado fundamental. Han permitido franquear el muro del miedo: saber de antemano que decenas de miles de personas van a manifestarse un día D y a una hora H es una garantía de que uno no protestará aislado exponiéndose en solitario a la represión del sistema. El éxito tunecino de esta estrategia del enjambre iba a convulsionar a todo el mundo árabe.

Ignacio Ramonet – Consejo Científico de ATTAC