miércoles, 13 de enero de 2010

¿Hacia el “post-altermundialismo”?

A los diez años de la creación del Foro Social Mundial de Porto Alegre

Muchos militantes se preguntan sobre los resultados políticos concretos de esos encuentros. Los movimientos sociales y ciudadanos, reunidos por primera vez en Porto Alegre en enero de 2001 para denunciar los estragos del neoliberalismo y exponer proposiciones alternativas, lograron gran repercusión. Pero la fórmula está emitiendo señales de desgaste… De ahí la necesidad de tender puentes con las fuerzas políticas y con los gobiernos progresistas que llevan a la práctica medidas directamente surgidas de los Foros.

En la pequeña oficina de Le Monde diplomatique de París, donde el 16 de febrero de 2000 se establecieron las bases de lo que iba a convertirse en el Foro Social Mundial (FSM), ninguno de los presentes (1) hubiera podido imaginar hasta qué punto el FSM se transformaría en un nuevo actor de la vida política internacional. Y todo fue muy rápido, dado que el primer FSM se celebró menos de un año después en Porto Alegre, capital del estado brasileño de Rio Grande do Sul (2).

Tan rápido paso de la idea a la acción fue una notable hazaña que debe atribuirse al comité brasileño de organización, constituido a ese fin. En un artículo publicado en agosto de 2000 (3), que contribuyó de manera decisiva a dar credibilidad y poner en órbita internacional al futuro Foro, Ignacio Ramonet escribía: “En 2001, Davos tendrá un competidor mucho más representativo del planeta tal cual es: el Foro Social Mundial que se reunirá en la misma fecha (del 25 al 30 de enero) en el Hemisferio Sur, en Porto Alegre (Brasil)”. Añadía, a partir de los elementos de los que disponía en ese momento, que se esperaban “entre 2.000 y 3.000 participantes, portadores de las aspiraciones de sus respectivas sociedades”. No obstante, y para agradable sorpresa de todos, fueron cerca de 20.000 los delegados que seis meses después se reunieron en la capital gaucha.

La reacción anti-Davos tuvo una fuerte influencia en esa movilización. La voluntaria proximidad de los titulados dos Foros –Foro Económico Mundial o World Economic Forum (WEF) en Davos y Foro Social Mundial en Porto Alegre– así como la también deliberada simultaneidad de ambas reuniones, constituyeron ventajas mediáticas mayores. El fundador y presidente del Foro de Davos, Klaus Schwab, lo constató con amargura, quejándose de la “desviación negativa” del renombre del WEF.

Símbolo del poder y de la arrogancia financiera, así como del desprecio por la democracia y la sociedad, Davos constituía un blanco perfecto para los movimientos sociales y ciudadanos. Ya en enero de 1999, en plena sesión del WEF, varias organizaciones, entre las que se encontraba el Foro Mundial de las Alternativas (FMA) y Attac, habían organizado un seminario de dos días en Zurich, seguido de una conferencia de prensa sobre el tema de “El otro Davos” en la estación de esquí suiza. Cualquier otro tipo de manifestación o protesta era prácticamente imposible en esas estrechas callecitas cubiertas de nieve controladas por policías y militares.

Fue, pues, contra todo lo que representaba Davos contra lo que se definieron los primeros FSM, en una postura de denuncia del neoliberalismo y de resistencia a sus perjuicios. Los FSM también se situaban como prolongación de los combates zapatistas (en especial el Reencuentro Intergaláctico de Chiapas de 1996); de la lucha victoriosa contra el Acuerdo Multilateral sobre Inversiones (AMI) de 1998, elaborado en secreto por la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) y cuyo texto había publicado Le Monde diplomatique, y por supuesto de la gran movilización en Seattle contra la Organización Mundial de Comercio (OMC) de diciembre de 1999 (4).

En una segunda etapa, los Foros se tornaron más propositivos, lo que como consigna se tradujo en el abandono del término “antiglobalización” a favor de “altermundialismo”. Es decir, el paso del rechazo a la propuesta, lo que correspondía más a la consigna de los Foros: “Otro mundo es posible”. Esta evolución se realizó sin modificar las reglas de funcionamiento del FSM, codificadas en su Carta de Principios elaborada en junio de 2001. Dicho documento de referencia define al Foro a la vez como un “espacio” y un “proceso”; de ninguna manera como una entidad. Se trata de componer un lugar de intercambios, de diálogo, de elaboración de propuestas, de puesta en práctica de estrategias de acción y de constitución de coaliciones de todos los actores sociales que rechazan la globalización liberal. Pero cada una de esas acciones sólo compromete a las organizaciones que desean implicarse y no al conjunto de las presentes en el Foro.

Por lo tanto, el Foro Social Mundial no toma posiciones como tal y en sus reuniones no hay un “comunicado final”; sólo textos adoptados en el transcurso del Foro Social Mundial, pero no textos “del” Foro Social Mundial ni de sus declinaciones continentales (como los Foros Sociales africanos, europeos, etc.). Esta fórmula abierta permitió la progresiva incorporaciónn a los Foros de nuevas fuerzas –sindicatos “reformistas”; Organizaciones No Gubernamentales (ONG); movimientos indígenas, feministas, ecologistas, confesionales, etc.– que aceptaban caminar un trecho con elementos más radicales, pero que no querían ser desbordados por ellos.

De un FSM a otro se emitieron cientos de propuestas (más de 350 sólo para el Foro de Porto Alegre de 2005), pero sin ninguna jerarquía ni articulación entre ellas. Todo lo que derogaba el principio de “horizontalidad” (las propuestas tienen un estatus equivalente) y todo lo que aparecía como “vertical” (por ejemplo, una plataforma que unificara diferentes propuestas complementarias pero dispersas), fue combatido por una fracción influyente de los organizadores brasileños de los Foros y dirigentes de ONG que veían allí el inicio de un programa político... y hasta el intento de creación de una nueva Internacional!

Así es como el Manifiesto de Porto Alegre, base de las doce propuestas –originadas en debates y que constituyen a la vez un sentido y un proyecto– que el 29 de enero de 2005 presentaron en Porto Alegre 19 intelectuales de cuatro continentes (entre ellos dos premios Nobel) (5), fue criticado en sus propios principios por muchos autoproclamados guardianes de la ortodoxia “Foro”. Idéntica suerte le reservaron posteriormente al Llamamiento de Bamako, documento programático de alcance planetario, redactado al término de un encuentro que organizó el Foro Mundial de las Alternativas, que renunió a 200 intelectuales y representantes de movimientos sociales, la mayoría de África y Asia, en vísperas del Foro Social Mundial descentralizado que tuvo lugar en la capital de Malí en enero de 2006 (6).

Si se aplicara la rigurosa lectura que algunos hacen de la Carta de Principios de 2001, los Foros Sociales estarían condenados a presentar en orden disperso una multitud de propuestas de muy desigual importancia acerca de las estructuras del orden dominante que, de los gobiernos a las instituciones multilaterales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial del Comerico, Organización de Cooperación y Desarrollo Económico), sin hablar de la Comisión Europea, dan prueba de una cohesión absoluta en la imposición de los dogmas liberales.

Ese rechazo voluntario a influir colectivamente sobre los actores de la esfera política a partir de una plataforma internacional común, y al mismo tiempo quedarse afuera de la esfera electoral, explica el desgaste de la fórmula de los FSM. Y eso aunque continúen reuniendo a decenas de miles de participantes locales, que a menudo asisten por curiosidad, como ocurrió en Belem en enero de 2009.

Muchos militantes se preguntan sobre los resultados políticos concretos de esos encuentros y la manera en que pueden contribuir al advenimiento de “otro mundo posible”.

Las cosas se complicaron con la llegada al poder en América Latina (Bolivia, Ecuador, Paraguay y Venezuela) de gobiernos surgidos de movimientos populares, que ponen en práctica, aunque con altibajos, políticas de ruptura con el neoliberalismo –tanto a nivel nacional como internacional– que coinciden con las expresadas en los Foros. ¿Qué actitud debería adoptarse? ¿Ser solidarios con ellos, aunque sea caso por caso? ¿O quedarse de brazos cruzados y mirar para otro lado, so pretexto de que se trata de gobiernos, por lo tanto sospechosos, razón por la cual hay que mantenerlos a distancia?

Ese comportamiento remite a una ideología libertaria difusa pero muy presente en numerosas organizaciones. En especial fue objeto de las teorías de John Holloway en su obra titulada explícitamente Cambiar el mundo sin tomar el poder (7). Por otra parte, la palabra “poder” está ausente del vocabulario de muchos de sus actores, salvo para estigmatizarla, muy a menudo como reacción a las derivas totalitarias de Estados-Partidos.

Por el contrario, el contrapoder y la desobediencia civil se consideran las privilegiadas palancas del cambio. Tal postura se hace difícil de sostener cuando en la Cumbre de Copenhague, por ejemplo, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) que agrupa a nueve Estados latinoamericanos y caribeños, toma posiciones que convergen con las de las coaliciones de ONG que exigen la justicia climática, y cuestiona directamente al capitalismo (8).

El nuevo contexto internacional impondrá, incluso en la concepción de estos Foros, la búsqueda de nuevas formas de articulación entre movimientos sociales, fuerzas políticas y gobiernos progresistas. Para caracterizar esta evolución se ha propuesto una palabra: el post-altermundialismo (9), que sin sustituir al altermundialismo, constituye una continuidad posible.

Con ocasión del FSM de Belem, se pudo ver un primer esbozo de esta actividad postaltermundialista en el diálogo entre cuatro presidentes latinoamericanos –Hugo Chávez (Venezuela), Rafael Correa (Ecuador), Fernando Lugo (Paraguay) y Evo Morales (Bolivia)– y los representantes de movimientos sociales del subcontinente. Un diálogo que va a profundizarse en el Foro Social temático de Salvador de Bahía, previsto en dicha ciudad del 29 al 31 de enero de 2010 (10) con la creciente participación de jefes de Estado (entre ellos del presidente Lula). Participación que debería prolongarse con ocasión del próximo FSM que en 2011 tendrá lugar en Dakar.

Durante una reunión preparatoria organizada en la capital senegalesa el pasado noviembre, movimientos sociales del continente expresaron su voluntad de hacer evolucionar al FSM. Se debatieron formulaciones como la necesidad de crear “un espacio de alianzas creíbles” y no “un mercado de la sociedad civil”; de “definir una relación nueva con los actores políticos” en vista a “construir una alternativa”.

Ciertamente, en África se consolidará el necesario giro “post-altermundialista” de los Foros Sociales.

(1) Además del autor de estas líneas (en aquel momento director general del periódico y presidente de Attac Francia), se trataba de Chico Whitaker y Oded Grajew, respectivamente el secretario de la Comisión Justicia y Paz de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, y el dirigente de la Asociación Brasileña de Empresarios por la Ciudadanía (CIVES), así como las señoras Whitaker y Grajew.

(2) Sobre la génesis y organización de este primer Foro y los dos siguientes, véase Bernard Cassen, Tout a commencé à Porto Alegre, Editions des 1001 Nuits, París, 2003. También el texto de Chico Whitaker sobre los orígenes del Foro: www.forumsocialmundial.org.br/dinamic.php?pagina=origem_fsm-por

(3) Ignacio Ramonet, “¿Davos? No, Porto Alegre”, Le Monde diplomatique en español, agosto de 2000. Este artículo fue retomado en las veinte ediciones en distintos idiomas con las que contaba en esa época el periódico. Lo mismo sucedió con el editorial del mismo autor publicado algunas semanas antes del Foro, con el objeto de movilizar a los participantes: “Porto Alegre”, Le Monde diplomatique en español, enero de 2001.

(4) Samir Amin y François Houtart, “El futuro de los Foros Sociales a debate”, Le Monde diplomatique en español, mayo de 2006.

(5) Véase: www.medelu.org/spip.php?article27&var_recherche=manifeste%20de%20porto%20alegre

(6) www.forumdesalternatives.org/FR/readarticle.php?article_id=841

(7) John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder, Ediciones Herramienta, Buenos Aires, 2002.

(8) Declaración especial sobre el cambio climático aprobada por la Cumbre del ALBA con ocasión de su Cumbre del 13 y 14 de diciembre de 2009 en La Habana. Versión en español: www.medelu.org/spip.php?article313

(9) El 26 de enero de 2008, la Asociación Mémoire de Luttes y la revista Utopie critiquewww.medelu.org/spip.php?article7&var_recherche=colloque%20post%20altermondialisme organizaron en París un coloquio titulado “Altermundialismo y post-altermundialismo”. Véase su “Llamado Final”,

(10) www.fsmbahia.com.br

Bernard Cassen es presidente honorario de Attac Francia, secretario general de Mémoire des luttes.

jueves, 7 de enero de 2010

Las tres crisis

Todos los países situados en la zona de influencia de Wall Street y la City están amenazados. Estados Unidos, endeudado de los pies a la cabeza, desde el Gobierno al particular, se encuentra en una situación que algunos consideran sin salida. La City, que tiene mayor peso en la economía británica que Wall Street en la norteamericana, se ha visto afectada más directamente a causa, en particular, de la importancia de las inversiones internacionales de la antigua potencia imperial.

A su vez, para los países de la zona euro, la voluntad de China y Estados Unidos de mantener sus monedas, el yuan y el dólar, en un nivel bajo, infravalorado, también representa una amenaza directa, pues, inevitablemente, ataca a las exportaciones europeas.

Paralelamente a los problemas de la economía, los de la ecología nos obligan a tomar decisiones muy difíciles. La gran conferencia mundial de Copenhague nos ha dejado una imagen inquietante sobre la dificultad de alcanzar acuerdos. Dado que Estados Unidos se ha mostrado decidido a no hacer sino esfuerzos insuficientes, de nuevo es a Europa a quien se le pide un sacrificio suplementario. Los países pobres, o mucho menos ricos, exigen que los países del Norte paguen su deuda -150.000 millones anuales-, pues, durante años y años, sólo ellos emitieron gases de efecto invernadero. El Norte se ve ahora conminado a cambiar su modo de consumo muy rápidamente. Por otra parte, China le concede poca importancia a los juicios del resto del mundo, pues sigue extrayendo la mayor parte de su energía del carbón. Y el tiempo pasa. De aquí a 2020, habría que reducir las emisiones de CO2, no ya en un 20%, sino en un 30% e incluso un 50%, y Europa tendría que alcanzar el 80% antes de 2050.

Así, en unas pocas líneas, se hace evidente que, en lugar de esperar el final de la crisis financiera y económica, de un mes a otro nos encontramos ante unos problemas económicos y ecológicos fundamentales que exigen de todos un esfuerzo muy difícil de conseguir. Tenemos que reconocer que hemos llegado a los límites de lo posible intentando mantener nuestro modo de vida y nuestros métodos de gestión financiera. La suma de estos dos órdenes de problemas nos sitúa indiscutiblemente ante un peligro de catástrofe mayor.

A esto hay que añadir una tercera crisis, a saber, la de la acción política y, más precisamente, de la expresión política del descontento, las reivindicaciones y las denuncias. ¿Quién es responsable de las crisis? Es seguro que no se trata de una crisis social, es decir, de una crisis que enfrenta a dos categorías o clases sociales, por ejemplo. Unos piden que los países del Norte paguen por el comporta-miento de sus antepasados. Otros quieren defender los intereses y derechos de nuestros sucesores y de aquellos que viven -generalmente muy mal- en regiones del mundo alejadas de la nuestra. Al extenderse a lo largo de un espacio y un tiempo casi ilimitados, los conflictos rebasan el mundo social; sólo pueden comprenderse por su oposición a un sistema financiero y económico que se ha colocado fuera del alcance de todas las intervenciones sociales y políticas.

Una oposición así ya no puede fundamentarse en la defensa de cierta categoría social; debe tener un carácter universalista, ya que se trata de defender al conjunto de la humanidad. Apelamos a los derechos humanos contra la globalización económica. Cada vez hablamos menos de intereses y más de derechos. Tal es la transformación principal de nuestra vida social. Es tan profunda que nos cuesta percibirla y, sobre todo, carecemos de los medios institucionales necesarios para resolver nuestros problemas. ¿Las ONG pueden reemplazar a los partidos y a los sindicatos? Sería paradójico decir que las organizaciones no gubernamentales pueden reemplazar a los Gobiernos. Las ONG desempeñan un papel importante en la concienciación de la población, pero ésta debe dotarse a sí misma de nuevos medios de acción propiamente políticos.

Esta manera de abordar los problemas de nuestro futuro no es la de los economistas; no estoy seguro de que sea la de los políticos, pero debe ser la de los sociólogos, para los cuales una situación es más el resultado de la acción de mujeres y hombres que el efecto de unas fuerzas económicas que le imponen a la sociedad la búsqueda racional del interés como prioridad absoluta. En el presente caso esto es aún más claro que en general. Pues, frente a unas fuerzas económicas no humanas, la resistencia no puede venir de la defensa de intereses específicos; sólo puede venir de la invocación de unos derechos universales que son pisoteados cuando los seres humanos mueren de hambre o se ven privados de trabajo o libertad para que los financieros puedan seguir aumentando sus beneficios.

Ese levantamiento en nombre de la defensa de los derechos más elementales y, por tanto, más universales, es la única manera eficaz de oponerse a los intereses de los financieros puros y duros. Es poco probable que tal levantamiento se produzca, porque la contradicción, en mi opinión real, entre financieros y ciudadanos no parece capaz de proporcionar un objetivo concreto a las protestas populares. Es el pensamiento ecológico el que da a las protestas lo que ellas no consiguen por sí mismas, un objetivo positivo de vital importancia: salvar nuestra atmósfera, impedir o limitar las consecuencias de los cambios climáticos, que pueden ser catastróficas.

Pero todo esto es incierto, en un momento en que acaba de clausurarse lo que ha dado en llamarse la “conferencia de la última oportunidad”. En un futuro próximo, en los diez próximos años, corremos el peligro de ser víctimas de nuevas crisis económicas, de un agravamiento del riesgo ecológico y de una confusión política cada vez mayor.

Si tuviéramos que decir hoy cuál es el futuro más probable, el agravamiento de las crisis o la concepción y la construcción de un tipo nuevo de sociedad basada en el respeto de los derechos humanos de la gran mayoría, tendríamos que responder sinceramente que la hipótesis pesimista tiene más posibilidades de realizarse que la optimista, que deposita su confianza en la capacidad de los seres humanos para salvar su propio porvenir.

¿Hay que deducir una implosión de los centros económicos que dominan la vida económica del mundo desde hace varios siglos? Si los europeos se dejan avasallar por el eje chino-estadounidense, que se opone a la reevaluación del yuan y del dólar, este escenario no es imposible.

Y así llegamos a nuestra hipótesis central: la construcción de un nuevo tipo de sociedad, de actores y Gobiernos, depende antes que nada de nuestra conciencia y de nuestra voluntad, o, más sencillamente aún, de nuestra convicción de que el riesgo de que se produzca una catástrofe es real, cercano a nosotros y de que, por tanto, tenemos que actuar necesariamente. Pero esta convicción no se forma por sí misma en cada ser humano. Nuestros representantes políticos, al más alto nivel, discuten sobre ella e imaginan lo que puede pasar en 2020 o en 2050, en un lenguaje que no da suficiente cuenta de la urgencia de las decisiones a tomar.

Nos encontramos ante tres crisis que se refuerzan mutuamente y nada nos garantiza hoy que vayamos a ser capaces de encontrar una solución para cada una de ellas. En otros términos, en vez de soñar de forma irresponsable con una salida a la crisis que suele definirse, demasiado alegremente, en función de la reanudación de los beneficios de los bancos, debemos tomar conciencia de la necesidad de renovar y transformar la vida política para que ésta sea capaz de movilizar todas las energías posibles contra unas amenazas que son mortales.

Alain Touraine El País

sábado, 2 de enero de 2010

Copenhague: el sistema es el problema

“No hay que renunciar a buscar alternativas al capitalismo”. Pascal Lamy, director general de la Organización Mundial del Comercio

Un sistema económico atrapado entre el crecimiento y la crisis ecológica y el decrecimiento y la crisis social. Plantearé sobre el sistema y la cumbre climática de Copenhague las siguientes cuestiones:

¿Qué esperaba la opinión pública mundial de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada del 7 al 18 de diciembre de 2009 en Copenhague?

Sin duda que ante la gravedad del problema climático que amenaza el presente y el futuro del conjunto de la humanidad , los representantes de los 192 países allí convocados alcanzasen, como mínimo, unos acuerdos capaces de frenar la emisión de gases de efecto invernadero ( GEI ), responsables del calentamiento global y, en consecuencia, del cambio climático.

¿Consiguió la Conferencia alcanzar el objetivo fundamental de la reducción de las emisiones de GEI, sin la que la temperatura media de la Tierra podrá elevarse hasta dos grados y más, con efectos devastadores, durante el presente siglo?

En absoluto. La Conferencia no sólo no ha sido un éxito, como anhelaba la mayoría de la humanidad, sino que ha sido un estrepitoso fracaso. ¿Por qué?

Porque, en realidad, el éxito o el fracaso dependía, básicamente, de la actitud que adoptase Estados Unidos, ya que este país desarrollado emite el 25 % de los GEI y sólo asumiendo compromisos claros de reducción de emisiones, que no asumió, podía forzar la posición de China, la potencia emergente responsable de la emisión de otro 25 % de GEI, que tampoco quiso asumir ningún compromiso. De hacerlo el resto del mundo, responsable del otro 50 % de emisión de GEI, les habría secundado, unos, como la Unión Europea, facilmente, dada su disposición favorable, otros, especialmente algunos países emergentes, con mayores reticencias.

¿Ha quedado establecido, pues, que Estados Unidos ha sido el principal responsable del fracaso de la Conferencia?

Como era de esperar antes que reconocer la responsabilidad de Estados Unidos algunos, como el ministro de Energía y Medio Ambiente del Reino Unido, han preferido culpabilizar a China, o como la ministra de Medio Ambiente de España a Venezuela, Bolivia y otros países contestatarios, más la razón es tozuda y dificilmente se puede ocultar el hecho de que el presidente B. Obama actuó en la Conferencia no como el presidente de los estados unidos del mundo, que no es, aunque algunos casi llegaran a esperarlo, sino como el presidente de los Estados Unidos de América, que realmente es.

Pero si Estados Unidos es el principal responsable del fracaso de la Conferencia cabe también preguntarse, ¿por qué? ¿Cuáles son los motivos, las razones de la negativa de sus representantes a capitanear la lucha contra el calentamiento global y el cambio climático?

La respuesta para mí está clara: el sistema es el problema. En ninguna otra parte del mundo, ni siquiera en el Reino Unido, su cuna, el capitalismo liberal está más firmemente arraigado, así como su distopía cultural el “american way of life” (”el modo de vida americano”).

En Estados Unidos la clase económica y políticamente dirigente no está dispuesta a renunciar al modelo productivista y consumista a ultranza, a dar los primeros pasos, a hacer los primeros sacrificios, a pesar de la advertencia de fenómenos como el Katrina (al fin y al cabo sólo afectó a los pobres de Nueva Orleans) y, por lo tanto, tendrán que ser otros los que den los pasos que consideren oportunos.

Hay en Estados Unidos, en sus élites, una voluntad de rehusar la reforma del sistema, la refundación de la que se ha hablado en Europa o, no digamos, la búsqueda de posibles alternativas. Es ahí donde radica la dificultad.

Sin embargo, ha llegado la hora de producir reduciendo la emisión de GEI ; de producir sin sobreexplotar más los limitados recursos naturales del planeta; de producir sin ahondar más las desigualdades sociales e internacionales, cuestiones que conducen a formularse una última e inquietante pregunta, ¿conociendo la lógica del sistema, su avidez por la ganancia, es razonable esperar que esté dispuesto a afrontar de buena gana la resolución de semejantes retos?

Francisco Morote Costa – ATTAC Canarias